Aquello que ocultamos nos separa de los demás
Paulo Coelho
Todos tenemos lo que en psicología se llama agenda oculta, tan oculta que ni nosotros mismos nos enteramos. Se encuentra en nuestro punto ciego, es decir, en esa zona mental fuera de la conciencia que es la que conduce y controla nuestras vidas.
Ahí hay una gran cantidad de cosas sobre nosotros mismos que no podemos o no queremos ver, desde miedos, culpas, vergüenzas, envidias, resentimientos y cualquier otra emoción o sentimiento que no vaya bien con la autoimagen que hemos elaborado, hasta claridad, soluciones, cualidades, virtudes y talentos que nos encantaría poner en acción.
Cada cosa que ahí reside nos proporciona lo que necesitamos para vivir, decidir, actuar y relacionarnos: motivos; pero no los que creemos y decimos tener, sino los verdaderos, que componen la agenda oculta.
Y esos motivos están claramente a la vista para un buen observador, aquél que se observa a sí mismo. Para alguien que identifica y reconoce sus propios motivos, los demás se vuelven transparentes. Mientras más se conoce uno mismo, más conoce a otros.
Pero lo que no se ve o no se quiere ver en sí mismo, no se detecta en los demás, aunque puede atribuirse por proyección. Por ejemplo, si vemos en la gente defectos o cualidades que creemos no tener, nos estamos proyectando, porque aquello que no existe dentro no existe para nada. El universo entero vive a través de cada uno de nosotros, en la medida de nuestra capacidad para captarlo, experimentarlo, interpretarlo, explicarlo e incluso modificarlo.
Y como cualquiera de nosotros sabe ya, a estas alturas de la civilización humana, el conocimiento es poder, destructivo o constructivo, lo cual depende de eso que a cada uno nos mueve, el ya mencionado motivo, generalmente oculto. El que creemos y decimos tener es, en la mayoría de los casos, una justificación. Ahí tiene usted el famoso “lo hago por tu bien”, que casi siempre es una gran mentira; es una intervención grosera en la vida de otros en nuestros propios términos, para calmar nuestros miedos, ansiedades e impulsos de control.
Así, hacemos cosas buenas movidos por el egoísmo y disruptivas o moralmente censuradas por buenos motivos. Por ejemplo, la rebeldía de los hijos, considerada culturalmente como una desobediencia o una forma de comportamiento inaceptable, tiene más motivos buenos que malos, nacidos de la necesidad de construir una identidad propia, reparar aquello que funciona mal en la familia, ser mejor que los padres, entre muchos otros. Esto, claro, si se les impusieron límites sanos, clara, firme y oportunamente, y se hicieron respetar.
Uno de los motivos más ocultos y poderosos que existe es la envidia. A nadie le gusta reconocerse envidioso. Es uno de los sentimientos más condenados por la moral en cualquier época y cultura. Y es que sentirla es por lo menos perturbador, porque tiene un gran poder de corrosión de lo bueno, como la gratitud, la generosidad, la abundancia y la alegría.
Todos la sentimos en mayor o menor grado, sean cuales sean nuestras circunstancias, porque es producto de la insatisfacción y una visión de escasez, que no de la inconformidad. Cuando las dos primeras constituyen el motivo, lo que buscamos no es subsanarlas, sino solo compensarlas, porque las carencias de las cuales provienen son imaginarias. Pero cuando la segunda nos mueve, entonces realmente vamos por más, nos volvemos creativos, resolutivos, persistentes.
En la agenda oculta puede haber un resentimiento o una envidia diciéndonos que le hablemos mal de alguien a otra persona, para advertirla afectuosamente de ese mal con el que se va a encontrar. Aunque puede también haber una pasión que nos impulse a perseverar en un camino o una actividad que otros encuentren inútil, pero que nos hace sentir realizados.
Hay una dimensión colectiva de nuestras agendas ocultas, visible todos los días en las redes sociales. Pero la dejamos para la semana que viene.
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