Un paraíso dentro del paraíso: Xel-há, Quintana Roo
Cuando hace calor en el Estado de México, me molesto mucho con Adán y Eva por el seco y sofocante calor que nos dejaron, porque como dijera un apreciable cronista brasileño de la época contemporánea, a ellos les debemos los agrestes climas en los que coexistimos… si no se hubieran comido la manzana de la discordia, todos viviríamos en el paraíso y no tendríamos que volver a trabajar ni salir de Quintana Roo, ni de Xel-há jamás.
Esa es una reflexión que pasa por mi cabeza a cada rato, pero es solo eso, una cavilación. Pensar que a la Península de Yucatán y a todos sus hermosos lugares solo venimos a sentirnos semidioses unos días es desalentador, porque tenemos que esforzarnos mucho cada que queremos repetir esa experiencia.
Llegar a Quintana Roo desde la Ciudad de México puede ser una aventura en sí misma. Hay varias maneras de hacerlo, de acuerdo con las necesidades de los viajantes. La primera implica conducir durante casi 20 horas solo deteniéndose para recargar combustible, para recorrer los mil 554 kilómetros que nos separan del paraíso, como se debe imaginar, para conseguir esa hazaña, debe haber en el auto más de un conductor para aligerar el viaje.
La segunda opción involucra la convivencia con desconocidos, pues se trata de un viaje en autobús de línea, saliendo de las terminales del Sur o Tapo, el recorrido oscila las 24 horas de viaje, pero el vacacionista solo debe preocuparse por resistir sentado tanto tiempo en el bus y disfrutar de los hermosos paisajes que el camino nos permite apreciar.
La tercera opción es más sencilla, se trata de volar de la Ciudad de México a Cancún y de ahí trasladarse en bus a Xel-há. Esta opción tarda entre 4 y 5 horas de traslado, considerando que las 2 horas de vuelo, la documentación del equipaje, y el traslado del aeropuerto al paraíso.
Si me dan a elegir, prefiero viajar en bus y apreciar el paisaje, sin embargo, por falta de tiempo, decidimos la tercera y llegamos a Playa del Carmen, como siempre, con nuestro amigo y anfitrión, Ricardo, para de ahí partir a diversos puntos, por supuesto uno de ellos era Xel-há.
Al segundo día de estar en el bello estado de Quintana Roo, decidimos ir al Parque, donde nos esperaban muchas sorpresas, sobre todo, una mañana llena de comida, de relajación, de mucha agua.
Llegamos poco antes de las 9 horas al parque, viajamos en auto para salir a la hora que quisiéramos de ahí. Xel-há está a 48 kilómetros de Playa del Carmen, así que llegamos rápido para pagar nuestro ingreso, cambiarnos de ropa por nuestros trajes de baño y desayunar unos huevitos con jamón, juguito de frutas y unos panecillos con café, alimentos que incluía el paquete.
Luego del sagrado desayuno, subimos en bicicleta hasta donde comienza el río que se une al océano en el parque… bueno, es preciso comentar que Xel-há es un parque acuático, cuyas actividades en su mayoría son en el agua, pero que además del citado río, tienes otras actividades que se disfruta hacer allá, como una playita, algunos cenotes, cubiertos y a la intemperie, una zona para tirolesa, muchos y muy variados restaurantes y un buen número de bares por donde uno decida caminar.
En el parque nos orientamos con un mapita que nos regalaron al colocarnos las pulseras en la entrada, decidimos ir al río, montarnos en una llanta inflable y dejarnos llevar por la corriente hasta salir en el mismo lugar donde nos estamos poniendo de acuerdo. Debemos colocarnos nuestras aletas, chaleco salvavidas, goles y un snorkel para poder apreciar la fauna marina, mientras nos deslizamos por el agua fresca.
La llanta es un poco incómoda, pero es para dos personas, así que la cadencia de las olas, ligeras y rítmicas nos permite ir charlando y disfrutando del sol. Nos detenemos en la zona de las tirolesas acuáticas para ver cómo se divierten muchos mientras caen al agua. La corriente nos arrastra de nuevo y lo primero que me viene a la mente es que así quisiera estar todos los días, distante del estrés cotidiano y charlando con mi esposa bella, sin tener que salir corriendo para llegar a tiempo de un trabajo a otro… en fin, hay que disfrutar.
Salimos del agua y decidimos caminar a la playa, comenzamos tomando una cervecita para el calor y continuamos tomamos las fotos del recuero. El parque es muy grande y falta mucho por recorrer.
Pasamos el puente inestable, que nos lleva al otro lado de río, en el paso vemos peces grandes muy cerca de nuestros pies. Llegamos a un cenote, donde no podemos evitar las ganas de darnos un chapuzón, el agua está cristalina e invita a refrescarse. Un salto y al agua, para sentir el cambio drástico de temperatura, el agua está fresca y me hace reaccionar.
Decidimos volver, porque es hora de comer y también el alimento vespertino va incluido en el ingreso, aunque debemos secarnos y usar algo de ropa, una playera y un short son la elección. Vimos un restaurante de cortes, así que no perdemos el tiempo y nos dirigimos para allá. La carne muy sabrosa, pero lo que realmente me encantó, fueron los frijoles, que tuve que acompañar con un poco de queso para recordar los sabores de mi infancia en casa de mi abuela materna.
La pesada pero deliciosa comida exige un digestivo y pedimos un anís de la Península, el exquisito Xtabentún en las rocas, con el cual nos acercamos a los camastros que están en la sombra, para sentarnos a paladearlo y de vez en vez, levantarnos a alimentar a los peces que se acercan a la orilla del río.
Como lo predije, llegó la hora de salir del paraíso para continuar después con otra Crónica Turística.
Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y le dejo mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia trejohector@gmail.com y lo invito a seguirme en Spotify en Trejohector.
Autor
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Periodista, escritor y catedrático. Lic. en Periodismo y Comunicación Colectiva por la UNAM y actualmente maestrante en Comunicación por la UACH.
Titular de columna "Cinematógrafo 04". Imparto Taller de Micrometrajes Documentales, así como el Diplomado en Cine y Cultura Popular Mexicana.
Ganador del premio a la investigación Ana María Agüero Melnyczuk 2016, que otorga la Editorial argentina Limaclara
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