Si de pronto te pasara que, al estar en tus labores cotidianas, algo te hiciera detenerte un instante y elevaras la vista, y te encontraras con la mirada de Dios, ¿qué sentirías?
Hay ocasiones en las que podemos esquivar la mirada a quienes no nos ven bien, o de lo que no nos sentimos capaces de enfrentar, o nos duele… incluso podemos apartar la mirada, sonrojados, ante una mirada de amor que nos encanta, o la fija mirada que nos perfora el alma cuando somos cuestionados, pero, ¿la mirada de Dios? Creo que no podríamos esquivarla, incluso podría asegurar que te emocionaría conocerla…
Imagina cómo sería esa mirada: profunda, capaz de llegar a los rincones más escondidos… llena de paz, de comprensión, de dulzura… la mirada de ese grandioso Ser que, mientras se ocupaba en construir un universo lleno de estrellas, galaxias y de vida, detuvo su atención y toda la creación por un instante para ilusionarse con su obra maestra: CONTIGO. Y se llenó de un infinito amor al pensar en ti…
¿Cómo sería esa mirada? Tan cálida, capaz de enternecer e inundar al corazón más duro, y a la vez tan poderosa como para derribar cualquier obstáculo, para crear cualquier circunstancia…
¿Y si te dejaras mirar por Dios? Tal vez podrías darte cuenta de que, más allá de todo el temor que le podamos tener, se encuentra su compasión, su misericordia, su protección… su AMOR. ¿Qué te diría su mirada? Quizá te diría que no creyeras que esos momentos, en los que te quebraron, le pasaron desapercibidos y que, ahora, no solamente te ayudará a reponerte, a sanar esas heridas que, tal vez por mucho tiempo, has venido cargando, sino que hará que esos espacios que una vez fueron campos de abandono, de derrota, se convertirán en tierra fértil para que resplandezcas aún más fuerte, más sabio, y puedas volver a sonreir.
Tal vez te recordaría que sus planes hacia tí son que prosperes, que seas feliz, que alcances la mejor versión de tí mismo, y que jamás han sido para herirte, sacudirte ni hacerte daño. Y que esos momentos, en los que sentiste que tus sueños se quebraron, fueron para alejarte de un destino que no te era conveniente, porque te iban a traer más decepciones que esperanzas. Y también te diría que tengas fé, que tienes un futuro lleno de esperanza; y que ha estado y seguirá contigo a cada paso, en cada sueño, en cada latido de tu corazón.
En este 6 de agosto en que, en Saltillo, celebramos a nuestro Santo Cristo de la Capilla, independientemente de tus creencias religiosas, me encantaría invitarte a que te dejes mirar por Dios, el Universo o como tú quieras llamarlo. Creo que ya es tiempo de que te des cuenta que tu vida es más que un suceso transitorio, un luchar por ganar el momento. Tu vida es un eco en la eternidad, un sueño de una mente más grande que la tuya; esa mente que hoy, erguida en una cruz, nos recuerda que no existen imposibles, y que a pesar de la apariencia del más absurdo final, el final no existe… porque no existen imposibles para Él. Que, de Su mano, lo absurdo toma sentido, la fatalidad se convierte en milagros y lo perdido se vuelve a encontrar bajo el poder del amor, del amor más grande que existe.
Y aún más allá, si pidieras a Dios sus ojos para que te permitiera ver a través de ellos, ¿cómo sería lo que te rodea? ¿De qué manera verías a tus seres queridos? ¿O a aquellos con quienes tienes conflicto? ¿De qué tamaño serían tus problemas comparados con el vasto infinito de todo lo que existe?
Creo que, el día en que podamos ver con los ojos de Dios y le permitamos que nos vea, así con nuestra vulnerabilidad, con nuestra totalidad, ese día nos daremos cuenta que somos amados, que somos cuidados y sostenidos. Y tal vez ese día dejemos de preocuparnos por cosas tan efímeras como nuestra imagen, nuestros tropiezos y caídas… y ese día será el día en que podremos comenzar a vivir el Cielo en la Tierra, sembrando en el mundo las semillas de la misericordia, la esperanza y la alegría por existir.
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