COVID19 ha impactado en varias dimensiones, más allá de lo sanitario, ha modificado comportamientos que se antojaban anclados a nuestra cultura. Movió la economía al acelerar un gran cambio y enfoque; los mercados, digitalizados, hoy tienen como límite el mundo y su capacidad logística. De repente un mítico marzo en México, estuvo en igualdad de condiciones el restaurante más pequeño, quien tenía una gratuita página digital y una esbelta cocina, con el más grande centro gastronómico de la ciudad.
El gran confinamiento impactó al ecosistema, visible e imperceptiblemente aun, implicó nuevos desafíos pues no contaminamos sólo por transitar sino por consumir, la atención aumentó y con ella notamos un cielo más azul, para algunos más grande y para otros más pequeño.
La escuela en muchos casos reconoció una triste realidad, su incapacidad a flexibilizarse y la ineficacia de muchos de sus elementos ante una sencilla y previsible realidad; los contenidos se requieren más allá del aula. La gran brecha tecnológica dificultó la portabilidad de la escuela, pero también la dependencia por el modelo tradicional que, aunque el alumno puede adaptar y adoptar, seguimos viendo como única posibilidad educativa un maestro y un alumno en un contexto tan pequeño como un salón.
Muchos sensibles, pudieron constatar que la vida es algo más que ir al súper los domingos y trabajar el resto de los días, aprendimos que las relaciones no las fulmina la distancia sino solamente las decisiones. Trabajamos para en un futuro resguardarnos como ahora lo hacemos, ¿vale la pena?
La crisis informativa ha generado infodemia, infoxicación e infobesidad en un mundo que, lejos de comunicarse, busca conectarse. La ausencia de liderazgos más allá de las fronteras, los retos populistas y la tremenda inequidad han dejado profundos sinsabores mientras el mundo sigue preocupado por su vacuna. Vendrá la reconstrucción de un sistema de salud que fue profundamente deteriorado pero que también disminuyó la atención por lo no urgente. Las empresas ahora enfrentarán, en su cotidiana dimensión laboral, el dilema entre el retorno secular o disfrutar de los beneficios que el teletrabajo demostró traer.
Cuando todo esto pase, ¿regresaremos al mismo mundo? 2020 será un año imposible de olvidar, para quienes en él vivimos con algo de razón, pero ¿será lo suficientemente impactante para recordarse en la historia? Eso dependerá de las consecuencias, los hábitos adquiridos y las causas modificadas.
Nuestro presente está crucificado entre dos ladrones; el remordimiento por el ayer y la ansiedad por el mañana. Seguramente la crisis también se diluirá entre esos tiempos. El panorama se antoja alentador, al menos mientras confiamos en lo cíclico de la economía. Los miles de vidas perdidas quedarán en la nostalgia de una crisis más, irremplazables, pero con el tiempo aceptables. La vacuna parece preludiar un final, aún faltan muchos por recibir el biológico, pero ya empezó su distribución. Parece que se ha encapsulado la esperanza en una pequeña primera dosis.
Los tiempos difíciles construyen hombres fuertes que hacen tiempos fáciles, estos generan hombres débiles y la debilidad trae tiempos difíciles, así circula la vida entre respuestas y preguntas, pero en cada dilema, en cada solución media una simple intención; ¿regresaremos como antes fuimos?
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