En uno de mis más antiguos recuerdos me veo en un rincón de mi casa, teniendo en las manos un patito tieso oliendo a quemado.
Mi papá me explicó cuando años después se lo dije, que ese fue mi castigo por maltratarlo; que al día siguiente del santo en que me lo dieron de cuelga, lo lavé porque se enlodó el jardín y como estaba frío, quise calentarlo en la estufita eléctrica que también me habían regalado.
Me sigue pareciendo injusto castigo porque lo hice buscando el bien del patito y casi ocho décadas después, ese momento me vino a la mente al leer el artículo de Noor Mahtani del 27 de febrero para El País, El jardín de los animales rotos.
Se refiere así, al bio-parque La Reserva, cercano a Bogotá y creado para supervivientes del contrabando animal en Colombia.
Cuidan ahí de dos centenares de animales sin posibilidad de sobrevivir solos y en sus 20 hectáreas se reproducen siete sistemas climáticos; desde la selva húmeda tropical hasta el bosque altoandino, con los grados de humedad, temperatura y olores específicos de cada territorio.
Los miércoles funciona como escuela, donde los niños aprenden que los huequitos que tienen los animales son huellas de balas y que cojean, porque perdieron una patita.
Y se enteran que, fauna y flora peligran por irresponsabilidad humana y al ver a un lorito que se arranca las plumas por el estrés que le dejo la trata, entienden que los animales son capaces de sufrir.
Uno de los favoritos, es el Coatí de montaña; mamífero de la familia del mapache endémico de Latinoamérica y clasificado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, como especie amenazada y tan escaso, que se conoce como el “fantasma de los Andes”.
Afortunadamente, el Instituto de Investigación Científica de Colombia hizo para La Reserva un protocolo de reproducción, gracias al cual ya nació una cría de esta especie.
Hay también dos búhos mancos, un tucán con el pico roto, una lechuza sin ala y un tigrillo improntado, llamado así porque no se siente animal sino humano, por haberse criado entre personas.
Iván Lozano, director y fundador del parque, informó a El País que el tráfico de animales es enorme, porque en cualquier parte del mundo hay alguien que quiere algún ejemplar raro y tiene dinero para comprarlo.
Y que el primer obstáculo para conservar la riqueza natural es no ver la educación ambiental, como fuente de bienestar para todos.
Precisó que La Reserva solo recibe animales colombianos a los que pueda garantizar óptimos estándares de atención. “No nos interesan ejemplares exóticos. Esto no es un zoológico”.
Pueden ser liberados si están físicamente completos, tienen capacidad de comunicarse con su especie y no han formado vínculos estrechos con el personal.
Pero en general “mueren aquí de viejos, les proporcionamos lo más parecido a su casa”.
No les ponen nombres porque “nunca le pondrías nombre a un pajarito que ves en el bosque. Aquí es igual, el búho es ‘Búho’ y el tigrillo, ‘Tigrillo’.”
Desde su inauguración en 2008, han rescatado 250 animales y han acudido alrededor de 150 mil niños.
Los daños que el tráfico produce son tan graves, insistió Lozano, que hay ecosistemas completos en peligro; como el bosque seco tropical que ocupaba grandes áreas del Caribe y solo queda el 2 por ciento, con la consiguiente desaparición de la fauna.
Colombia tiene 50 ecosistemas distintos y después de Brasil, es el segundo país más biodiverso del mundo; pero está a la cabeza del tráfico de especies, sobre todo ranas y anfibios.
Y no solo se llevan fuera del país, hay demanda local para usarlos en rituales, sanaciones chamánicas, vestuario, remedios y mascotas.
Ivonne Cueto del programa contra el tráfico de fauna silvestre de WSC, aseguró que las zonas más afectadas son las más ricas, el Pacífico sudamericano y el Amazonas.
En el último semestre del 2021 fueron decomisados en esa zona, mil 800 animales vivos de 217 especies y mil 822 huevos, de la tortuga Taricaya o Peta de río.
Por las pésimas condiciones que pasan los animales traficados, antes de llegar al comprador muere entre el 50 y el 80 por ciento y los demás terminan desnutridos, drogados o fracturados.
Y la violencia de los traficantes se extiende hasta los ambientalistas; Colombia es el país donde más, han sido asesinados.
Lozano concluye “creamos este centro con nuestros ahorros y como legado al país. Las donaciones que recibimos son prácticamente privadas. El Gobierno no aporta nada”.
Y advierte que 40 mil especies están en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Casi una de cada tres.
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