El precio de la democracia en los partidos políticos
En la democracia la perfección no existe, salvo la descrita por Mario Vargas Llosa, quien acuñó la frase “México es la dictadura perfecta”.
El camino de la democracia es, en cambio, sinuoso y en ocasiones contradictorio. Como explicó el escritor peruano en los noventa, quienes afirmen lo contrario revelan una preferencia por regímenes que disfrazaron dictaduras con prácticas que aparentaban ser democráticas.
Más recientemente, sin embargo, parece regresar la añoranza por la época en la que el “dedazo”, la “línea” o “el que se mueve no sale en la foto” se veneraban como prácticas “saludables” o al menos “necesarias” para dotar de estabilidad y orden al antiguo sistema político.
Como resultado, los procesos internos de Morena y el Frente Amplio por México han sido objeto de fuertes críticas. Estas voces discordantes señalan insistentemente las imperfecciones en los mecanismos utilizados para elegir a sus respectivos candidatos a la Presidencia de la República en 2024.
Sin embargo, me parece que la mayoría de estas objeciones se apartan de las reglas del análisis político, tal vez porque sus autores desconocen las dificultades que entraña la democracia, o quizás simplemente porque añoran al viejo régimen.
Para estas voces, sería “perfecto” que AMLO pudiera nombrar directamente a quien pretende sucederlo, como se hacía en el pasado cuando regía la vieja costumbre del “tapado”.
Probablemente, en ese afán por encontrar la “excelencia” dentro de problemas políticos complejos, preferirían también que los partidos miembros del FAM acuerden tras bastidores el nombre de quien los representará en el proceso electoral venidero, omitiendo la recolección de firmas, debates y encuestas.
Debido a esto, los críticos insisten en llamar la atención sobre las pequeñas partes y evitan hablar del mecanismo de selección en su conjunto.
Citan, como ejemplo, la solicitud del PRD y de sus aspirantes Miguel Mancera y Silvano Aureoles para aclarar la forma en que se contabilizaron las firmas que les impidió a ambos avanzar a la etapa siguiente, como si esto fuese un fracaso del proceso del FAM.
Asimismo, respecto a Morena, los “perfeccionistas” aseguran que la postura de Marcelo Ebrard con relación al supuesto uso de recursos de la Secretaría del Bienestar para movilizar apoyos a favor de Claudia Sheinbaum, así como su preocupación sobre la confiabilidad de las encuestas, no son más que un reflejo de que el mecanismo de elección está dinamitado incluso antes de haber concluido.
De ninguna manera apoyo estas prácticas, ni sostengo que sean inevitables en los procesos democráticos de los partidos políticos. Por el contrario, considero que si las investigaciones concluyen que hubo irregularidades, éstas deberán ser sancionadas y corregidas para evitar que se repitan en el futuro. Naturalmente, si alguna anomalía resultara determinante para el resultado, sería necesario reponer el proceso.
Lo que intento decir es que a los partidos políticos les corresponde pagar el precio de democratizar sus procesos internos. Dado que la confianza en ellos se encuentra en una condición crítica, deben asumir todos los riesgos asociados con un proceso abierto y democrático antes de volver a las viejas prácticas, que terminaron desenraizando sus vínculos con los ciudadanos y provocaron la pérdida de militantes.
Por lo que, durante la etapa final del proceso, Morena y el FAM deberán extremar precauciones. La plena legitimidad del vencedor es sin duda el punto crítico en la elección interna. Si alguien pretendiera socavar la elección, apuntará entonces hacia el resultado, sea cual sea.
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