La muerte es un evento del que no nos salvaremos ningún ser humano. Lo único certero en esta vida es que vamos a morir, lo que causa en algunas personas miedo, incertidumbre, inseguridad, en fin, se desatan una serie de sentimientos unos de aceptación y otros de negación. Lo que nos intriga es que sabemos que dejaremos este mundo algún día, pero no sabemos cuándo, ni en donde, mucho menos bajo qué circunstancias. Existen diferentes mitos sobre que pasa después de la muerte, estoy segura de que es algo que nunca sabremos a ciencia cierta.
Podemos admitir la muerte de los padres, del esposo o esposa, de algún pariente muy querido, de amigos entrañables, pero según varios testimonios, el dolor más insoportable y difícil de entender, y de aceptar es la muerte de un hijo. El mismo idioma es incapaz de nombrar la pérdida de un hijo, podemos ser viudos, huérfanos. Hace poco la Federación Española de Padres de niños con Cáncer propuso a la Real Academia Española la palabra huérfolia/o dícese al padre o madre al que se le ha muerto un hijo.
En un trabajo de Peiró titulado “El duelo en la pérdida de un hijo”, nos orienta sobre este indeseable suceso, asegura que el duelo se define como una reacción adaptativa normal ante la pérdida de un ser querido, objeto o acontecimiento significativo, es un suceso estresante, que tarde o temprano hemos de enfrentar en su mayoría las personas. Se comenta en el artículo que el duelo durará más o menos unos tres años. Clasifica este evento de perder un hijo de la siguiente manera: El duelo es un proceso único e irrepetible, dinámico y cambiante momento a momento y evento variable de persona a persona y entre familias, culturas y sociedades. Está relacionado con la aparición de problemas de salud: depresión, ansiedad, crisis de angustia, aumento del consumo del alcohol y fármacos. Se incrementa el riesgo de muerte por eventos cardíacos y suicidio. Necesidad de apoyo sanitario.
Una herramienta útil para auxiliar a las personas en el duelo por la pérdida de un hijo es la tanatología. El Dr. Elie Metchnikoff, premio nobel en 1901, fue quien uso el término enfocándose en la medicina forense, por lo que se refería más a los cadáveres, sin embargo, años más tarde, la Dra. Elizabeth Kübler Ross se interesó en el proceso que vivían los enfermos terminales y le dio un nuevo significado al término, que es como lo conocemos hoy y cuyo objetivo es sanar el dolor causado por la muerte, además de apoyar en la desesperanza al enfermo terminal como al de sus familiares, ayuda a bien morir y a aceptar la muerte de un ser querido.
Tengo varios conocidos que lamentablemente han sufrido este evento, me han comentado que cuando se sufre la muerte de un hijo, también se pierde una parte de uno mismo, pierdes la vida, nada te consuela. Dependiendo como se desentrañe el hecho cada persona tendrá o no que aprender a vivir con el duelo, lo imaginó como una caída sin fin en un abismo. Los especialistas en el tema coinciden que las siguientes actividades pueden ayudar a los padres: Transitar por esta etapa sin exigencias permitiendo que aparezcan las emociones. Practicar la escritura diaria puede ser un buen ejercicio. Retomar las actividades habituales cuando la persona se sienta preparada. Es importante conservar, aunque sea con mínimas actividades, una rutina diaria. Buscar un especialista que pueda otorgar un sostén emocional y con el que se pueda elaborar la pérdida. Entender que cada miembro de la pareja vivirá el duelo de una manera distinta. Activar las redes de apoyo familiar, pero resguardando los tiempos y necesidades de cada uno. Finalmente integrarse a un grupo de apoyo acorde a las creencias y valores de la persona.
Solo me resta decirte que, si has perdido un hijo, la tristeza te puede invadir día con día, junto con las preguntas que no tienen respuesta alguna, te derrumbas, no te levantas, lloras, gritas, te enojas. Pero debes recordar que siempre la fuerza debe llegar a tu vida, cuando en la sombra de la noche observes el firmamento y digas tengo una estrella en el cielo.
Autor
-
Cursó la Licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública en la UNAM. Obtuvo el Grado de Maestra en Psicología Social de Grupos e Instituciones por la UAM-Xochimilco y el Doctorado en Planeación y Liderazgo Educativo en la Universidad Autónoma del Noreste. Cuenta con la Especialidad en Formación de Educadores de Adultos por la UPN; y con los siguientes diplomados: en Calidad Total en el Servicio Público, Análisis Politológico, y en Administración Municipal en la UNAM, entre otros.
Ha desempeñado diferentes cargos públicos a nivel Federal, Estatal y Municipal e impartido cursos de capacitación para funcionarios públicos, maestros, ejidatarios en el área de Administración Pública y Educación. Catedrática en la UNAM, UA de C, UVM, La Salle y en la UAAAN. Asesora y sinodal en exámenes profesionales en el nivel licenciatura, maestría y doctorado. Ha publicado varios artículos en el área de administración pública y educación en diferentes revistas especializadas, ha asistido a diferentes Congresos a nivel nacional e internacional como ponente en el área de Administración Pública y Educación, coautora en dos libros. Autora del libro Islas de Tierra firme.
Otros artículos del mismo autor
- OPINIÓN17 noviembre, 2024INSENSIBILIDAD SOCIAL
- OPINIÓN10 noviembre, 2024LAS NECESIDADES HUMANAS BÁSICAS VERSUS LAS ARTIFICIALES
- OPINIÓN3 noviembre, 2024UN INCESANTE CAER DE ESTRELLAS EN LA NADA
- OPINIÓN27 octubre, 2024TODO PASA NADA ES PERMANENTE