RUIDO DE FONDO

 

Una molesta (y poco comprendida) obra de culto 

El realizador de este filme es Noah Baumbach, un tipo que posee una inequívoca vocación para trabajar el tema de las relaciones personales en la sociedad actual. Es un director valiente, porque se atreve a llevar a las imágenes una novela difícil de leer y más compleja de adaptar, lo que se traduce e en uno de esos casos en que los lectores fanáticos rasgan vestiduras y los que gustan de desafíos y puntos de vista levitan.

Se trata de Ruido de fondo, la novela de Don DeLillo, que es una feroz sátira sobre las familias estadounidenses que transcurre en una sociedad donde el medio ambiente está en estado agónico y el mundo vive una apocalipsis. Con gran cantidad de diálogos, algunos que no conducen a nada, el director se las arregla para llevar adelante su adaptación y -era que no- el producto final es un caos que llega a perturbar, donde hay mucho erotismo y absurdo por partes iguales, en donde existen secuencias completas en que predomina la paranoia y un cine de autor no apto para cualquier espectador, sobre todo dirigido a un público que de verdad tenga buena preparación en la apreciación del cine, en un filme tan fascinante como detestable y cuyo elenco lo encabeza el actor fetiche de este creador, Adam Driver.

Problema uno: olvídate de los lectores que aman la novela.

Nada más complejo adaptar una novela al cine, sobre todo si tiene miles de lectores que la adoran como obra literaria y que encuentran inconcebible su traducción a imágenes. El problema se hace más agudo cuando se trata de una novela para nada convencional, harto digresiva considerada como hito de la literatura posmoderna de Don DeLillo de 1985. Se trata de un relato en primera persona de Jack (o J.A.K., como se le conoce en el colegio) Gladney sobre un año en el College on the Hill puesto patas arriba por un evento tóxico en el aire es una meditación sombría y burlesca sobre lo ineludible de la muerte.

En la novela hay profundas y eternas reflexiones respecto del miedo imposible de cercenar acerca de la muerte inevitable, a asumir que hagamos lo que hagamos somos mortales con un tiempo definido, temor que nada es capaz de borrar: ni el consumo, ni el sexo, ni los mass media ni el consumismo pueden borrar ese miedo ancestral que se asocia a la muerte como suceso clave de todo ser humano.

La gracia inicial es que el director Noah Baumbach se arriesgó y lo hizo hasta las últimas consecuencias, lo que recuerda el caso sucedido con la novela El festín desnudo, del escritor Williams S. Burroughs y que adaptó, sin perder su propio estilo y obsesiones, el siempre polémico e inclasificable director David Cronenberg.

Problema dos: sé capaz de filmar tus necesidades personales

El mayor logro del director es que, a pesar de estar trabajando con un material sensible, complicado y (aparentemente) imposible de traspasar a imágenes, el realizador optó por la mejor opción: filmar a partir de sus propias necesidades expresivas y lo hizo muy bien, independiente de que el resultado no sea del agrado mayoritario, tema que es extra fílmico, es decir, cuestión de gustos y sensibilidades.

Este filme está bien filmado, cada escena es importante, con una técnica que denota oficio y buen ojo, De este modo, cada una de las escenas de la película tiene una significancia especial, con colores, texturas y un sinnúmero de detalles exquisitos, incluso los que parecen no tener mayor valor. En este sentido, hay escenas de ovnis en la televisión de una gasolinera o las sombras chinescas en una tienda de campaña en el campo de refugiados, cada uno con un exquisito valor sígnico dentro del conjunto.

Y esto no es un mérito menor, considerando que este filme es uno de los pocos en que escapa de sus temas habituales: dramas de personas, radiografía de la convivencia cotidiana donde predomina el bajo presupuesta, la ausencia de efectismos visuales y concentración de su narrativa. Acá, en cambio, entra de lleno al tema de la acción desbordante e incluso incorpora efectos especiales con soltura: furgonetas saltando por el aire, un atasco de tránsito se convierte en un festín y aparecen nubes con una presencia perturbadora. Y ni qué decir que el instante en que se produce el choque entre un tren y un camión, que es el punto inicial del drama tóxico aéreo, debe estar entre lo mejor de lo filmado en el último tiempo.

Curiosamente, Ruido de Fondo también tiene humor y no poco, aunque claro, es intelectual y destinado al lucimiento de sus intérpretes, como sucede con los diálogos delirantes de Don Cheadle (en el papel del profesor Murray Jay Suskind): «Hitler es ahora el Hitler de Gladney» y «Todos los blancos tienen una canción favorita de Elvis» en todo su elevado absurdo.

Y hay secuencias extrañas, absurdas y poco comprensibles como la yuxtaposición de las imágenes de Elvis y Hitler como hijos de mamá, es lejos, uno de los instantes clave del filme y una hilarante provocación.

Problema tres; ¿y si el público no entiende nada?

En realidad, se nota que eso no le preocupa al director.

Lo suyo es lograr una adaptación notablemente fiel al libro, por lo que no debería decepcionar a los fans en términos de fidelidad. El gran pero es que está destinada a un grupo muy específico -los lectores acérrimos de la novela y quienes aman al director que, en estricto rigor, no es tan conocido en el ámbito comercial.

Uno de los peros del filme es que, en su conjunto, resulta demasiado fría, cerebral y desde luego eso espanta al respetable tan apasionado por los filmes más-de-lo-mismo.

Algunos más críticos aluden al hecho que el director optó por la frialdad de la inteligencia antes que el gozo del humor y eso le juega en contra y solo se aliviana (pero muy poco) con la banda sonora de Danny Elfman que, en su estructura minimalista, es apagada por el ruido de fondo de la vida actual, cargada de estímulos, de ruidos de electrodomésticos, el constante televisor que nadie ve realmente o las peleas domésticas.

El gran mérito de Netflix es su riesgo de apostar e invertir en filmes que, desde el comienzo, se sabe que no llegarán a ser un éxito de taquilla ni del consenso del público, pero que precisamente por esa libertad y desapego de lo habitual, terminan siendo piezas exquisitas de ese grupo denominado como de culto.

 

Autor

Víctor Bórquez Núñez
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación