Y hay pruebas científicas de que así ocurre.
Llevaba tiempo preguntándome si los gobernantes tiranos supieron ocultar que estaban chiflados para que los eligieran o si el poder los trastornó, cuando el 15 de diciembre leí en Milenio el artículo de Irene Vallejo, Borrachera de poder.
Que me hizo clic, porque se refiere al Hybris, “que arrastra a héroes y poderosos a avasallar al prójimo…”
Buscando ampliar el asunto, entré a Internet y encontré el prólogo de 30 páginas que en 2007 redactó el médico neurólogo, miembro de la cámara de los lores, excanciller y escritor británico David Owen, para su libro En el poder y en la enfermedad.
Dos años después escribió junto al psiquiatra Jonathan Davidson, Hybris Syndrome an acquired personality disorder; donde explica el significado que en Grecia se daba al Hýbris, acto en el que un personaje poderoso de desmesurado orgullo, se divertía tratando a los demás con insolencia y desprecio.
Y define los cambios psicológicos y bioquímicos que el poder produce y causan un trastorno psiquiátrico de síntomas fácilmente reconocibles.
Para médicos y políticos que tienen en sus manos y decisiones las vidas de las personas, precisa Owen, son atributos esenciales la competencia y la capacidad de hacer juicios realistas sobre lo que pueden y no pueden lograr, porque todo lo que empañe ese juicio puede hacer daño considerable.
Asegura que los actos de hybris, son mucho más habituales en los gobernantes de lo que pensamos y cita al respecto, a la historiadora y premio Pulitzer Bárbara Tuchman “no tenemos conciencia que el poder genera locura…”
Como especialista en la química del cerebro, Owen cuestiona que se hable públicamente de las dolencias físicas de los mandatarios y se oculten las mentales.
Y advierte que quienes padecen el Síndrome Hybris, pierden la capacidad de gobernar, realizan actos crueles y gratuitos, no sacan provecho de la experiencia, tienen un ego desmedido, ideas fijas, sensación de omnipotencia y deseo de transgredir límites.
Para diagnosticarlo deben estar presentes cuando menos tres, de los 14 rasgos que lo identifican:
- Inclinación narcisista a ver el mundo como escenario, donde ejercitar el poder y buscar la gloria.
- Predisposición a realizar cosas que les den buena imagen.
- Tendencia a auto glorificarse.
- Modo mesiánico de hablar.
- Identificación de sí mismos con el Estado y el pueblo.
- Hablar usando la forma regia del nosotros.
- Desprecio por el juicio de los demás.
- Omnipotencia sobre lo que pueden conseguir.
- Convicción de que no deben rendir cuentas a la sociedad, sino ante cortes más elevadas: la Historia o Dios.
- Seguridad que esos tribunales los absolverán.
- Inquietud, impulsividad.
- Pérdida de contacto con la realidad y aislamiento progresivo.
- Convencimiento de la rectitud moral de sus propuestas, ignorando los costos.
- Incompetencia para la política por excesiva autoconfianza e incapacidad para cambiar de dirección, porque supondría admitir errores.
¡Ay Dios mío, fue como estar leyendo la descripción de López Obrador!
Con el agravante que no tiene tres de los rasgos necesarios para considerarlo trastornado, sino los 14; todos.
A lo largo de los siglos, sociedades más sabias que la nuestra han encontrado la forma de bajarles los humos a sus poderosos.
La romana, por ejemplo, colocaba un esclavo en el carro de los militares para que, al entrar victoriosos a las ciudades, les fuera repitiendo que por ser mortales su poderío acabaría.
Pero a López Obrador, elegido únicamente por un tercio de los votantes porque la mayoría no optamos por él, le sobran incondicionales.
Como el sacerdote Solalinde que lo compara con Jesucristo, el alcalde que le erige una estatua, colaboradores que a todo le dicen que sí para conservar cargos y salarios y miles que gritan que es un honor estar con él.
Así le es fácil seguir destruyendo el país y nuestras vidas, sin aceptar fracasos ni cumplir con el cometido principal de un gobernante, de dar seguridad a la población.
Su gobierno ha incrementado la impunidad, violencia, homicidios y cadáveres tirados donde quiera; fosas clandestinas y mujeres llorosas que buscan a sus desaparecidos; narcos dueños de gobiernos, vidas y destinos; falta de medicamentos y vacunas; los millones en pobreza sin acceso a salud y educación y niños sin infancia porque deben trabajar.
Más el desastre que es Pemex, programas sociales ineficientes que nos han costado 621 mil millones de pesos y escandalosas cifras de enfermos y fallecidos por ese coronavirus que aseguró no llegaría y por irresponsable y ególatra, lo contagió por segunda vez.
Y no quiero ni pensar lo que sucederá cuando lo encuentre su Némesis -diosa griega de la justicia y la mesura- y, como predice Owen, lo castigue como ha hecho con otros tiranos de la Historia.
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