He escuchado a mucha gente que dice que el calor es insoportable y en algunas ocasiones coincido con ellos, pero cuando uno se encuentra en el paraíso, rodeado de mar por todos lados, sintiendo la brisa provocada por las olas que rompen fuerte en las rocas y el viento gentil que las lleva a nuestros cuerpos, lo que menos se me ocurre es que éste, el calor de Isla Mujeres, Quintana Roo, sea insoportable, por el contrario es cordial y agradable.
Hemos salido del paraíso que representan la ciudad de Cancún, para abordar el llamado Ferry de Ultramar en Puerto Juárez, para llegar a otro paraíso, una isla pequeña, pintoresca, hermosa, de gente muy relajada, que nos abre los brazos con unas tonalidades impactantes. Si el turquesa con espuma blanca de las playas de Cancún es hermoso, el turquesa de la ínsula no se queda atrás.
El viaje fue reconfortante. Recopilábamos con nuestras toallas todo el viento que podíamos de altamar, el cual se generaba gracias la velocidad de nuestro barco. El aire conspiraba con el mar y su brisa suave para hacernos un trayecto placentero, que se completaba con una refrescante bebida bien fría para la sed.
Luego de 10 kilómetros de viaje en el Ferry, que al parecer fueron recorridos en casi una hora, Isla Mujeres nos recibe y sin pensarlo conseguimos un pequeño carrito de golf para trasladarnos a nuestro hotel y luego a las Ruinas del Templo de la Diosa Ixchel, en la Punta Sur de la isla, muy cerca de nuestro hotel.
Lo primero era almorzar, pero ya en el hotel nos comentan que no tienen nada preparado, así que salimos y a unos pasos nos encontramos con un lugar fantástico llamado Garrafón de Castilla, donde podemos tomar el sol, meternos al mar, comer unos camarones al coco y beber un mojito preparado de una manera muy rústica.
El cantinero apresurado, avienta un puño de hierbabuena (menta) recién lavada a la licuadora, le pone un poco de soda, ron blanco y unos hielitos y licua todo junto. Rápidamente toma un vaso grande, de litro, pone un colador encima y nos sirve a Karina y a mí, nuestros respectivos tragos. Sorprendidos volvemos a una mesita que nos permite ver el azul intenso del mar, mientras paladeamos nuestros mojitos.
El sabor es impresionante, nunca había probado un trago tan delicioso. Sin tardar ni un poquito, llegan nuestros camarones al coco, la vista es fantástica, pareciera que salieron del mar y llegaron a nuestra mesa. El aroma es hipnótico, y la experiencia de ingerirlos fastuosa, los sabores al camarón (gambas) al pan, al limón, a una salsa de mango que acompañaba como guarnición y al mismísimo coco, saturan nuestros paladares. No hay palabras para describirlo, solo nos miramos y generamos un gutural “ummm”, a manera de satisfacción absoluta.
Nos mojamos los pies en la pequeña playa que existe en este club y emprendemos la partida. La intención es visitar el Templo de la Diosa Ixchel, ya que nos encontramos tan cerca.
Como Los Picapiedra, subimos a nuestro auto, que no tiene puertas ni ventanas, bueno, un pequeño parabrisas y nos dirigimos a la parte más al sur de la isla, para conocer el legado maya del Templo de la Diosa Ixchel, que desde lejos se puede identificar.
En el estacionamiento del lugar, lo primero que atrae la atención es la estatua de la Diosa Ixchel, y pensar que hace muchos años era un sitio de veneración y gran respeto, la tranquilidad que se siente bajo la influencia del sonido del mar golpeando las rocas y algunas aves que cantan, es fantástico.
Nos recibe un letrero que nos da la bienvenida al Observatorio Maya. Caminamos un poquito para estar frente a la estatua de la diosa maya del amor y la fertilidad, quien tiene un hermoso telón de fondo, con el azul marido del océano y su basamento blanco contrastante, un deleite para los visitantes.
El sol comienza a intensificar su poder y la caminata se torna más complicada, hay que usar gorra para mitigar un poco los rayos del Astro Rey. Avanzamos y el camino nos ofrece una hermosa vista, entre un acantilado y lo que parece ser un faro pintado de blanco. Del lado contrario, un espacio escultórico, que comenzó unos metros atrás con las estatuas de un par de iguanas de gran tamaño.
Por fin llegamos a una pequeña pirámide, la cual domina todos los flancos, tanto el marítimo como el terrestre, dedicado a Ixchel, sin duda, el foco de adoración de la deidad, en la época de dominio maya.
El recorrido no puede concluir sin algunas fotos donde se muestra el último resquicio mexicano, el último pedazo de tierra, el primer punto donde le da la luz del sol a nuestro país.
Aprovechamos para tomar un buen trago de agua, tomar otras fotos entre las pequeñas cavernas naturales que sirven de puentes en el camino. Sin duda, un lugar mágico para visitar en pareja.
Decidimos volver al hotel, pues estamos hospedados muy cerca de ahí.
Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y le dejo mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia trejohector@gmail.com y lo invito a seguirme en Spotify en Trejohector.
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