La empatía reside en la habilidad de estar presente sin opinión
Marshall Rosemberg
En 1996, el neurobiólogo Giacomo Rizzolatti descubrió las neuronas espejo, encargadas de la función de identificación emocional con otras personas e incluso diversos animales. De hecho, fue gracias a un mono que se hizo evidente su presencia.
Se calcula que hay alrededor de mil neuronas espejo por cada milímetro cúbico de cerebro, o sea mil 300 millones, apenas el 1.5 por ciento del total. Sin embargo, en ellas descansan la sobrevivencia y la evolución humanas.
En su operación se basa nuestra capacidad de imitar a los demás y establecer conexión, superficial o íntima, para formar relaciones afectivas y sociales en general, sin lo cual no tendríamos ningún marco de referencia para sobrevivir y desarrollarnos.
Son las responsables de comprender el lenguaje corporal de los demás, que es expresión de su estado emocional y anímico, con el cual nos conectamos después de un determinado tiempo de observación receptiva. Tras unas cuantas veces, establecemos un patrón de respuesta automática para sucesivas ocasiones, o sea, aprendemos.
Cuando más receptivos nos encontramos, y por tanto actúan más las neuronas espejo, es en los primeros años de vida. Si un bebé ve sonrisas, gestos de afecto, hacia él o entre sus padres, comenzará a comprender los estados de ánimo y las emociones involucradas, e iniciará su aprendizaje emocional y conductual. Desafortunadamente, hará lo mismo cuando vea rechazo, fastidio, enojo, amargura, en el trato directo o entre los adultos.
Es a este mecanismo neurobiológico de espejeo al que debemos nuestra capacidad de ser empáticos, pero, ojo, no hay que confundir el uno con la otra. La empatía es un acto de voluntad, una conexión que establecemos con otros conscientemente y, a la vez, una habilidad que se va desarrollando. Su principal característica es la de sumergirnos en las emociones ajenas sin ahogarnos ni emitir juicios y opiniones sobre lo que siente la otra persona. Así pues, se requiere de cierto grado de autoconocimiento que nos permita, por lo menos, distinguir entre el dolor real y el drama, así como el desarrollo de la observación atenta y la escucha activa.
El espejeo es lo que sucede cuando en automático nos “comemos” la emoción de otro y reaccionamos instantáneamente de la misma manera, lo cual se hace muy evidente en las redes sociales, cuando las personas se insultan entre sí por cuestiones políticas, religiosas y sociales.
A esto se deben, en realidad, la polarización social, los fundamentalismos religiosos, las guerras, la violencia en las manifestaciones multitudinarias, los linchamientos y los descontroles masivos en eventos deportivos o conciertos, además del fenómeno de los haters.
Para salir de esta identificación automática, que generalmente nos debilita, debemos desarrollar la habilidad de ser empáticos; es decir, ser conscientes de que las emociones provienen del otro.
Cuando comprendamos la diferencia entre espejeo y empatía, ésta se convertirá en una opción para el autodominio, puesto que sin ella simplemente estaremos reaccionando a las emociones ajenas y entregándole nuestro poder a cualquiera capaz de contaminarnos emocionalmente. Desarrollar la habilidad de ser empáticos nos posibilita relaciones profundas, pero con límites; es decir, sanas.
Todos podemos empatizar, porque todos tenemos neuronas espejo. Quizá, algunos hayan inhibido esa capacidad en su infancia si estuvieron expuestos a mucha intensidad emocional o a la ausencia completa de afecto. Todas las células de nuestro cuerpo reaccionan igual al exceso: cuando ya no pueden procesar más aquello que les llega, se vuelven inmunes. Este es el principio tanto de la psicopatía como de la diabetes. De la misma manera responden a la carencia: se atrofian y paralizan.
Pero incluso quienes se hallan en esas situaciones pueden superarlas y desarrollar empatía, el acto más elevado de la inteligencia humana, pero accesible para todos. Cuando nos sintamos incapaces de empatizar y nos coloquemos en una posición mental de superioridad respecto de otro, es porque las mismas emociones nos ahogan a ambos.
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