Leí con pena y con gusto que José Mujica, se retiraba de la política.
Con gusto, porque tendrá todo el tiempo para su mujer Lucía y su chacrita de Rincón del Cerro, en las afueras de Montevideo.
Con pena, porque se va un hombre congruente y un político decente al que no se le pegó un peso ajeno en los cargos públicos que ocupó; al contrario, donaba el 90 por ciento de su salario.
En otros países y sociedades además de inmoral se considera de pésimo gusto alardear de la riqueza, aunque sea legítima; pero en México, pareciera que aceptamos hasta con un poco de orgullo los excesos de algunos políticos y la ostentación que hacen de sus vidas y vacaciones de costos elevadísimos; que ellos presumen, pero todos pagamos.
Por eso resalta la conducta de Mujica y la sencillez de su vida, que siguió siendo la misma de siempre así fuera diputado, senador, ministro o presidente del Uruguay.
Solo cambió su medio de transporte al pasar de una moto, a un Volkswagen destartalado.
Mucho han escrito medios de todo el mundo sobre Mujica; informando que en su huertita cultiva parte de lo que comen y él mismo sin chóferes ni guaruras, va a las tiendas locales a comprar lo que necesita y junto con su esposa, se hace cargo de las tareas domésticas.
“Mi casa es chica, porque si fuera grande requeriría de los servicios de una empleada y perderíamos nuestra privacidad. Pasamos la escoba entre la vieja y yo y ya, se acabó”, dijo al diario argentino La Nación.
Agregó que no tiene religión y se consideraba casi panteísta; «Admiro la naturaleza, casi como quien admira la magia».
Basándome en algunas de las entrevistas publicadas, escribí en noviembre de 2012 un artículo que titulé La Verdadera Libertad.
Que de acuerdo con Mujica está “en el consumir poco, para no perder el tiempo cuidando cosas y poder dedicarlo a lo que se quiere.”
Y él sabe perfectamente lo que significa la libertad, porque estuvo 14 años preso; siete en condiciones infrahumanas de tortura y aislamiento encerrado en un aljibe, incluyendo 24 meses sin poder bañarse.
«Esos años de soledad fueron probablemente los que más me enseñaron. Estuve siete años sin leer un libro… tuve que aprender a galopar hacia adentro por momentos, para no volverme loco», expresó.
Mujica nació en Uruguay en 1935, militó en el Partido Nacional, fundó en los años 60 el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, guerrilla urbana de izquierda que practicó asaltos, secuestros y ejecuciones influida por la revolución cubana.
Fue herido de bala y detenido en varias ocasiones; en 1971 en una de las mayores fugas carcelarias en la historia uruguaya escapó de la prisión junto a más de un centenar de militantes; fue recapturado y nuevamente escapó y otra vez fue apresado.
Recuperó la libertad con una amnistía en 1985 y una década después fue electo diputado y luego senador.
En 2005 fue designado ministro de Ganadería y Agricultura del primer gobierno de la coalición de izquierda Frente Amplio y en noviembre de 2009, ganó la segunda vuelta de la elección presidencial con 53 por ciento de los votos.
Y en 2015 declaró que no se iría nunca de la política; actividad que solo abandonaría «con las patas para adelante».
No ha muerto, pero la pandemia del coronavirus que tantas cosas ha cambiado en el mundo, lo mandó para su casa.
Y el día 20 de este pasado octubre, se dio la noticia de que los senadores José Mujica de izquierda y Julio María Sanguinetti de derecha, de 85 y 84 años respectivamente, expresidentes ambos y eternos rivales y personajes clave en la política del Uruguay, habían anunciado en la misma sesión del Senado, su retiro de la política.
Mujica explicó en su último discurso algo que debieran saber todos los políticos:
“Hay un tiempo para llegar y un tiempo para irse en la vida; me voy echado por la pandemia… Ser senador significa hablar con gente y hablar por todos lados… y no puedo hacerlo porque estoy amenazado por todos lados: por vejez y por padecer una enfermedad inmunológica crónica…”
Dedicó el resto, a agradecer a los diputados y senadores con los que compartió, les dijo, horas duras, pero también jocosas.
Y destacó que tiene temperamento pasional, “pero hace décadas no cultivo el odio porque aprendí una dura lección que me enseñó la vida: el odio termina estupidizando porque nos hace perder objetividad…”
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