Seguridad ciudadana: del mito a la estrategia
La violencia ha ido en aumento en México en los últimos años. La tasa de homicidios, ya sea que se mida en sexenios, años o incluso meses, muestra un crecimiento continuo y aparentemente interminable.
El incremento en delitos violentos es obvio incluso para quienes no tienen experiencia en estadísticas o seguridad. Los asesinatos se han convertido en un hecho inquietantemente rutinario. El derramamiento de sangre se ha vuelto tan común que ciertos incidentes deben cumplir criterios específicos (ser etiquetados como masacres o poseer atributos únicos) para atraer la atención de los medios.
Además, los medios de comunicación y los organismos especializados en seguridad informan casi a diario de nuevos récords alcanzados de muertes violentas, como si se tratara simplemente de una estadística deportiva.
Con la ayuda de registros rigurosos, ahora sabemos que la violencia no es un fenómeno generalizado. Los casos de conducta criminal, particularmente aquellos que involucran homicidios violentos y masacres, se concentran en regiones específicas. En consecuencia, el sentimiento de temor hacia la actividad delictiva varía según los estados y zonas del país.
Sin embargo, la continua y detallada cobertura mediática de los incidentes violentos, algunos de ellos brutales, ha contribuido sin duda a la rápida expansión de la sensación de inseguridad en todos los rincones del país. Este es el factor principal que llevó al tema de la criminalidad, especialmente sus manifestaciones violentas, al primer plano de las preocupaciones de los ciudadanos y lo convirtió en el punto focal de las elecciones presidenciales en México.
El problema de la delincuencia no es nuevo. Pero recientemente, se ha visto exacerbado por un aumento significativo en los homicidios y su exposición mediática. Lógicamente, la aprensión pública sobre este asunto también se ha intensificado.
La escalada de violencia acentúa la urgencia de tomar medidas contundentes. Reclamos que antes se consideraban meramente justificables, ahora exigen atención inmediata y deben convertirse en la prioridad del Estado mexicano.
Es crucial disipar el mito de que lograr la seguridad total en México es una meta inalcanzable, un concepto utópico o una tarea que requiere un esfuerzo sobrehumano.
La imagen de inseguridad perpetua, que surge de la creencia de que el Estado es incapaz de combatirla eficazmente, debe borrarse mediante acciones tangibles y no meros decretos y discursos.
Teniendo en cuenta tan exigentes comentarios, la pregunta crucial, desde mi punto de vista, es determinar la estrategia que deberá presentar quien gane las próximas elecciones.
Según creo, las directrices para abordar este desafío deben cumplir dos requisitos fundamentales.
En primer lugar, deben ser precisas, inequívocas, desprovistas de connotaciones ideológicas y alejadas de diagnósticos “convenientes”. Es imperativo enfatizar desde el principio que el gobierno no protege ni tolera a la delincuencia. Más bien, su propósito reside en salvaguardar a las personas y priorizar las necesidades de las víctimas.
Por otro lado, es necesario despolitizar la estrategia. Cuando diferentes grupos políticos se enfrentan respecto a la gravedad del problema y los enfoques para abordarlo, el partido que controla el poder legislativo finalmente prevalece, debilitando la posibilidad de accionar una política de Estado. Las agendas de los partidos eclipsan el interés público de la política de seguridad.
La historia ha demostrado que las estrategias de seguridad ambiguas y politizadas no producen buenos resultados.
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