EL HOMBRE ANTE EL INFINITO

Hace treinta y tres años, el 24 de junio de 1991, murió el pintor y muralista oaxaqueño Rufino Tamayo. Nuestro país ha sido y será cuna de grandes artistas, Rufino del Carmen Arellanes Tamayo, fue figura de primera importancia en el panorama de la pintura mexicana del siglo XX, junto con Rivera, Siqueiros y Orozco, le dieron un gran impulso, difusión y reconocimiento internacional al arte que se desarrollaba en México.

Pero como suele suceder con los grandes artistas, sus obras no suelen estar en las galerías y museos de los países donde nacieron. Una de sus obras que me llaman más la atención es el “El hombre ante el infinito”, localizada en el Museo Real de Bellas Artes en Bruselas. Ciertamente me da mucho gusto, ver las obras de nuestros connacionales expuestas y admiradas en las galerías de arte más importantes del mundo, ver como los expertos de arte se paran, contemplan y explican las obras a los aficionados como yo, para entender lo que el autor quiso plasmar a través de los pincelazos en óleo sobre tela, donde colores, formas, luces y sombras coordinan imagen e idea.

Cuando vi el cuadro me imaginé un Chac mool, pero viendo al cielo, que lo enfrenta y lo reta a través de las estrellas, el rostro de perfil alzado al infinito tiene sus labios entre abiertos, admirado y sorprendido pues es parte de este infinito. Sin embargo, no es un Chac mool, es un hombre de pie que sostiene un bastón, como un ancla que lo sujeta a este mundo, que lo sujeta y a la vez lo sostiene. Tamayo no deja a un lado la dicotomía de los pueblos mesoamericanos de la luz y la sombra, del día y la noche; en “El hombre ante el infinitivo”, el cielo esta oscuro y con luz, la luna también puede ser el sol, y el mismo hombre por un lado está iluminado y por el otro en la sombra.

“El hombre ante el infinito”, solo puede elevar la mirada al cielo que lo sobrepasa, para seguir teniendo los pies en la tierra, ver que no todo es sombra como no todo es luz, que, así como hay zonas del mundo y de nuestra persona iluminadas e iluminadoras, también hay zonas y áreas oscuras y tenebrosas. Según la explicación de la pintura, Tamayo pone en ella el dualismo de lo irreconciliable, que sumerge al espectador en la meditación de la imposibilidad de aprehender todas las cosas, y sin embargo para que se de esta aprehensión debe de darse un encuentro místico entre el ser humano y su entorno.

El hombre grande por su inteligencia, por su capacidad de comprensión, creación, innovación, de poder transformar y actuar en la naturaleza, también se ve infinitamente pequeño ante lo infinito que es la creación de la que forma parte. Tamayo plasmó en este cuadro el encuentro del hombre consigo mismo a través de la experiencia del mundo que lo rodea, en este encuentro se descubre la belleza y la grandeza de todo lo que lo rodea, y humildemente descubrir que es polvo del mismo material, y nada más, ya que polvo es y al polvo volverá.

 

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El Heraldo de Saltillo
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