COMO DECÍA MI ABUELA

«Déjalo que galopee»…

Mis abuelos tenían un matrimonio feliz, pero, según lo que contaba mi abuela, eso no fue siempre así. De recién casada, se dio cuenta de algunas «aventuras y deslices» típicos de los hombres criados en el machismo. Mi abuela decía que, al contarle a la mamá de mi abuelo esperando un consejo, está le contestó «déjalo que galopee, al rato agarrará su trote»… -y nunca lo agarró-, remataba mi abuela, mientras mi abuelo suspiraba y decía -ya me voy con los gallos-.

El tema de la infidelidad, me parece muy interesante a la hora de abordar estereotipos de género, ya que en él encontramos, de manera muy clara, lo que se espera de un hombre o de una mujer.

En el refrán que le decían a mi abuela, claramente se establece que la mujer debe adoptar una actitud pasiva frente a la infidelidad de su marido y esperar a que «se le pase el caprichito» cómo si fuera cualquier cosa. Por el contrario, se entiende como natural que el hombre, joven cómo era mi abuelo, tenga aventuras y salga a «galopar» con toda libertad, para que pueda, al paso del tiempo, «agarrar su trote».

Si bien, las historias de infidelidad son tan antiguas como lo es la monogamia, a la sociedad no le gusta que estos temas salgan a la luz pública pues «la ropa sucia se lava en casa». Pero esa misma sociedad que condena que se hable de la infidelidad y sus efectos, es la misma que solapa y promueve que el hombre tenga relaciones fuera de su matrimonio o pareja.

La historia de la influencer Tammy Parra, quién terminó con su novio al día siguiente de que hicieran público su compromiso, ha sacudido las redes sociales. Al parecer, sólo está mal hablar de infidelidad cuando es desde la mirada de las mujeres, desde su perspectiva. Cuando son ellas las que lo exponen son despechadas, dolidas, resentidas y ardidas.

Basta observar el éxito que ha alcanzado Shakira canción tras canción después de que se hiciera pública la infidelidad de Piqué. Encuentro este fenómeno interesante, porque en estas historias (la de Tammy y Shakira) podemos observar a dos mujeres que saltaron al ojo público y se atrevieron a hablar de «los cuernos», algo que muchas mujeres vivimos, pero que pocas hablamos.

Cuando nos encontramos con Shakira y Tammy, expresando lo que vivieron a través de sus canciones o la creación de contenido, esperamos que se comporten «a la altura» y no den «feria de más».

La canción Monotonía que mostraba a una Shakira con los ojos llorosos, un hueco en el pecho y el corazón sangrante en las manos, era todo lo que se podía esperar estereotípicamente, una mujer sufriendo por la pérdida del ser amado a causa de que le fue infiel. Pero la Shakira que dejó entrever detalles como que su ex aún la busca o que la mujer con quién fue engañada «Claramente, es igualita que tú» fue duramente criticada, por no comportarse como una buena madre y pensar antes en sus hijos, cosa que no se le exige a Piqué, padre de los dos hijos de Shakira.

De igual forma, Tammy Parra fue alabada en redes sociales por desearle lo mejor a su ex a pesar de ya no estar juntos y por reconocer las virtudes de Omar. Pero cuando habló sobre los detalles de su vida sexual y de cómo esta no la tenía satisfecha, muchas de sus seguidoras expresaron su descontento, añadiendo que se les cayó un ídolo, que sólo hablaba por despecho. ¿No tenemos derecho entonces a decir lo que vivimos, o a expresarnos desde la rabia y el despecho?

Justamente, las mujeres no podemos seguir callando nuestras vivencias, porque muchas atravesamos por lo mismo. «Lo personal es político» cuando no es una sola mujer la que atraviesa por problemas de ansiedad y depresión al enterarse de que su pareja la ha traicionado. Necesitamos validar la voz de las mujeres, aunque no nos guste o hasta nos «cale» lo que dicen, porque en ellas vamos a reconocer la voz de nuestras abuelas, madres, hijas o nietas. Necesitamos ver más allá de un estereotipo y generar espacios libres de violencia para que más mujeres se atrevan a expresarse, sin miedo al rechazo social ni al qué dirán. Necesitamos más mujeres que rompan el paso y empiecen a galopar.

 

Autor

Leonor Rangel
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