El campo donde está el campo
No sé por qué amarro la fecha de la Revolución Mexicana con el campo. Sé que son espacios distintos pero más bien, la liga está con los campesinos que fueron los que más apoyaron, respaldaron y se ilusionaron con ese horizonte de cambio tan promisorio. Se
relamían los bigotes con ese sabor a cambio, pero los que sobrevivieron se convirtieron en embusteros de estirpe que, en nombre de la lucha, provocaron un terrible derramamiento de sangre campesina.
Los que tuvieron poder y posteriormente gobernaron desconocieron flagrantemente a los compañeros de armas, quienes les reprocharon su falta de visión y pureza de e ideales (iba a decir “pereza de ideales”). Ellos se dedicaron a desarmar una estructura productiva – con sus asegunes desde luego- para cambiarla por otro sistema en donde el acaparamiento de tierras que formaban latifundios, quedó pulverizada por un reparto
agrario que llevó hasta el otro lado la cuestión agraria, es decir, asignaron a los campesinos porciones de tierra tan pequeños que en ocasiones ni agua tenían: se tuvo la tierra pero con una sorna mordaz, pues no había con qué sembrar.
“Reforma agraria es un conjunto de medidas políticas, económicas, sociales y legislativas impulsadas con el fin de modificar la estructura de la propiedad y producción de la tierra en un lugar determinado”.
Este esquema de trabar un pleito con la tierra fue cediendo frente a otros males que ya tenían dentro, y la reforma agraria comenzó a sentirse como un mal mayor.
El pueblo campesino empezó a entender que con “tierra, agua y dinero cualquier buey es terrateniente”, ¡otra vez la mula al trigo!
Todo este proyecto resultó un fracaso y con el paso del tiempo se fueron agregando otros problemas: líderes agrarios, creación de partidos campesinos; partidos como el PRI generaron sectores agrarios con la Confederación Nacional Campesina, y más
recientemente “Antorcha Campesina”, de sin sabores y enflaquecidos resultados en vías
de extinción. Alguien pensó que el tiempo podría ser benevolente para el campo, el campesinado y en general el medio ambiente, pero no, todo se fue trocando hacia la tecnología, se apostó a los fierros y a las máquinas; las ciudades crecieron inmisericordemente y en muchos casos, tierras buenas para la siembra y con suficiente agua dieron paso a industrias y maquilas, e hicieron a un lado al campo y sus derivados.
Las nuevas generaciones perdieron el apego a la tierra, al campo se va sólo de fin de semana.
¿Qué hacen los campesinos ahora? Lamentarse de su condición, como siempre desde hace siglos, con razón justa desde mi punto de vista. Algunos se volvieron ladinos que con triquiñuelas consiguen apoyos de programas que saben bien que no se cumplen. Otros se esconden de la leva que significa la demanda de mano de obra por empresas.
El actual gobierno de la 4T poco ha manifestado acciones para el campo. A no ser la siembra de árboles maderables, la esperanza no llega a estos campesinos.
Por ello, veo con cierto delirio la conmemoración de la Revolución, antes tan significativa y con desfiles poderosos, ahora tan olvidada como el mismo campo.
La vida cotidiana nos aleja de cultivar, cuidar y cosechar nuestros alimentos, esa cosmovisión de la madre tierra y el nacimiento, y nos quita la posibilidad de transmitir el conocimiento a las futuras generaciones.
Será mucha nostalgia junta lo que les digo pero, ¿recuerda la convivencia con sus abuelos, estimado lector? Seguramente estaban más cerca del campo, manos ásperas al tacto pero suaves en el trato; de las tías mustias que habitaron nuestra infancia. Entonces la voz era firme y sonora y honesta… qué tiempos aquellos.
Lo cierto es que estamos alejados del campo, del agua, de la lluvia, de las estrellas, pero sobre todo estamos más separados de las creencias, de las ilusiones.
Estamos en búsqueda de nuevas y fantásticas utopías, pero creo que el campo, los campesinos, deben volver al centro de nuestros afanes. O usted, ¿qué piensa, estimado lector?
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