AVISO DE CURVA

La sucesión presidencial, entre la hermandad y la herencia 

Justo a la mitad del sexenio, ¿Qué podría ser de mayor interés que el juego de la sucesión presidencial?

A decir del propio presidente López Obrador, la obra de su sexenio está prácticamente concluida. Incluso, recientemente el mandatario mostró su satisfacción por lo realizado hasta ahora. “Me podría ir tranquilo con mi conciencia”, afirmó.

Como todas las segundas partes de un sexenio, comienza el aletargamiento del gobierno y se activa la política. Los partidos y los aspirantes se preparan para competir.

Ese “Me podría ir…” en voz del presidente, que evoca distancia y despedida, se escuchó, a oídos de los aspirantes, sobre todo de aquellos pertenecientes al partido en el poder, como un disparo que anuncia el inicio de la carrera.

El desfile de salida, ese en donde los ejemplares se pasean a la vista de las gradas buscando llenar los ojos de los apostadores, dio inicio hace ya algunos meses.  Estoy seguro que, a pesar de la impronta sucesoria, la mayoría de los jugadores ya cazaron sus apuestas.

¿Favoritos? Para el graderío morenista, al menos tres. Para el gran apostador, sólo una: la doctora Claudia Sheimbaum.

Al momento, la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México tiene todo, o casi todo, a su favor. Las estructuras de Morena, especialmente aquellas del centro y sur de la República, simpatizan con su proyecto (ya sea por afinidad o por instrucción presidencial).

El presidente y algunos integrantes de su Gabinete, no esconden sus simpatías por quien comparte perfil profesional con una de las más grandes mandatarias de la época moderna, Angela Merkel (ambas son físicas).

Claudia Sheimbaum gobierna la urbe más importante del país y explota sin descanso un abundante (aunque en descenso) yacimiento de votos para Morena.

Sin embargo, esa gran ciudad podría también significar el sepulcro político para la favorita del presidente. El accidente de la línea 12 del Metro en mayo de este año, y la sangre escurriendo por la frente de Lia Limón, alcaldesa electa de Álvaro Obregón, la perseguirán por el resto de su administración y, probablemente, la alcancen en plena campaña presidencial.

Además, teniendo todo a su favor, destacando el apoyo del presidente, el control político y presupuestal de la capital y las preferencias electorales encabezadas por Morena, la Jefa de Gobierno dejó ir, durante las pasadas elecciones, 9 de las 16 alcaldías y la mayoría en el Congreso de la Ciudad de México.

Gobernar la gran urbe encumbra. Pero la derrota electoral en el máximo bastión morenista, ensombrece.

Sin embargo, ninguno de sus problemas administrativos o políticos resulta de tal magnitud como los rivales que tratan de alcanzarla en esta carrera presidencial. Dos de ellos, y tal vez los más importantes, pertenecen a su propio partido.

Destaca, en primer lugar, al senador Ricardo Monrreal Ávila. El zacatecano juega claramente al centro ideológico y programático de Morena, sabedor de que en la actualidad no tiene rival en ese espacio, ya que Sheimbaum se inclina hacia la izquierda y Marcelo Ebrad se mueve al flanco de la derecha.

Eficaz colaborador de la denominada 4T. Conciliador. Cercano a un gran número de liderazgos y representantes de todos los partidos, cámaras empresariales y gobiernos locales. Sin embargo, la distancia entre su proyecto y los planes sucesorios del presidente, crece cada día.

Considero que, de no resultar agraciado por el gran elector, Ricardo Monrreal, antes que alistarse en otro partido, voltearía, de nueva cuenta, hacia la Ciudad de México.

Enseguida, dentro de Morena, tenemos que referirnos a Marcelo Ebrad Casaubón. Sobre el canciller recaen dos máximas de la política mexicana, la primera juega en su contra, la que le sigue a su favor: “El poder se hereda a los hijos, nunca a los hermanos”. Ebrad es el “carnal”. Sheimbaum, en cambio, es hechura y crianza de López Obrador, una heredera política.

“Presidente no pone presidente”. Esta máxima se ha fraguado a partir del proceso sucesorio del presidente Carlos Salinas, quien, al igual que los cuatro mandatarios que le han seguido, no lograron instalar a su sucesor.

Tragedia; indiferencia; soberbia; desidia y, por último, conveniencia política, resaltan como las características y los factores que impidieron que Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña, respectivamente, entregaran la banda presidencial a sus respectivos “delfines”, “preferidos”, “carnales” o “herederos políticos”.

Marcelo Ebrad apuesta y trabaja para alargar esa seguidilla de presidentes desactivados políticamente e imposibilitados para inclinar la balanza sucesoria. El ex regente capitalino tiene una estrategia muy clara: arrebatar, a sabiendas de que lleva la desventaja frente al gran elector o una encuesta interna.

No obstante, el secretario de Relaciones Exteriores levanta una pesada cruz que puede ralentizar su carrera: la estación Olivos, justo el lugar del accidente de la línea 12 del Metro.

Estos tres personajes no son todos en la línea de sucesión de Morena, pero al momento destacan por ser los más visibles.

 

olveraruben@hotmail.com

 

Autor

Rubén Olvera Marines
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