EL MESÓN DE SAN ANTONIO

Silencios vivientes

Durante mucho tiempo, la ciudad de Saltillo no rebasó el número de 730 mil habitantes pero, extrañamente, se decía que había 920 mil tomas de agua: no sólo había una discrepancia de referencias, sino que los mismos datos tenían tintes políticos. Hoy el INEGI estima que, en éste nuestro tranquilo municipio, somos 848 mil 373 habitantes, más de los que hay en Torreón y en cualquier otra ciudad de Coahuila.

Saltillo ha crecido en su superficie, en verdad y en chunga (broma), porque ahora existe un sector de la población que se ha declarado autónomo, el autodenominado Ciudad Mirasierra. Al principio, como todos, lo tomé a chiste, pero después me preocupó esa actitud separatista, pues obliga un trato distinto estigmatizado con sucesos violentos.

Y no es la única colonia que se ha alejado del centro de la ciudad, existen poblaciones emergentes situadas en los cuatro puntos cardinales: Saltillo 2000, Rincón de los Pastores, Teresitas 1 y 2, y El Toreo, que van extendiendo sus límites hasta rozar con los municipios aledaños como Ramos Arizpe y Arteaga.

Por muchos años, Armando Fuentes Aguirre, nuestro cronista de cabecera, ha situado el nombre de Saltillo como algo especial en el imaginario de las personas en distintas partes del país, la perciben como una ciudad afable, culta, de clima envidiable, de gran industria, un paraíso norteño. Sin embargo, pocos caen en cuenta que ha crecido al punto de que, en promedio, son 16,000 habitantes por monumento, es decir, demasiada gente y poco adorno.

Y lo que es más triste: Saltillo tiene una reducida oferta de esparcimiento. Las áreas verdes, los parques, museos y bibliotecas tienen la capacidad para una ciudad de hace 60 años.

Difícil precisar en qué condición se encuentra Saltillo en pleno Siglo XXI respecto al embellecimiento de la ciudad. Los últimos íconos en la ciudad están en la creación de los Bilbioparques. Somos cetrinos en los monumentos. Revise, estimado lector, las salidas de la ciudad y encontrará que nada hay de adorno rumbo a Zacatecas o a México por Arteaga; las salidas a Monterrey y a Torreón tienen estatuas de dos presidentes de la República nacidos coahuilenses: Francisco I. Madero y Venustiano Carranza, pero de ya vieja inauguración.

Las bibliotecas, los museos, los monumentos, estatuas, plazas comerciales, templos, arcos, paseos, para un ojo inexperto que sólo viene de pasada, son bonitos, pero insuficientes y concentrados al centro d la ciudad.

Algo nos quiere decir esta falta de arreglo; somos aún una ciudad de migrantes frescos y broncos, y los afanes de la autoridad están aún en cosas básicas: la seguridad, la ampliación de servicios; claro que se entiende, pero esta ciudadanización (homogenización), el  nivelar los afanes y acostumbrarse a lo que se tiene, debe terminar con un plan de embellecimiento.

Cada uno de los motivos de adorno guarda un rasgo de cultura y de gusto por vivir y convivir en esta ciudad. A tanto llega la sed de adornos y tenerlos como espacios de orgullo y referencia, que nos refugiamos hasta en las plazas de las tiendas de conveniencia. Nos están ganando los Oxxo’s, Sorianas, Aurrerá…

Ojalá también, cambiemos los motivos para edificar un reconocimiento a personajes que han aportado grandes beneficios a la comunidad. Un monumento cuenta su propia historia. ¿Qué pretendemos que nuestros monumentos nos digan? ¿Habría que cambiar de sitio algunos de estos monumentos? ¿Cuáles y para dónde debemos crear?

Espero que cuando se contemple una obra de arte se piense en los artistas locales, hay buenos y creativos, y que cada año se separe un dinero para la elaboración de estos monumentos, bibliotecas, museos.

Ojalá tuviéramos por los cuatro vientos escenarios donde la música, el ballet, el jazz, la salsa, la rumba, el danzón, el country, se practicaran de forma gustosa y graciosa.

“Si fuéramos un pueblo muy dado a revelar secretos, podríamos alzar monumentos y celebrar sacrificios a la memoria de nuestros poetas, artistas, científicos y atletas, ya no a políticos”. Maya Angelou.

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo