PIENSO EN EL FINAL

 «Pienso en el final”, la nueva película de Charlie Kaufman, disponible en la plataforma de Netflix, nos obliga a volver a su análisis, para aquilatar con calma sus texturas, tratando de aportar a los espectadores algunas pistas, más que necesarias en un filme que puede ser considerado uno de los más crípticos del año, a la vez que un fascinante viaje por la mente de una mujer y de un hombre al mismo tiempo,  cada uno de los cuales proviene de territorios oníricos, surrealistas y escindidos de la lógica. Es, desde luego, un festín para cinéfilos y un veneno para los seguidores de películas comerciales o plagada de superhéroes. He aquí una mirada al extraño universo que nos ofrece el guionista y director, Charlie Kaufman.

Si usted es un espectador acostumbrado a lo habitual, a las películas “lógicas”, de ésas con principio y final bien claros, que disfruta del entretenimiento y no se interesa por encontrar otros significados a las películas que visiona, olvídese de este filme, porque el propósito evidente de “Pienso en el final” es provocar, desafiar la paciencia (son 134 minutos) y la inteligencia de quienes se sientan a mirar esta película sin saber de qué se trata.

El guionista de «¿Quieres ser John Malkovich?», Charlie Kaufman, una figura que tiene tantos adeptos como detractores de su obra, puede estar más que satisfecho: la prensa especializada en Estados Unidos ha recibido esta película como una de las mejores de lo que va corrido de 2020, siendo calificada de brillante y notable por gran parte de la crítica.

Es que “Pienso en el final” puede ser catalogada de cualquier cosa, menos de mal cine: tiene un guion potente, provocativo, insolente incluso. Una banda sonora precisa y preciosa, que le confiere una suerte de melancolía a gran parte de las extrañas secuencias del filme y una fotografía envidiable, que le saca el máximo de provecho a los ambientes nevados, a los claroscuros y a los ambientes.

Desde luego que el tercer largometraje de Charlie Kaufman es un trago muy fuerte, una película que no deja indiferente a nadie, tan fascinante como agobiante, puede ser un chiste y una poderosa evocación, un juego pero con mucha, mucha cinefilia y cultura pop en el cuerpo.

Lo que sí nadie discute es que se trata de un filme provocador, en el sentido de cómo interpela a los espectadores y los obliga a meterse en una historia alejada al ciento por ciento de los modelos narrativos característicos de cierto cine de Hollywood.

Lo primero que debe tenerse en cuenta es que “Pienso en el final” es una cinta que debe verse más de una vez, sobre todo para depurar cada una de las sorpresas que contiene su trama, donde predomina el absurdo, el surrealismo, el juego y sobre todo trabajar hasta las últimas consecuencias con las posibilidades que ofrece la representación cinematográfica. Es, de manera resumida, una película que se aleja por completo del denominado realismo y que se echa al bolsillo lo que se conoce como verosímil.

De este modo, el guionista de “¿Quieres ser John Malkovich?” y “El ladrón de orquídeas”, ofrece una narración donde lo que predomina de principio a fin es el llamado “flujo de los pensamientos” (equivalente fílmico al literario flujo de la conciencia), donde sobresalen los recuerdos, las ideas, las palabras y sus combinaciones. No por casualidad, el filme ocupa 20 minutos de una conversación entre los protagonistas que viajan en un auto para divagar ad limite con las ideas, y las elucubraciones metafísicas.

Y ojo, hay que considerar que el título original es I’m Thingking of Ending Things , que en inglés es mucho más potente y tenebroso que su traducción al español, y que es el título original de la novela de Iain Reid en la cual está basada esta película, cuya línea argumental fue considerada por el director para organizar este tremendo relato fílmico.

 LOS CERDOS, EL SÓTANO, EL TIEMPO, LA REPRESENTACIÓN

Vamos por parte. Una chica (la cantante irlandesa y actriz Jessie Buckley) que tiene varios nombres, ocupaciones y estudios durante el filme, y que en los títulos solo aparece nominada como “la mujer joven”, espera la llegada de su novio, Jake (Jesse Plemons) para ir a casa de los padres de éste, quienes viven en una granja alejada, en pleno campo.

Ella reflexiona acerca de este noviazgo, lo encuentra agotado, al límite del colapso y la visita a casa de los padres de Jake se le antoja como innecesaria, inconveniente y desfasada respecto de lo que ella siente, pero no ha expresado todavía. Desde el inicio, el viaje está marcado por malos signos: el meteorólogo anuncia tormenta de nieve durante la tarde, ella debe regresar esa misma noche porque tiene demasiado trabajo que entregar y está la sensación en el ambiente de que todo ese viaje no debería suceder.

