Espera lo mejor, planea para lo peor y prepárate para sorprenderte
Denis Waitley
Todos tenemos una postura de exigencia ante la vida y los demás, es decir, requerimientos de que las cosas sean como creemos que deben ser. Cuando esto no sucede, nos sentimos decepcionados o frustrados, porque en la actitud de exigir empeñamos una buena carga emocional condicionante, necesaria para hacer cumplir aquello que “tendría que ser”.
Esa carga emocional condiciona también nuestro malestar o bienestar una vez que conocemos el resultado de la exigencia. Piénselo: si usted no creyera que solo será feliz hasta que sea rico o rica, adelgace, consiga pareja, etc., etc., podría serlo desde ya.
Sin embargo, pone en suspenso la vida, en un acto de contención mental similar a dejar de respirar, hasta que se materialice su condición. Pero si no se saca la lotería, si no logra bajar de peso o lo recupera pronto, si la persona deseada le dice que no, se sentirá muy infeliz o seguirá siéndolo.
Bueno, pues esa postura de exigencia, la mayor parte de las veces inconsciente, se llama expectativa. Y no, no se trata de esperar, porque no es lo mismo que la esperanza, que ese acto en el que vislumbramos lo mejor a sabiendas de que estamos y estaremos bien si no sucede.
Si complementa esta mezcla emocional de optimismo, aceptación y tranquilidad que hay en la esperanza, con la imagen del peor escenario como herramienta terapéutica, es decir, sin caer en pánico, pero sí viéndose a sí mismo resolver dicha situación, tenga por seguro que habrá grandes y gratas sorpresas para usted en la vida. Relea y tome nota, porque acabo de darle una clave valiosísima para vivir feliz.
Bueno, pero regresemos a la expectativa. Por supuesto, hay cosas que debemos exigir, pero no a la vida; sí a nosotros y a otros, porque la exigencia es el primer paso para poner límites. Respeto es la primera palabra a la que podemos aplicar acertadamente la expectativa. Nos exigimos darlo y exigimos recibirlo en reciprocidad. Responsabilidad, es la segunda, primero la propia, después la ajena.
Disciplina, coherencia, congruencia, honestidad, lealtad y todo el tipo de virtudes producto de la conciencia son materia de la expectativa. Tiene usted el derecho de enojarse si, habiéndolas desarrollado personalmente, no las recibe en reciprocidad. Entonces pone límites, termina relaciones, guarda distancias.
El problema se presenta cuando depositamos las expectativas donde resultaremos necesariamente lastimados, con creencias como: la vida debe ser justa, tú debes amarme, atenderme y saber lo que quiero sin que te lo diga, mi jefe debe apreciarme, mis amigos tienen que estar cuando los necesito, el matrimonio es para siempre, los hijos deben obedecer, etc., etc. O, en el otro polo: la vida es ingrata, la gente no es confiable, los hombres son malos, las mujeres son tontas y muchas sentencias más de carácter negativo que desafortunadamente se cumplirán, a diferencia de las del grupo anterior, porque, aun cuando suceda otra cosa, no estaremos en aptitud de identificarla, porque creer es ver el mundo desde una sola perspectiva.
Hacer esta distinción, entre aquello que sí podemos exigir para vivir mejor y lo que es imponer una condición fútil, es el primer paso para gestionar las expectativas. El segundo es hacer consciente nuestro catálogo personal de las que nos traerán decepción o frustración porque los sucesos en cuestión no dependen de nosotros, o son inadecuadas, es decir, no podemos exigir lo que no estamos dispuestos a dar, o no son racionales, o no las expresamos por miedo al rechazo o, en cuestiones prácticas y aun dependiendo de nosotros, están mal planeadas, como aquellas que requieren un esfuerzo mayor al que es posible hacer.
Cuando se entiende la diferencia entre una expectativa realista y una ilusoria, estaremos eliminando uno de los grandes obstáculos para tener dominio sobre nuestra propia vida, pues dejamos de cederle nuestro poder a los “debería”.
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