De acuerdo a algunas encuestas, la popularidad del Presidente sigue siendo invencible.
Lo único cierto es que locura presidencial seguirá destruyendo al país hasta que los colaboracionistas quieran. Son ellos quienes lo sostienen.
¿Quién es o qué es un colaboracionista? Quien toma la decisión de cooperar con el enemigo. Y en este caso, quienes por miedo o conveniencia, ceguera o perversidad, siguen apoyando a un régimen que está socavado los cimientos democráticos de la nación.
Mientras los legisladores sigan levantando la mano por órdenes del presidente, mientras seis ministros de la Corte sigan retorciendo la Constitución para satisfacer los caprichos populistas del inquilino de Palacio, mientras cada integrante del Gabinete permanezca cómodamente escondido como ratón en madriguera, mientras ciertos gobernadores se comporten como lacayos del tirano y los partidos de oposición no reaccionen, la popularidad del presidente seguirá siendo imparable.
Pero en los llamados poderes fácticos hay otros colaboracionistas. Ahí están los grandes monopolios de la comunicación, los centros financieros, cierta prensa que opera como vocera y aplaudidora de los excesos presidenciales, la iglesia católica que no solo ha cerrado las puertas de los templos por la pandemia sino que aprueba con su silencio el maltrato a las víctimas. Ahí está la excesiva prudencia de los empresarios, los decepcionados que no se atreven a hablar, los académicos temerosos de que les quiten el puesto y un largo etcétera.
Si la popularidad del presidente sigue al alza es porque nadie se atreve a decirle: NO.
Si cada uno de los actores arriba mencionados recuperara, por un momento su libertad moral, estarían utilizado el poder que tienen para quitar legitimidad a un mandatario que decide quedarse con el dinero de 190 fideicomisos.
68 mil millones de pesos originalmente destinados a mujeres y niños pobres enfermos de cáncer, a madres desesperadas que buscan a sus hijos desaparecidos, a campesinos migrantes, a investigadores, cineastas y escritores irán a parar a la bolsa del señor presidente.
La tragedia que hoy vive México no solo se circunscribe en tener un titular del Ejecutivo populista y despótico, irracional y amoral, sino en que los colaboracionistas se han convertido en los principales ejecutores y cómplices de un régimen arbitrario.
López Obrador no es el único perpetrador responsable del golpe a la división de poderes, del acoso a la libertad de expresión, de la polarización social o de la violación sistemática al Estado de Derecho. Lo son también quienes con su “lealtad ciega” operan como verdugos complacientes de la “transformación.”
AMLO le ha quitado la voluntad y la moral a muy distinguidos personajes que hoy acatan sus ordenes. Empresarios que han creado fundaciones filantrópicas hoy se mimetizan con la frialdad psicopática del mesías hacia las víctimas. Quienes lo siguen irreflexivamente se dejan arrastrar por ese resentimiento virulento que subyace en la estructura de un ser extraviado.
En el pasado los poderes fácticos hicieron sentir su peso e influencia cundo así les convino. Hoy está en riesgo el orden constitucional y todos guardan silencio.
No vayan luego a decir después los colaboracionistas, los ministros de la Corte que no se atrevieron a defender la Constitución, los secretarios de Estado que traicionaron su currícula y principios, los medios de comunicación aduladores, los “hombres de Dios”, que no protestaron porque los obligaban a ser irreflexivos y obedientes, que ellos no querían ser parte de una dictadura pero que fueron víctimas de la presión política.
No lo vayan a decir porque en las ruinas de la nación van a quedar grabados sus nombres.
El colaboracionismo, entonces, y no el apoyo del pueblo es lo que explica la popularidad del presidente.
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