LAS CATÁSTROFES DE LA MENTE

La tristeza es un don del cielo, el pesimismo es una enfermedad del espíritu

Amado Nervo 

Todos tenemos pensamientos catastróficos mucho más frecuentemente de lo que nos gustaría y de lo que estamos dispuestos a reconocer. No solo porque el estrés y la vacuidad de la vida moderna nos sumen en estados de ansiedad que azuzan nuestros miedos, sino porque, básicamente, seguimos conectados al pensamiento primitivo en el subconsciente colectivo, dueño y señor de nuestras vidas mientras vivamos con el automático puesto.

La falta o pobreza de vida interior, de sabiduría –convertir en conocimiento nuestras experiencias–, nos pone a merced de una programación mental milenaria cuyos algoritmos están basados en el miedo, proveniente de las épocas en que el ser humano se enfrentaba a la naturaleza y a sus semejantes sin el conocimiento que tenemos ahora, de manera que sus sensaciones primarias eran de escasez y peligro, ambos de vida o muerte.

Esta programación es la responsable de que “resolvamos” las adversidades a partir de los peores escenarios. Ciertamente, preverlos es una buena estrategia para estar preparados, pero llenar las imágenes de emoción es ponerse la soga al cuello, porque entonces las convertimos en verdades interiores, es decir, creemos en ellas, en su infalibilidad, de manera que solo les oponemos un débil “noooooo” interno, apoyado por una frágil esperanza.

Un ignorado Pepe Grillo nos dice que cambiemos el algoritmo de nuestra mente, pero no encontramos dentro nada superior al miedo, porque no hemos desarrollado los sentimientos que tendrán el poder de vencerlo, como la gratitud, la alegría, la compasión, entre otros, que, a diferencia del malestar, no son espontáneos, deben cultivarse con paciencia y disciplina, para cosechar bienestar interior.

Situaciones difíciles, personales y sociales, como la que hoy estamos viviendo con la pandemia, llenan nuestras imaginaciones de pensamientos catastróficos; las emociones que éstos generan se contagian, porque no hay nada más contagioso que una emoción, y crean un imaginario colectivo muy poderoso, lleno de malestar, que puede deprimirnos y desalentarnos si no sabemos desconectarnos de él.

Así pues, la mayoría de la gente comienza a desconectarse, porque la presión ya es demasiada, pero de una forma inadecuada: negando, minimizando, descalificando o ignorando la amenaza que se cierne sobre ella; borrando de sus pensamientos, en consecuencia, el potencial daño que pueden hacer a otros, lo cual los llevará a una conducta imprudente.

Sucede en cualquier situación en que dependamos unos de otros para estar a salvo. El individuo actúa de manera egoísta porque tiene miedo, piensa y siente a partir de una ecuación de vida o muerte, de manera que se da prioridad a sí mismo, sin distinguir situaciones, pues el pánico le indica que es tan importante ganar un lugar en un bote salvavidas si se está hundiendo el barco, como acaparar todo el papel de baño de un súper mercado en una crisis de salud pública.

Las personas dejan avanzar estos pensamientos catastróficos y les creen, entonces se llenan de miedo, porque con lo que se cree es con la emoción. Entran en tensión interna o estrés, y si no echan marcha atrás arriban a la ansiedad. Entonces cualquier situación, grave o no, exacerba este estado y quedan atrapados en un círculo vicioso. Viven al límite del pánico.

Así el pensamiento catastrófico. No nos permite valorar que la solidaridad, el apoyo y la ayuda son lo único seguro para el bienestar individual. Nos sentimos solos contra el mundo, especialmente cuando nos avergonzamos de este tipo de pensamiento y forma de sentir, lo cual es frecuente.

A la gente no le gusta hablar de sus miedos porque la sociedad no sabe qué hacer con ellos, entonces los vuelve característica de los tontos y “ordena” que sean suprimidos.

Hay, no obstante, formas sanas de combatir tanto el pensamiento catastrófico, como el miedo que produce y que a la vez lo origina, lo cual abordaré la próxima semana.

delasfuentesopina@gmail.com

 

 

 

Autor

El Heraldo de Saltillo
El Heraldo de Saltillo
El periódico con mayor tradición en Saltillo.