El coronavirus todavía no alcanza su más alto impacto en el planeta y ya son muchas las lecciones que deja a los casi 8 mil millones de humanos que lo habitamos.
Apenas con dos días de cuarentena en ciudades de Italia, como Venecia, ante la ausencia de turistas, el agua de los canales se volvió transparente y empezaron a aparecer peces, cisnes y delfines.
En China como en Canadá, los ciervos y otros animales son vistos recorriendo las calles pavimentadas de sus ciudades, sin autos en circulación, mientras las personas permanecen recluidas en sus casas, ante el justificado temor de ser víctimas de la pandemia.
Y la polución del ambiente se reduce ante la escasa circulación de los contaminantes motores. Con unos cuantos días de recomendaciones (fase 1) en Torreón se reporta que la calidad del aire ha mejorado. Parece que la Tierra no pide mucho para poder respirar, para no asfixiarse.
Frente a los cada vez más elevados y sólidos edificios antiterremotos y los impresionantes avances tecnológicos, un microscópico virus viene a demostrarnos la fragilidad de la vida humana, falsamente segura en las grandes concentraciones urbanas. El coronavirus nos muestra la verdadera realidad y las auténticas prioridades que hacemos a un lado en aras de los egoísmos en perjuicio de toda la naturaleza.
Dentro de la contingencia, este martes entró el país en la fase 2, lo que nos obliga a ser más responsables, atendiendo las instrucciones de los tres órdenes de gobierno. Se inician los 30 días más difíciles en los que hay que realizar los máximos esfuerzos y sacrificios en muchos casos para permanecer en casa, pero también para llevar al extremo las medidas higiénicas y mantener la sana distancia con el prójimo. Casa, jabón y distancia son la clave. Lectura, instrumentos musicales, convivencia familiar o convivencia virtual vía internet son opciones para amenizar la reclusión.
Ahí están los dolorosos ejemplos de China, Italia, España y hasta los Estados Unidos, de tal manera que con esos antecedentes no podemos decirnos sorprendidos ni fingir incredulidad.
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