OSCAR PIMENTEL GONZÁLEZ
Discurso pronunciado el jueves 30 de marzo de 2023 por el Lic. Oscar Pimentel González, durante la conmemoración en el Ateneo Fuente de Saltillo del 50 aniversario de la autonomía de la Universidad Autónoma de Coahuila
Ing. Salvador Hernández Vélez, rector de la Universidad Autónoma de Coahuila.
Lic. Francisco Saracho, Secretario de Educación de Coahuila y Representante del Gobernador Miguel Ángel Riquelme Solís.
Lic. Miguel Ángel Rodríguez Calderón, Secretario General.
Coordinadora de la Unidad Torreón, Doctora Sandra López Chavarría; Coordinador de la Unidad Saltillo, Doctor Julio Saucedo Zul; Coordinador de la Unidad Norte, Ingeniero Luis Carlos Talamantes Arredondo.
Lic. Josué Garza Carrales, Director del Ateneo Fuente.
Lic. Armando Fuentes Aguirre, Ex Director del Ateneo Fuente.
Amigo Secretario General del Sindicato de Trabajadores de la UAdeC (STUAC), Rubén Antonio Favela Torres.
Apreciables integrantes del Honorable Consejo Universitario.
Amigas y amigos que participaron en el movimiento estudiantil por la autonomía y en el Comité de Lucha Pro Autonomía.
Amigas. Amigos.
Agradezco al rector Ing. Salvador Hernández Vélez su amable invitación para compartir con ustedes algunas reflexiones.
Hoy se cumplen 66 años de la fundación de nuestra universidad, hecha el 30 de marzo de 1957. Hoy, es la mejor coincidencia para conmemorar, en esta ceremonia solemne de Consejo, el cincuenta aniversario de la autonomía de nuestra máxima casa de estudios que se formalizó legalmente el 4 de abril de 1973.
La autonomía de la universidad es el resultado de una lucha política de las y los estudiantes por el reconocimiento de sus derechos a participar en las decisiones que les afectan; por la defensa de sus derechos de opinar, de proponer, de ejercer su libertad; por su derecho de recibir una educación de calidad y poder contribuir a superar el atraso y las desigualdades sociales.
En el fondo, la autonomía es efecto de los tiempos convulsos en los cuales surge un movimiento de la juventud en todo el mundo que repudiaba el autoritarismo, la guerra, las instituciones anquilosadas, la discriminación racial, la moralidad hipócrita de la sociedad de consumo y la exclusión en todas sus formas.
En ese momento histórico, se vivía una revuelta juvenil reflejada en el rechazo a la guerra de Viet Nam, protestas en Estados Unidos por los Derechos Civiles; en Europa, el mayo Francés, y en México la represión a los estudiantes en 1968 y en 1971.
Fue un tiempo de contracultura. De profunda ruptura generacional. De ascenso de la izquierda latinoamericana, del ideal que todavía representaba para muchos la revolución cubana y de la crítica al imperialismo y al capitalismo dependiente por la marginación social que provocaron.
Esos años fueron de una gran efervescencia política en México. El movimiento estudiantil de 1968 y el jueves de corpus en 1971, fueron la gran demostración del severo desgaste al que había llegado el sistema político mexicano, sin más recurso que el autoritarismo.
La tensión acumulada solo se pudo empezar a liberar mediante lo que se llamó en su tiempo la “apertura democrática”, dirigida en principio a la juventud y que, en el transcurso de las décadas siguientes, se convertiría en un gran proceso político para lograr la democratización del país y contar con instituciones electorales confiables y competentes.
A principios de los años setentas, se gestaron movimientos estudiantiles en diferentes escuelas de la universidad y se organizó la Federación de Estudiantes en Saltillo de la Universidad de Coahuila – la FESUC- que tendría una importante participación en la lucha por la autonomía, y que impulsó iniciativas tan importantes como la creación de la Preparatoria Popular para Trabajadores, hoy Instituto de Ciencias y Humanidades “Salvador González Lobo”, y el fortalecimiento del servicio social de los estudiantes.
Por cierto, que nos da mucho gusto saludar aquí al líder fundador de la FESUC, Mario Arizpe García.
En muchas escuelas, con especial énfasis en la Facultad de Ciencias Químicas, en la Escuela de Medicina de Torreón y en la Escuela Superior de Agricultura “Antonio Narro” – hoy universidad autónoma también-, se generó un ambiente de creciente participación con el reclamo de diferentes reformas e innovaciones a la muy esclerotizada vida académica, y a la nula vinculación de la universidad con la realidad social del país.
