“La belleza…”
A veces, las personas que más nos quieren, son las mismas que nos crean inseguridades. Cuando era niña, no era consciente de que estuviera “mal” tener vello corporal, hasta que un día mi abuela me miró y le dijo a mi mamá –arriba del tocador tengo una crema para depilar el bigote, por si le quieres poner a la niña– ese “si le quieres” en realidad era una orden. La mentada cremita olía horrible y además me quemó parte de la piel del labio superior. “La belleza cuesta” exclamó mi abuela, mientras me prestaba su abanico para que me echara aire y así, aliviar un poco el ardor.
Estoy segura, que no soy la única mujer que de niña se sintió mal con su cuerpo por un comentario “inocente”. Es muy común que se opine acerca de qué tan chuecos nos van creciendo los dientes, qué tan ancha o estrecha es nuestra complexión y si somos más o menos “peluditas”. También conozco de primera mano anécdotas de primas y amigas que tomaron una rasuradora a escondidas para quitarse el vello de cualquier parte del cuerpo para no verse “feas” o “sucias” porque, además, se relaciona el vello corporal con la higiene. Estos cánones de belleza, son principalmente, asociados al género femenino, ya que se considera masculino o hasta signo de virilidad, tener una barba cerrada o el clásico pelo en pecho, aunque es innegable, que la industria pornográfica de los últimos años, ha decidido eliminar el vello de hombres y mujeres y con ello, genera expectativas estéticas que no son naturales.
Para Esther Pineda G. Doctora en Ciencias Sociales y autora del libro “Bellas para morir”, este tipo de acciones constituyen violencia estética, término acuñado por ella misma mediante el cual define al “conjunto de narrativas, representaciones, prácticas e instituciones sociales que ejercen una presión perjudicial y formas de discriminación sobre las mujeres para responder el canon de belleza imperante”, y esto se traduce en la constante búsqueda de las mujeres por encajar y pertenecer a la clase de las que son consideradas bellas o atractivas, pues quienes no se ajustan “están expuestas a la crítica, la descalificación, la ridiculización, la burla, la humillación y la exclusión de los espacios públicos o privados por su imagen y corporalidad” según lo explica la Dra. en ciencias sociales.
Esta violencia está tan normalizada en nuestro contexto, que diariamente podemos leer estos mensajes insertos en las redes sociales, las notas del periódico o hasta en los mensajes destacados de Google. Cada día existen métodos más novedosos para reducir finas líneas de expresión, lucir más delgadas, eliminar el vello facial y corporal de manera permanente, mostrar unas manos más jóvenes, etcétera, mientras que, en materia de salud, por ejemplo, seguimos utilizando un método que resulta bastante incómodo y doloroso para la atención del cáncer de mama. Incluso existe una enfermedad de implante mamario, la cual ha sido sub diagnosticada a las mujeres que se someten a cirugía estética del busto, ya que muchos de los síntomas que pueden observarse, se consideran parte normal de un proceso hormonal.
Las mujeres estamos sujetas a muchos estereotipos que dañan nuestra salud física, social y mental, pues ante tantas ideas del “deber ser” de una mujer, es prácticamente imposible para nosotras, romper una barrera y mostrarnos tal cual quisiéramos en la sociedad. La misma Esther Pineda señala que la belleza se considera “una condición inherente y definitoria de la femineidad”, situación que en múltiples ocasiones ha orillado a mujeres de todas las latitudes y estratos sociales, a someterse a procedimientos estéticos sin tomar en cuenta los riesgos que estos pudieran acarrear en un futuro, llegando en muchos casos, hasta la muerte.
Entonces es cierto lo que decía mi abuela, “la belleza, cuesta” pues no solo invertimos gran parte de nuestros ingresos en “vernos bien”; sino que, además, nuestro tiempo se ve reducido y muchas veces condicionado al “cuidado y amor propio”. La misma autora señala que el hecho de que las mujeres inviertan mayores cantidades de tiempo en su arreglo, no quiere decir que lo elijan de manera libre y conscientes de todo lo que ello les implica, sino más bien, como una manera de sortear los retos a los que diariamente nos enfrentamos a la hora de mirarnos al espejo o convivir con nuestro entorno.
De manera que la solución no estriba solamente en la autoestima y el amor propio, sino en ser conscientes de que, como decía mi abuela “La belleza, cuesta” y a veces ese costo es tan elevado, que no deberíamos estar dispuestas a pagarlo.
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