El PRI, del naufragio al equilibrismo
En el PRI hay un desconcierto que deja al descubierto el dilema entre afianzarse como oposición o convertirse en un satélite más del poder, y en esa confusión, la desconfianza en sus dirigentes crece.
Posiciones antagónicas que dan lugar a la comparación con una extraña entidad habitando en el limbo. Porque a pesar de perder miles de adeptos y derrumbarse en las preferencias electorales, el viejo PRI se niega a morir, pero el nuevo partido, moderno y popular, no termina por nacer.
Es ese jugar al borde del precipicio, ajustando visiones políticas, conforme más convenga, lo que define al PRI de Alejandro Moreno y Rubén Moreira.
Durante los últimos tres años de vida (o agonía) institucional, el PRI se mueve en una trayectoria discontinua. Funambulismo estratégico que ha suscitado confusión en la militancia y suspicacia en sus aliados.
Curiosamente, el resultado de la estrategia ha sido un instante indistinguible entre el ocaso y el amanecer.
Para algunos, la actual dirigencia nacional del PRI es el fiel reflejo de todo aquello que no hay que hacer en política. Los resultados electorales desnudan el encogimiento del partido. Hasta hoy, el PRI ha perdido frente a Morena todas las elecciones en los estados que gobernaba.
Le restan Coahuila y el Estado de México, en los cuales se llevarán a cabo elecciones el próximo año. La mayoría de las encuestas predicen que, sin alianza, el PRI perdería ambas.
Al mismo tiempo, la otrora poderosa bancada tricolor, poseedora de amplias mayorías, capaces de mover la agenda legislativa a su antojo o promover reformas constitucionales con el mínimo esfuerzo y escasos consensos, ha quedado reducida al grado de partido “chico”.
Tal vez, desde la óptica de quienes consideran que los líderes actuales no dejan de dar pasos en falso, la peor parte sea que partido “chico” no es un mote o un término peyorativo, sino una exacta descripción gráfica del lugar que ocupa el PRI en las preferencias electorales.
A pesar de ello, en el extremo, hay quienes opinan que, aunque cueste reconocerlo, los mandamases del PRI, lograron mantener al partido a flote después de la tormenta que significó la elección de 2018, en la cual el PRI sufrió la mayor derrota en toda su historia. Ni siquiera los comicios de 2000, cuando perdió por primera vez la presidencia, el tricolor registró tan magros resultados como hace cuatro años, situación que lo llevó al borde del naufragio.
Ante la frialdad de los números, la pareja de dirigentes optó por hacer frente a la encrucijada, asumiendo que el único camino para sobrevivir era inflar al organismo por arriba de su verdadero valor electoral. Para lo cual, construyeron la imagen de un partido que, a pesar de su minoría, resultaba indispensable para formar mayorías electorales y legislativas.
Fue así como, con algo de astucia y equilibrismo estratégico, Moreno y Moreira consiguieron que PAN y PRD se fijaran en ellos para armar una coalición que, a su vez, le permitió al PRI asegurar una pequeña bancada en las elecciones federales de 2021, misma que, probablemente, no hubiesen conseguido sin el cobijo de la alianza electoral Va por México.
Al mismo tiempo, esa pequeña bancada, engrandecida por la política de arengas y pronunciamientos que manejan al detalle Alejandro Moreno y Rubén Moreira, lograron que, frente a los ojos del presidente López Obrador y Morena, se les viera como indispensables para construir la mayoría legislativa que demandan sus reformas.
Debido a ello, con el uso de ambas manos, la izquierda suave y negociadora, y la derecha firme e inquisidora, el gobierno federal, emanado de Morena, otorgó al PRI un valor que no alcanzó en las elecciones.
Llegó un momento en el que el PRI, en apariencia pequeño y minoritario, se igualaba con un partido grande, capaz de definir la agenda legislativa, como sucedió recientemente con la reforma energética, del Ejército y, probablemente, ocurrirá así con la del INE.
Ese funambulismo estratégico y la astucia política de jugar con las circunstancias de sus aliados y adversarios, logró que, a pesar de la debacle y el abrumador rechazo de los electores, el PRI estuviera en la boca de todos.
Siendo realistas, sin embargo, esa nueva fisionomía política terminó volviendo frágiles a los liderazgos de Alejandro Moreno y Rubén Moreira.
La temeridad mantuvo la nave priista a flote, pero rumbo a los procesos electorales que se avecinan, puede que el PRI no necesite de bomberos, sino de capitanes que inspiren y ganen elecciones.
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