Recuerdo con emoción que en el Ateneo Fuente organizamos la primera huelga estudiantil en los más de cien años de la institución, para exigir el cambio del plan de estudios —todavía inspirado en la filosofía positivista del siglo XIX—, equipamiento de los laboratorios de química, física y biología, modernización de la enseñanza del inglés y un departamento de orientación vocacional, como principales demandas.
Por cierto, que fue en este mismo Paraninfo dónde la asamblea estudiantil votamos a favor de la huelga y, posteriormente, acordaríamos sumarnos a la lucha por la autonomía.
El movimiento de lucha por la autonomía tuvo una meta muy clara: reformar el modelo de la universidad, para convertirla en una institución que cumpliera cabalmente con sus tareas de enseñanza, investigación y difusión cultural, gobernada por los propios universitarios y comprometida con la sociedad.
Pero no fue una lucha fácil. Tuvimos que aprender sobre la marcha cómo organizarnos y movilizarnos para exigir al gobierno un nuevo estatus jurídico y político, que rigiera la vida interna de la universidad y su relación con los poderes públicos.
Para ello, organizamos asambleas democráticas en las escuelas, integramos un Comité de Lucha Pro Autonomía, tomamos el edificio de la Rectoría, realizamos manifestaciones multitudinarias, bloqueamos temporalmente carreteras federales y tomamos estaciones de radio para difundir nuestras razones y nuestras demandas.
Más allá de estas acciones, que definían un principio de exigencia y de presión de parte de nuestro movimiento hacia las autoridades estatales, sus dirigentes siempre mantuvimos, aún en los momentos de mayor tensión y conflictividad, una actitud pacifica, constructiva y mediadora. ¡¡Nada por la violencia!!
Nuestras demandas siempre estuvieron orientadas al mejoramiento académico, al fortalecimiento institucional y al cumplimiento de la responsabilidad social de la universidad.
Aún así, las negociaciones del Comité de Lucha con el Gobierno no fueron nada fáciles. Algo comprensible. Era la primera vez en mucho tiempo que el gobierno se veía obligado a hacer frente a una protesta social organizada, y ahora con el antecedente del movimiento del 68 a cuestas. No obstante la intransigencia inicial para atender la demanda de autonomía, más evidente en los funcionarios gubernamentales de segundo rango, la apertura, sensibilidad y capacidad políticas del Gobernador Eulalio Gutiérrez Treviño – hay que reconocerlo – fueron decisivas para lograr acuerdos y conseguir que se promulgara el 4 de abril de 1973 la Ley Orgánica de la Universidad Autónoma de Coahuila.
¿Qué ganamos con la autonomía? Qué la universidad dejara de ser un apéndice del aparato gubernamental, y de estar sujeta al vaivén de las coyunturas político electorales, y a decisiones verticales, ajenas al cumplimiento de sus funciones sustantivas.
Ganamos capacidad de autolegislación, autogobierno, elección universal de las autoridades, participación paritaria en los órganos de gobierno y administración de un patrimonio propio.
¡Los universitarios debemos sentirnos orgullosos! En estos años la universidad ha crecido en cobertura y calidad, ha desplegado sus capacidades para realizar investigación pertinente en el contexto estatal y nacional, ha realizado una importante tarea cultural y se ha logrado vincular de distintas maneras con su entorno social y económico.
Como en 1973, hoy la universidad vive momentos cruciales de cambio en el mundo y en México. Es necesario un gran esfuerzo para asomarnos al futuro y determinar lo que debemos hacer frente a las tendencias del desarrollo tecnológico acelerado, el cambio de los mercados globales, la emergencia ambiental y la necesidad de terminar —de una vez por todas— con obsoletos patrones culturales que restringen las libertades y la dignidad de las personas. El gran desafío es repensar la universidad en las nuevas realidades del siglo XXI que ya se vislumbran.
Los universitarios tenemos hoy la responsabilidad histórica de defender la democracia amenazada y de evitar el retroceso del país. Hoy, como hace cincuenta años, debemos hacer del conocimiento, el pensamiento critico y el compromiso con nuestra comunidad, la fuerza del cambio para mejorar y construir el Coahuila que queremos.
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