NO SE VAYA POR LA SOMBRITA

 

La valentía es la virtud del espíritu

Aristóteles 

Nada sublima más el alma humana que un acto de valentía, por pequeño que sea, simplemente porque es un indicador de que hemos traspasado las barreras del ego, al menos por un momento, para hacer contacto con el corazón, no como órgano, sino como centro energético que nos conecta con nuestra verdadera naturaleza metafísica.

Pero ¡cuidado!, no debemos confundir los actos de valentía con el arrojo, que no es la vía para sobreponernos a nosotros mismos y nuestras circunstancias, sino solo un precursor para la generación de adrenalina y la vía para obtener reconocimiento.

Lo que posee su alma inmortal está reflejado en su ego, que no es otra cosa que la sombra de aquella, de manera que éste contiene, en el lado oscuro, todos los símiles de las luminosas cualidades de aquella, para que lo que podemos efectuar en la realidad metafísica, podamos hacerlo en la material.

Así, tenemos que no es lo mismo la valentía que el arrojo, la calma que el alivio, la complacencia que el altruismo, el estado mental de alerta que la claridad, la lástima que la compasión, el deseo ávido que la necesidad, la expectativa que la esperanza. La lista es demasiado larga para este espacio.

Una de nuestras primeras tareas en este mundo debe ser distinguir con claridad la sombra del cuerpo real, que en este caso es el alma, lo cual no es tan difícil si sabemos que todos nacemos programados para la autoprotección y la autopreservación, mecanismos que desarrollamos en cuanto salimos de la etapa de dependencia.

Las heridas de infancia tienen una utilidad más allá de darle pretextos para no hacerse responsable de sus actitudes y conductas en la adultez: activan nuestros mecanismos de autoprotección y autopreservación, entregándole a nuestro ego el control de los mismos, que él opera en automático.

El modo defensa guía nuestras vidas, porque el software ya viene instalado de fábrica, y tiene preeminencia sobre la programación que nos permite vivir del otro lado de la calle, donde calienta el sol y la luz lo alegra todo. Para mantenerse allá hay que hacer una reprogramación, que requiere, en principio, conciencia sobre el ego, que funciona como el encargado de defendernos de lo que considera, con base en nuestra experiencia, que nos puede herir. Lo hace a través de las actitudes y conductas sombra, es decir, el reflejo oscuro de las cualidades del alma.

La suprema diferencia entre alma y ego es que ésta tiene voluntad, entendida como un acto de conciencia que nos impele a movernos hacia donde ella desea, siempre en nuestra dimensión metafísica; mientras el ego es reactivo, como el perro de Pavlov, tanto para defendernos, como para conducirnos hacia logros materiales, porque eso es lo suyo.

La naturaleza del ego no es procurarnos bienestar, sino hacernos prevalecer sobre los demás, porque eso es lo que para él significa esencialmente la supervivencia. El intelecto puede y debe estar al servicio de ambos. La conciencia es la que se da cuenta de todo esto.

En la cúspide de la voluntad humana están los actos de valentía. Son la joya de la corona. Consisten básicamente en vencer todos los miedos y las conformidades de que se vale el modo defensa para mantenernos protegidos. Sin actos de valentía permaneceríamos resguardados, estancados, vitalmente paralizados y, lo más probable, con sentimiento de vacío existencial o en embotamiento mental para no darnos cuenta de ello.

Es el caso, por ejemplo de los acumuladores compulsivos, conducta extrema que desarrollan para evitar el horror vacui o miedo al vacío, porque se han rendido y son incapaces de más mínimo acto de valentía.

Ahora bien, ¿cómo sabemos cuándo se trata de un acto de valentía y no de arrojo?: toda cualidad del alma en ejecución se manifiesta en el corazón, se siente como una expansión del pecho, una vibración que conmueve, mueve a dicha y da absoluta certeza.

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