CÁPSULAS SARAPERAS

Morirse no era barato

En esta ocasión te platico cuánto costaba morirse en nuestra hermosa ciudad de Saltillo, cuando aún no era ciudad ni se llamaba Saltillo, si no que eran dos poblados divididos por un riachuelo, del oriente estaba la Villa de Santiago del Saltillo y del poniente el Pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala.

En enero del ya muy lejano año de 1687, mientras Isaac Newton anunciaba la ley general de la gravitación allá en el Reino Unido, aquí en nuestra hermosa ciudad de Saltillo, más bien en la Villa de Santiago del Saltillo, falleció la señora Doña Juana de Cepeda, a quien le deseamos desde estos días del siglo XXI un eterno descanso, aunque creo que sus descendientes batallaron -no precisamente para sepultarla- pero si para los pagos de todo lo que el velorio conllevaba.

Imagínese, estimada y estimado Saltillense, fallecer en aquellos años, cuando no había funerarias, cuando te velaban en tu casa, cuando había por lo menos dos iglesias, la de San Esteban, del lado del Pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala, y la de San Francisco, del lado de la Villa de Santiago del Saltillo, y cuando pareciera que no había muchas cosas por hacer, pensaríamos que eso de morirse sería barato, pero no era así y te desgloso los conceptos con sus costos.

Por derechos de fábrica 15 pesos y 4 reales, pero déjeme aclarar que este tipo de derechos nada tiene que ver con alguna fábrica, de hecho, la revolución industrial todavía ni sucedía, sino que se refiere a un tipo de impuesto que se le pagaba a la iglesia. Las mandas de la Casa Santa de Jerusalén y Cofradía del Santísimo Sacramento tenían un precio de 4 reales. Al maestro de la capilla había que pagarle 6 pesos por el concepto del entierro, mientras el sacristán, sí tu familia quería un novenario, se embolsaba 10 pesos. El Fray Lorenzo Nieto, quien con seguridad era el jefe, se llevaba la enorme cantidad de 22 pesos. ¡Vaya que si era negocio! por lo menos para los frailes eso de morirse.

Por cavar dos pozos (desconozco por qué dos si sólo enterraban a Doña Juana) se cobraron 4 pesos y por el entierro 12. Lo más caro que se pagaba era el novenario cantado, pues el precio era de 27 pesos, mientras que las ofrendas tenían una tarifa de 16 pesos.

Los deudos de la fallecida pagaron 12 reales para la compra de casi 7 kilos de cera, el doblar las campanas de la iglesia de San Francisco costó un pesito. Mientras que la misa de cuerpo presente tuvo un precio de 5 pesos y 6 tomines, por cierto, el tomín era poco más de medio gramo de oro, 596 miligramos para ser exactos.

Y por supuesto que a la hora del velorio los asistentes tomaban chocolate, a lo que se le destinaba la cantidad de dos pesos, afortunadamente no se contemplaba el alipús, pues el presupuesto de los funerales de aquel siglo se hubiera disparado aún más. Al final los deudos además del dolor por la pérdida de la difunta pagaron 120 pesos, 20 reales y 6 tomines.

Déjeme comentarle estimada y estimado Saltillense que el precio del ataúd no estaba contemplado en esos gastos de Doña Juana, la difunta tal vez la enterraron como lo quería Cuco Sánchez: “lo que no quisiera que mi fuera de esas de madera, sino un buen sarape de esos de Saltillo que mi cuerpo envuelva y así por encima casi a flor de tierra mis restos los dejan pa´sentir siguiendo el calor ardiente del sol de mi tierra”.

Así de caro era morirse y aunque ese mismo año, 1687, Isaac Newton aseguró que todo lo que sube tiene que bajar, seguramente no tenía idea de que el precio por eso de morirse sólo sube.

Autor

Francisco Tobías
Francisco Tobías
Es Saltillense*, papá de tres princesas mágicas, Rebeca, Malake y Mariajose. Egresado de nuestra máxima casa de estudios, la Universidad Autónoma de Coahuila, en donde es catedrático, es Master en Gestión de la Comunicación Política y Electoral por la Universidad Autónoma de Barcelona, el Claustro Doctoral Iberoamericano le otorgó el Doctorado Honoris Causa. Es también maestro en Administración con Especialidad en Finanzas por el Tec Milenio y actualmente cursa el Master en FinTech en la OBS y la Universidad de Barcelona.
Desde el 2012, a difundido la historia, acontecimientos, anécdotas, lugares y personajes de la hermosa ciudad de Saltillo, por medio de las Cápsulas Saraperas.
*El autor afirma que Saltillense es el único gentilicio que debe de escribirse con mayúscula.