Y en efecto, el viaje en automóvil transcurre por sitios irreales, por una carretera interminable, donde aparecen casas en ruinas pero con un columpio impecable y la nieve es el telón de fondo para esta secuencia que dura más de veinte minutos, formando parte de una estructura en donde predominan los actos con una sola locación, donde hay abundantes elementos teatrales y surge, en medio de todo, otro personaje del que no sabemos su nombre, que podría pertenecer a una existencia paralela o ser la proyección de uno de los protagonistas.

En ese viaje se van alternando el soliloquio de la muchacha -abrumador, lleno de recovecos- con el diálogo que sostiene con su novio, en donde abordan desde la poesía, el suicidio, la ciencia, las comedias musicales y la cultura pop.

A medida que avanza el relato, un espectador muy atento se irá percatando de un detalle no menor: a cada instante la profesión de la protagonista irá cambiando con el correr de la historia: ella es bióloga, pero después dice que es poeta, física, mesera, crítica cinematográfica, gerontóloga y varias cosas más. Jake, en tanto, revelará también diversidad de oficios y actividades, todo lo cual confluye en una comida familiar, que se nos antoja una de las secuencias más perturbadoras del cine reciente, solo comparable a otra cena, la que acontece en “Cabeza Borradora”, el fascinante filme de David Lynch, con sus protagonistas comiendo pollos que sangran cuando son atravesados por el cuchillo y el tenedor. Y esta relación no se nos antoja casual, por cuanto Kaufman revela muchos elementos característicos del cine del creador de “Terciopelo Azul”, “Carretera Perdida” e “Imperio”.

La llegada a la granja revela nuevos detalles perturbadores: Jake le cuenta a su novia una historia aterradora acerca de los cerdos y de su desmesurado terror a los subterráneos y de hecho, una secuencia crucial se desarrolla en ese lugar, plagada de ambigüedad y misterios.

Los padres de Jake -.extraordinarios Toni Collette y David Thewlis- son una pareja extraña, excéntrica, esperpéntica y al borde de la caricatura más mordaz. Ofrecen una cena cuyo plato central es la carne de cerdo y todo lo que allí sucede es extraño e incómodo y de repente, la lógica racional se quiebra, se difuminan los límites entre la realidad y lo onírico gana terreno.

Y ojo: en medio de este relato que se va deconstruyendo, el director nos entrega un final posible, incluido el clásico The End, con créditos que muestran a Robert Zemeckis, el popular director estadounidense de los años ochenta, famoso por la saga “Volver al futuro” como el responsable del filme que estamos viendo…

Se trata de un atrevido intermedio metaficcional, donde el cine apela al mismo cine y obliga a los espectadores para que vayan armando un relato que está plagado de juegos temporales, donde las habitaciones de la casa guardan recuerdos –¿del pasado, del futuro, de ambos? –, el sótano aparece simbolizado como el origen de traumas inimaginables y cuyas preocupaciones se concentran en la vejez y el paso del tiempo.

El viaje de regreso a casa es territorio definitivamente surrealista, porque todo es como una gran burla, se cruzan los sueños con lo real, lo evocado con lo realmente sucedido y nada parece tener lógica, incluyendo un hermoso pero extraño número de comedia musical, un apasionado alegato respecto del mítico filme de John Cassavetes, “Una mujer bajo la influencia”, el análisis de la letra de “Baby, It’s Cold Outside”, junto con la entrega de un galardón mundial en un teatro plagado de espectros, de zombis que emergen de la más espantosa pesadilla y se reúnen para celebrar a uno de los suyos.

Así, el filme a estas alturas no es un relato convencional o lineal, sino uno donde cada espectador decodifica, traduce a su experiencia cultural y trata de descifrarlo del mejor modo posible. La película se ha convertido en una historia donde nada tiene sentido y, al mismo tiempo, donde cada elemento que se nos entrega resulta tremendamente congruente en un universo cuyas leyes escapan de la física habitual y de la lógica cotidiana.

Y en medio de tantos elementos absurdos (en apariencia) hay un fragmento específico en donde Charlie Kaufman parece estar haciendo un homenaje a David Lynch de “Twin Peaks”: en medio de una tormenta de nieve feroz, la pareja hace un alto en el camino para ¡disfrutar de un helado!

Al inicio, la protagonista dice: “Puedes decir o hacer cualquier cosa, pero no puedes fingir un pensamiento”. Hacia el término, nos damos cuenta que el verdadero protagonista es el viaje, el transcurso de un estado a otro, el desplazamiento desde lo racional a lo surreal en donde la chica tiene claro que piensa en el final… y nosotros no sabemos bien a qué final se refiere.

 

FICHA TÉCNICA:

Pienso en el final. Título original: I’m Thinking of Ending Things; EE.UU., 2020. Dirección y guion: Charlie Kaufman. Duración: 134 minutos. Intérpretes: Jessie Buckley, Toni Collette, Jesse Plemons, David Thewlis, Colby Minifie , Jason Ralph. Estreno: en Netflix.

 

Autor

Víctor Bórquez Núñez
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación