HISTORIAS DE SALTILLO

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A través de sus personajes, sus anécdotas y sus lugares

JUAN JOSÉ CASAS GARCÍA

Julio Torri 

“Julio Torri era un lujo mexicano que muy pocos gozaron y que siguen sin gozar”. Así describió el escritor Augusto Monterroso a Julio Torri en su Viaje al centro de la fábula de 1989 y tal vez tenga un dejo de razón. La verdad es que Julio Torri no es uno de los escritores más leídos y prolíficos de nuestro país, lo que no quiere decir que no sea brillante.

Julio Torri nació en la ciudad de Saltillo el 27 de Junio de 1889. De su adolescencia no se sabe mucho, salvo que estudió en el Ateneo Fuente. Sin embargo, su juventud es más conocida. Viajó a los 19 años a la Ciudad de México para estudiar jurisprudencia y es en esa ciudad, en 1909, que formó parte de uno de los grupos de intelectuales más importantes de su generación: el Ateneo de la Juventud. Este grupo fue integrado nada más y nada menos que por Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Antonio Caso, Martín Luis Guzmán y Diego Rivera, entre otros. Su objetivo era trabajar y reflexionar en torno a la cultura y las artes, criticando la corriente del positivismo de la época y anticipándose de alguna manera a la caída de Porfirio Díaz y su grupo de científicos. Fue escritor, abogado, profesor, traductor, director del Departamento Editorial y fundador del Departamento de Bibliotecas de la Secretaría de Educación Pública. Además de ello fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

Torri fue uno de los mejores escritores de su tiempo, lo cierto es que no escribió mucho y no fue tan conocido, pero es ahí donde radica su riqueza. Uno de los intelectuales más importantes de nuestro país, Alfonso Reyes, regiomontano, principal crítico y gran amigo del saltillense argumentó que Torri, para la década de 1910, “nos ha dejado algunas de las más bellas páginas de prosa que se escribieron entonces; y luego, terso y fino, tallado en diamante con las rozaduras del trato, no admite más reparo que su decidido apego al silencio […]”. Es decir, escribió poco, aunque varios de sus amigos lo presionaban para seguir escribiendo y publicando. Torri pensaba, por otro lado, que la escritura no debía ser dañada con tanta palabrería, así pues, la literatura debía ser breve y concisa. Fue él quien afirmo que “después de los 25 años sólo debe publicarse libros perfectos”.

Es de esta manera que Julio Torri fue breve, tanto en su escritura como en su obra. Sin embargo, lo hizo de manera deliberada, ese era su ideal literario puesto que consideró que el recato era una de las más grandes virtudes del escritor. En su texto El descubridor materializa su ideal: “A manera del minero es el escritor: explota cada intuición como una cantera. A menudo dejará la dura faena pronto, pues la veta no es profunda. Otras veces dará con rico yacimiento del mejor metal, del oro más esmerado”. Dicho en otras palabras, Torri realizó una analogía entre el escritor y el minero señalando que se debe solamente descubrir el oro, separando los demás metales, no tan valiosos, de ahí que la escritura debe ser corta y perfecta, no larga y sin sentido. Más adelanta Torri agrega que el escritor debe ser “ante todo un descubridor de filones y no un mísero barretero al servicio de codiciosos accionistas”. En otro texto, Holocausto, sostiene que “los poetas pródigos corren el peligro de acostumbrarse a su facilidad en perjuicio de su perfección”. La perfección es pues la brevedad y la concisión, no la abundancia. Ese es el silencio aludido por Reyes, una especie de Horror Abundantia.

Una de las razones por las que Torri no fue tan conocido en su tiempo es que su estilo estuvo en fuerte contradicción con el modelo literario de México, la novela de la Revolución mexicana, la tendencia dominante de la época. Fue crítico de la novela e incluso de la Revolución, como se observa en uno de sus escritos más impactantes De fusilamientos donde escribe que “El fusilamiento es una institución que adolece de algunos inconvenientes en la actualidad”. De forma irónica, clave de su escritura, Torri critica el fusilamiento que para 1915, año en que escribió el relato, se encontraba en cada espacio de México. Con una gracia irónica, por ejemplo, alude que algunos de los que serían fusilados prefieren tener los ojos vendados pues los ejecutores están mal vestidos, al igual que el aguardiente que se da como último deseo es de una muy mala calidad. En otro de sus textos, La feria, una india le dice a otra “yo sabía leer, pero con la revolución se me ha olvidado”. Se puede notar que Torri trabaja con maestría la ironía como núcleo de su crítica. En ella recae la habilidad explosiva del autor (otro de los grandes ironistas de la literatura mexicana es Jorge Ibargüengoitia, lea por ejemplo Los relámpagos de agosto igualmente situado en el contexto de la Revolución).

De esta manera, su imagen y su excelente escritura fueron silenciadas en la literatura mexicana debido al ascenso de la novela de la Revolución mexicana que desde 1915 había tomado lugar en la escena literaria de México por la grandiosa obra de Mariano Azuela Los de abajo. Esta corriente fue impulsada inmediatamente después en los años 20 por los intelectuales y por el poder mismo en busca de legitimar su presencia, acallando por lo tanto a las demás tendencias literarias. Y no es poca cosa, podría decirse que, entre otros factores, el nacionalismo mexicano impidió al regiomontano Alfonso Reyes ganar el premio Nobel de literatura.

