PLAZA CÍVICA

En 2024, nos convertiremos en demócratas o autócratas

Las elecciones de 2024 serán diferentes a las de 2018 en un aspecto fundamental: la claridad en las propuestas políticas del presidente López Obrador. Si hace cinco años el entonces candidato presidencial no tenía iniciativas claras, hoy las tiene. Y si en 2018 muchos albergaban la esperanza de que López Obrador fuese un demócrata, hoy queda claro que se propone destruir –no es hipérbole– la democracia mexicana.

El presidente de la República solo conoce el blanco y el negro. Su maniqueísmo le hace imposible ver la complejidad de la realidad, siempre grisácea. Un ejemplo claro son sus campañas presidenciales: mientras que en 2006 y 2012 rechazó alianzas imprescindibles y desplegó un discurso polarizador, en 2018 aceptó de todo y a todos e implementó un discurso ambiguo. Recordemos cómo en 2006 rechazó una alianza con la respetable Patricia Mercado y su Partido Alternativa Socialdemócrata –lo cual le hubiese dado la victoria– mientras que en 2018 se alió a los impresentables Partido Verde y Partido del Trabajo, con las innumerables canonjías que eso ha implicado hasta hoy en día.

Una máxima política es: “¿Quieres verdaderamente conocer a alguien? Dale poder”. Con la presidencia en sus manos, 22 gubernaturas en control de su partido y una popularidad alta y estable, López Obrador se ha desenmascarado rumbo a las elecciones más grandes del país. Dentro de sus muchas políticas desaseadas y autoritarias, una se encumbra: que los consejeros electorales del INE, así como los jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial, sean elegidos por voto popular. Porque si existen dos principios básicos de todademocracia-liberal, son elecciones libres y división de poderes. Y si el presidente desea elegir por voto popular a quienes son responsables de que haya elecciones libres y se imparta justicia, eso implica el fin de nuestra democracia-liberal. Que quede claro: no existe país demócrata alguno sin órganos electorales y un Poder Judicial independientes.

Las elecciones de 2024 serán las más importantes del México democrático porque se decidirá el régimen político del país: democracia o autocracia. El presidente ha elegido a Claudia Sheinbaum porque promete lealtad incondicional, pocas ideas e iniciativa y, sobre todo, falta de carisma. Esas características hacen más probable la continuación del proyecto autoritario del presidente, aunado a la cooptación de la corriente moderada ebrardista y lo que en los hechos es una espada de Damocles: la revocación de mandato. El verdadero poder político proviene de las masas, y esas las tiene en sus manos López Obrador, ya sea en Palacio Nacional o en La Chingada: Sheinbaum nunca será rival.

¿Qué hay en Xóchitl Gálvez que pueda ser peor que el proyecto autoritario lopezobradorista? En ocasiones los políticos son muy claros, y hay que creerles; López Obrador lo es ahora, confiado por el poder que ha amasado. Este contexto político hará que el voto que emitamos en 2024 nos defina a nosotros también: demócratas comprometidos con el país o autócratas comprometidos con el proyecto de un solo hombre.

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@FernandoNGE

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El Heraldo de Saltillo
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