La oportunidad de definir el futuro del país
Existen pensadores que son amplia e internacionalmente estudiados, por su capacidad de mantener vigentes sus planteamientos alrededor de los años; tal es el caso de Norberto Bobbio, cuyas ideas nos permiten vislumbrar desafíos de la democracia en las últimas décadas, aún en la actualidad.
En 1965 publicó su libro “De Hobbes a Marx”, en el cual establece la idea de que la política no tiene definición unívoca, eso implica que es un concepto ambiguo, que él trata de reducir a dos hipótesis.
La primera de ellas es la política como sinónimo de conciliación entre los intereses de los gobernados; la segunda como sinónimo de disputa, pues los mismos grupos de poder siempre tendrán visiones que colisionan entre sí.
Con lo anterior, Bobbio sugiere que prácticamente la visión que se adopte de la política está estrechamente relacionada con la percepción negativa o positiva sobre el Estado; y en ese sentido establece una relación entre la visión positiva de Hobbes y la negativa de Marx.
El primero resaltaba la valía del Estado Político como ente regulador del “estado natural” y de las fuerzas brutas que existen en él. El segundo lo argüía como ente opresor de las clases menos favorecidas.
Cualquiera de las posturas anteriores que nos convenza en base a nuestra construcción ideológica personal nos puede llevar a reflexionar la utilidad del voto en la democracia que nos toca vivir.
Nuestro país ha pasado un amplio proceso de estructuración de la democracia; la forma de organización política se ha transformado bastante. Comenzamos con imperios de civilizaciones prehispánicas centrados en el poder familiar, militar y religioso, luego pasamos a formar parte del virreinato español, después se luchó por la Independencia y se instauró un gobierno, que posteriormente fue causa de una Revolución, que a su vez instauró un poder federal que a raíz de las disputas políticas se ha ido transformando hasta llegar a lo que hoy conocemos.
En ese inter, existen sucesos relevantes para el ejercicio del poder ciudadano, por ejemplo, la primera vez que votaron las mujeres en elecciones federales (1955), o bien, la reforma electoral que impulsó la reconciliación con la juventud (1970) mediante la incorporación de ejercer el derecho al voto a partir de los 18 años.
Recordemos que el último de los casos se dio mediante la reforma al artículo 34 Constitucional, cuyo objetivo era incluir a la población juvenil en la vida política del país, mediante la reducción de la edad para votar (de 21 a 18) y de alguna forma reforzar la credibilidad en el estado, recordando que en esos años había un ambiente convulso derivado de los enfrentamientos entre los estudiantes, los porros y el gobierno.
Mi abuelo fue médico egresado de la UNAM y me contaba que en ese tiempo el mayor problema era el choque real de lo ideológico, es decir, tal como ahora existen, en ese entonces existían fuertes diferencias entre la visión positiva o negativa del estado, del capitalismo, el comunismo, etc. Pero en aquellos años se escalaba a la violencia para intentar imponer una u otra.
Hoy el panorama general es muy distinto y tenemos mayores libertades; las manifestaciones tienen un mayor grado de “permisibilidad”, las marchas, protestas y tomas de espacios, tienen la mayoría de las veces saldos blancos. Y la postura gubernamental es más receptiva y menos reactiva.
Las redes sociales han jugado un papel importante en lo anterior, pues han ido desplazando poco a poco a los medios de comunicación convencionales, y han permitido que se difunda información crítica con mayor facilidad lo que dificulta el autoritarismo. En pocas palabras, ahora todos pueden grabar y difundir todo, con mucha facilidad.
Emitir opiniones está prácticamente al alcance de cualquiera, pero sobre todo se pueden realzar las opiniones de la población más joven (nativos digitales). Por ello, resulta muy importante reflexionar la posibilidad que tiene la masa juvenil para decidir una elección y el riesgo de que lo anterior se haga a la ligera.
Un problema muy fuerte es que opinar, interactuar y en su caso acceder a información es muy fácil, pero no necesariamente tiene bases de calidad sólidas. Es decir, hoy en día existe una ola de “influencers” que ha decidido participar en la política, y que basan su estrategia en la difusión de contenido de entretenimiento que atraiga la atención, principalmente de los jóvenes.
Lo preocupante de lo anterior, radica en la falta de formación académica o experiencia real que pueden tener. O bien, la impulsividad natural de la juventud para tomar decisiones. Imaginemos que llegan al gobierno personas con poca o nula experiencia; la crisis y el estado fallido puede ser una consecuencia fatal y casi inmediata.
Por otro lado, existe una gran cantidad de jóvenes que se han capacitado académica y laboralmente. Un problema que pudiera presentarse es la apatía de la población juvenil para respaldarlos en base a la meritocracia.
26 millones de jóvenes podrán votar en las próximas elecciones, es decir, cerca del 30% del padrón nominal 2024 del INE. Porcentaje que si es ejercido, claramente decidirá el futuro del país.
En 2018, sólo 37% de los jóvenes de 18 a 29 años emitió su voto, lo que los posiciona como el sector con mayor abstencionismo, eso aunado a que en esa elección no existieron candidatos en ese rango de edad, aleja a la juventud de la verdadera representatividad y por ende del empoderamiento.
Recordemos que la democracia no sólo implica la posibilidad de salir a votar, sino un entramado integral para que los individuos tengan un espacio adecuado para desarrollarse a plenitud en base a sus expectativas o planes de vida y el ejercicio de los demás derechos.
Por ello, votar es el primer paso para construir la verdadera democracia y garantizar nuestros derechos. Pero siguen muchos otros escalones enumerados por la participación ciudadana, mediante los cuales la juventud puede ir moldeando su destino para ser sujetos de su propia historia.
Los problemas que tiene la juventud de hoy se dividen en dos: los de efecto inmediato, es decir, que estamos sufriendo aún siendo jóvenes, como por ejemplo la falta de apoyo para oportunidades académicas de calidad, el desempleo, la falta de seguridad social, el encarecimiento de las tasas de interés, el alza de precios en la adquisición de vivienda, las enfermedades de salud mental, etc.
Y los de efecto diferido que colapsarán cuando esa juventud ya no sea juventud y no tenga ni la misma fuerza productiva ni la misma oportunidad para cambiar las cosas. Por ejemplo los problemas financieros del sistema de pensiones, la imposibilidad de acceder a una pensión, lo impredecible de las AFORES y los planes de retiro, la falta de servicios de salud, la escases de agua, la contaminación del aire, entre otros.
Es decir, para contrarrestar lo anterior o intentar prevenirlo, retomando lo postulado por Bobbio, sea como sea que veamos el estado, como ente regulador positivo o negativo, es necesario que salgamos a votar, pues es la primera y quizá la más fuerte de las herramientas de empoderamiento ciudadano con la que contamos.
Al menos por el momento, pues recordemos que, en un estado autoritario se puede ir gestando la erosión de la democracia, y si en 1970 se pudo reformar en favor de la juventud, nada garantiza u obstaculiza de manera innegable que en el futuro se construya un sistema normativo que perjudique a quienes hoy nos encontramos en ese rango de edad.
Si queremos tener un país próspero, debemos tomarnos con seriedad el ejercicio electoral y la política, ya sea como ente conciliador o de choque de intereses. La juventud no sólo debe servir para bailar, ni debe minimizarse a una etapa de diversión en el desarrollo humano.
El poder para cambiar las cosas y decidir de alguna forma el futuro del país, al menos en esta ocasión sí está en la juventud. ¡La decisión de nuestro futuro es hoy! Hagámoslo con inteligencia e ideología.
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