Sea como fuere, los trazos de Torri se encuentran en otros escritores latinoamericanos como Monterroso, Cortázar o el mismo Borges. Lo mágico de su obra se entrelaza con lo real para tejer una red de soporte para su escritura. Así por ejemplo en El héroe escrito en 1940, Torri osa decir que el caballero que mató al dragón, lo hizo de manera ventajosa, pues el monstruo no le había hecho ningún daño. Algo parecido diría Borges en La casa de Asterión (léalo) de 1947. Torri construye pues la figura de un antihéroe que no merecería ninguno de los privilegios que, según la literatura infantil, merecería el dicho “héroe”. No los quiere, no los merece “¡Cuánto envidio la sepultura de los héroes sin nombre!”, concluye el protagonista. En su poema A Cirse, Torri describe con gran honestidad a un marinero que quiere perderse en el mítico canto de las sirenas: “¡Cirse, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí”. De nuevo la ironía, lo mítico, lo real. En otro de sus escritos Los unicornios, Torri incluso se atreve a asegurar la otrora existencia del animal fantástico y mitológico. Son ellos los que magistralmente optaron por morir y no entrar en el arca de Noé, pues los otros animales eran limpios e inmundos con un mal olor intolerable. Lo mismo hicieron las sirenas, los grifos y una gran variedad de dragones testimonio de la cerámica China. Ellos existen porque existen en el imaginario, en lo mágico y sin embargo “con gallardía prefirieron extinguirse. Sin aspavientos perecieron noblemente”.

Julio Torri murió el 11 de mayo de 1970, no sin dejar tras de sí una herencia literaria verdaderamente maravillosa. Escribió dos libros que genialmente recopiló bajo el título Tres libros, jugando con el lector aludiendo que el tercero es precisamente el que los recopila. Poco a poco su obra es estudiada y tomada en cuenta no sólo en México sino en todo el mundo. Así, por ejemplo, el profesor de la Universidad de Calgary, Serge I. Zaïtzeff, acaso su mayor lector, recopiló otros escritos dispersos y se dio a la tarea de publicar tres libros póstumos, entre poemas, cuentos y cartas. Su obra completa es finalmente publicada por el Fondo de Cultura Económica.

Gracias a su aportación a la cultura y a la literatura mexicana, la librería del Cetro Cultural Universitario de la UNAM lleva su nombre, así como el Premio Nacional de Cuento Breve organizado conjuntamente por el Fondo de Cultura Económica y la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Coahuila, y el Festival Internacional de las Artes en el mismo estado.

En fin, seamos pues el gambusino de Torri y descubramos su brillante literatura, sumémonos a la fila de sus lectores y gocemos, como lo apuntó Monterroso, a este saltillense que era y es todo un lujo mexicano, ya que en estos tiempos dominados por la palabrería, conviene leer su obra que asombra por tanta riqueza en tan pocas páginas.

 

5 CUENTOS CORTOS DE JULIO TORRI

 

A CIRCE

 

¡Circe, diosa venerable! He seguido puntualmente tus avisos. Mas no me hice amarrar al mástil cuando divisamos la isla de las sirenas, porque iba resuelto a perderme. En medio del mar silencioso estaba la pradera fatal. Parecía un cargamento de violetas errante por las aguas.

¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí.

 

LITERATURA

 

El novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores.

La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje; la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al describir las olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica, sobrenatural.

 

LA HUMILDAD PREMIADA

 

En una universidad poco renombrada había un profesor pequeño de cuerpo, rubicundo, tartamudo, que como carecía por completo de ideas propias era muy estimado en sociedad y tenía ante sí un brillante provenir en la crítica literaria.

Lo que leía en los libros lo ofrecía trasnochado a sus discípulos a la mañana siguiente. Tan inaudita facultad de repetir con exactitud constituía la desesperación de los más consumados constructores de máquinas parlantes.

Y así transcurrieron largos años hasta que un día, en fuerza de repetir ideas ajenas, nuestro profesor tuvo una propia, una pequeña idea propia luciente y bella como un pececito rojo tras el irisado cristal de una pecera.

 

EL DESCUBRIDOR

 

A semejanza del minero es el escritor: explota cada intuición como una cantera. A menudo dejará la dura faena pronto, pues la veta no es profunda. Otras veces dará con rico yacimiento del mejor metal, del oro más esmerado. ¡Qué penoso espectáculo cuando seguimos ocupándonos en un manto que acabó ha mucho! En cambio, ¡qué fuerza la del pensador que no llega ávidamente hasta colegir la última conclusión posible de su verdad, esterilizándola; sino que se complace en mostrarnos que es ante todo un descubridor de filones y no mísero barretero al servicio de codiciosos accionistas!

 

DE FUNERALES

 

Hoy asistí al entierro de un amigo mío. Me divertí poco, pues el panegirista estuvo muy torpe. Hasta parecía emocionado. Es inquietante el rumbo que lleva la oratoria fúnebre. En nuestros días se adereza un panegírico con lugares comunes sobre la muerte y ¡cosa increíble y absurda! con alabanzas para el difunto. El orador es casi siempre el mejor amigo del muerto, es decir, un sujeto compungido y tembloroso que nos mueve a risa con sus expresiones sinceras y sus afectos incomprensibles. Lo menos importante en un funeral es el pobre hombre que va en el ataúd. Y mientras las gentes no acepten estas ideas, continuaremos yendo a los entierros con tan pocas probabilidades de divertirnos como a un teatro.

 

Cuentos tomados de la página:

http://cauceliterario.blogspot.com/2019/02/5-cuentos-cortos-de-julio-torri.html

 

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Autor

El Heraldo de Saltillo
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