El corazón tiene razones que la razón ignora
Blaise Pascal
Hay cosas que solo con el corazón pueden hacerse, como aceptar, amar, agradecer, confiar, compadecer, empatizar, perdonar, pacificarse y desapegarse. Otras son cuestión del cerebro, como imaginar, racionalizar, clasificar, estructurar creencias. Unas más pertenecen al estómago, como el miedo y las emociones que de él derivan: ira, odio, indignación, resentimiento.
La ciencia ha demostrado que hay neuronas en el corazón y el estómago, de manera que operan como otros dos cerebros. Cuando hay conexión y equilibrio entre los tres podemos hablar de coherencia y congruencia.
Pero sin duda, el que debiera llevar la batuta es el corazón. Si lo hace el cerebro que racionaliza nos dedicaremos toda la vida a vivir desde nuestra cabeza, alejados emocional y sentimentalmente del mundo, tratando de controlarlo todo, justificando los errores propios, e incluso los ajenos cuando nos “muevan el tapete”.
Si, en cambio, el que rige es el cerebro del estómago, seremos principalmente reactivos a las personas y los acontecimientos, viscerales, conducidos por el miedo, aunque no lo identificaremos, pues su talento es disfrazarse. Si nos permitimos sentirlo conscientemente y lo miramos de frente, muere.
Así pues, todo lo que nos lleve a la felicidad, seguridad, paz interior y, finalmente, la plenitud, proviene del corazón y empieza por dos de las cosas más difíciles de practicar: el desapego y la aceptación.
Sus opuestos: el apego y la negación, provienen, por supuesto del miedo, cuyo primer efecto es cerrarnos el corazón para callarlo –lo cual se siente, físicamente, como una opresión–, y azuzar al cerebro a procesar información acelerada e irracionalmente, a fin de justificar ambas conductas, lo cual nos causa estrés y ansiedad.
A lo que más apego le tenemos en la vida es a nuestras creencias. En aquellas que son sin duda liberadoras y generadoras de bienestar integral, coinciden nuestros tres cerebros. En las limitantes o erróneas, las que nos mantienen en la zona de confort, solo el estómago y la cabeza.
Lo que más negamos es todo aquello que amenaza las creencias limitantes, porque estar equivocados y/o “hacer las cosas mal” derrumba nuestra seguridad, el estatus primordial del ser humano, pues equivale al peligro de perder nuestros bienes materiales y dañar nuestras relaciones.
Así pues, apegarse a lo conocido, en general, nos da una sensación de seguridad, más ficticia que real, pero lo único que tenemos si no hemos experimentado la paz del corazón, a la cual no le preocupan los cambios ni las opiniones ajenas.
Estar equivocado o cometer un error, o incluso la posibilidad de ello, nos produce culpa y vergüenza, que nos atormentarán porque nuestro corazón, cerrado como está por el miedo, no puede ni perdonar ni amar lo que somos.
Entonces trataremos de quitarnos la culpa y/o la vergüenza autocastigándonos o haciendo “cosas buenas”, sacrificios u otras conductas apreciadas socialmente, pero el desasosiego persistirá, porque solo la aceptación y el perdón sanan.
Ahora bien, para desapegarnos requerimos aceptación, y lo que debemos aceptar es esa verdad que nos está gritando nuestro corazón, pero que nuestro miedo no nos deja escuchar.
Es difícil aceptarnos a nosotros mismos con la conciencia de que no somos todo lo que los demás quieren que seamos, pues abrirlo puede ocasionarnos conflictos, descalificaciones, rechazo y exilio de la familia o el grupo social.
La aceptación es difícil porque es un proceso, no un suceso, que se logra, primero, dándole su lugar al miedo, escuchándolo, porque su función es protegernos de la repetición de experiencias dolorosas del pasado, pero seguramente no se ha dado cuenta de que ya somos adultos y podemos gestionarlas, en vez de evitarlas.
De hecho, hasta que no escuchemos al miedo, ni siquiera nosotros nos daremos cuenta de que seguimos reaccionando desde el niño herido. Cuando hagamos esto, el corazón se abrirá y hablará, con la sabiduría, la paz, la seguridad y el amor que estamos necesitando.
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