Estamos con un pie para cerrar este año, y podemos percibir cómo el tiempo pasa como un suspiro. Cuando comenzamos un nuevo año, generalmente lo hacemos llenos de esperanza, sueños por cumplir y con mucho entusiasmo. Dedicamos un tiempo para revisar aquellas áreas en las que queremos crecer, esas otras en las cuales deseamos hacer un cambio y, de ese modo, podemos proyectar el mejor año de nuestras vidas.
Ahora, ya casi por concluir este año, me gustaría hacerte la siguiente pregunta: ¿Qué tal vas con todos aquellos propósitos? ¿Cuáles objetivos y metas has podido alcanzar, o llevas una parte del camino hecha? ¿Te sientes más saludable o más atractivo físicamente? ¿Lograste una mejora ya sea financiera, mental o emocional? ¿Cómo son ahora tus relaciones personales? ¿Lograste mejoraste tu salud, tu apariencia física?
Si pudieras ponerle una calificación del 1 al 10, siendo el 10 tu objetivo ya logrado, ¿qué calificación te pondrías?
Si perteneces al grupo que considera que ha hecho algo, aunque sea el “uno”, permíteme felicitarte. Y si estás en la otra situación, me gustaría apoyarte clarificando el por qué sucede ésto, para que puedas lograr tus objetivos y responder a la siguiente pregunta:
¿Por qué en ocasiones no puedo lograr mis metas? Si tengo tanta ilusión por realizarlas o me hace tanta falta lograr ese cambio…
La mayoría de las veces, cuando nos proponemos algo, lo hacemos llenos de ilusión y firmemente convencidos de que, en esta ocasión, lo podremos realizar. A medida que pasa el tiempo, la vida cotidiana y rutinaria aunada a los imprevistos, en muchas ocasiones provoca que dejemos de lado nuestros más grandes anhelos y nos dediquemos a resolver lo que sucede en el día a día olvidando la visión que teníamos en un principio.
Existen tres posibles situaciones que, al tomar conciencia de ellas, te permitirán pasar al grupo de quienes lo han podido hacer:
La primera situación que impide alcanzar nuestras metas consiste en la falta de un plan de acción específico, así como de un sistema de medición para saber si vamos por buen camino. Por ejemplo: si quisieras bajar o subir de peso, el plan de acción te indicará los pasos y la manera en que podrás accionar: ya sea a través de una dieta balanceada, o de una rutina de ejercicios, o ambas.
Cuando tenemos un plan de acción, agregamos el “cómo sí…” a la intención. De este modo, podemos realizar acciones específicas en lugar de sólo esperar y desear con toda el alma a que las cosa sucedan por sí solas, cosa que, sólo en muy contadas ocasiones, llega a darse. Por lo general, la mayoría de los cambios requieren de acciones concretas.
El sistema de medición te indicará una manera tangible de reconocer si lo que estás haciendo te lleva por la ruta indicada. En el mismo ejemplo, podríamos adoptar un sistema de medición en base a los kilos que vayas subiendo o bajando, o poniendo atención en la talla de la ropa que vas utilizando.
Cuando hablamos de cosas intangibles, como lo es el bienestar emocional, el plan de acción consistiría en buscar ayuda profesional, alguna rutina de ejercicio o meditación, talleres o cursos que te proporcionen la orientación que necesitas. La manera de medirlo sería a través de tomar consciencia de si, en el día a día, vas sintiendo más paz, felicidad o aquello que quieres fortalecer y, a la vez, observar si tus acciones y tus decisiones cambian para fortalecer eso que quieres, ya sea sanando, cerrando ciclos y comenzando otros nuevos.
La segunda situación consiste en una razón muy importante: somos seres de hábitos. Cuando los hábitos son muy persistentes, se pueden convertir en un estilo de vida. Aquí tenemos que reconocer que, aunque tengamos un estilo de vida, siempre podemos modificarlo, ya que no significa que “seas” así, sino que estás acostumbrado a “hacer las cosas” así. Y pienso que a todos nos ha sucedido que, ante un cambio, hemos tenido que modificar nuestras rutinas y hábitos.
En ocasiones, el no querer salir de la zona de confort o no buscar alternativas para conseguir los beneficios que este estilo de vida nos proporciona, genera un bloqueo al querer cambiarlos. En este caso, el coaching puede ayudarte a trabajar con tu sistema de creencias y de valores para poder reprogramar tu mente y realizar el cambio que necesitas.
Y, finalmente, la tercera situación es detonada por aquellos cambios inesperados que requieren que toda nuestra atención y nuestra energía se enfoquen en resolver ese imprevisto, que muchas veces puede ser urgente. Para ésto, te recomiendo que priorices lo urgente, pero sin olvidarte de lo IMPORTANTE, ya que todo eso conforma quién eres tú y tu plenitud. Recuerda que si tú estás bien, todo lo demás va a estar bien.
¿Cuál es ese cambio que, de hacerlo, te llevaría a vivir más plenamente? Con gusto puedo ayudarte a ponerle pies a ese sueño y echarlo a andar.
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