Supe de Ernesto Cardenal en mi época de juventud. Simpatizante de los movimientos revolucionarios en Centroamérica, seguía de cerca sus acontecimientos, y así me enteré que varios sacerdotes de la llamada teología de la liberación estaban activos del lado de los insurrectos.
Cardenal era un partidario de una «revolución desprovista de venganza», y así colaboró estrechamente con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en la lucha contra el régimen de Anastasio Somoza Debayle, dictador, tercer y último miembro de la dinastía Somocista —luego de su padre, Anastasio Somoza García, y su hermano, Luis Somoza Debayle— que ejerció el poder dictatorial en Nicaragua desde 1937 hasta su derrocamiento en julio de 1979.
Cardenal fue nombrado ministro de Cultura el mismo día de la victoria de la Revolución Nicaragüense el 19 de julio de 1979. Ocupó este cargo hasta 1987, año en el que el ministerio se cerró por razones económicas.
Cardenal abandonó el FSLN en 1994, en protesta contra la dirección de Daniel Ortega y más tarde dio su apoyo moral al Movimiento Renovador Sandinista (MRS) y a la Alianza Partido MRS durante las elecciones de 2006, al igual que otros destacados literatos nicaragüenses como Gioconda Bello y Sergio Ramírez Mercado, fundador del MRS.
A Cardenal, uno de los mayores defensores de la teología de la liberación en América Latina, su compromiso político le enfrentó con el papa Juan Pablo II, que le prohibió en 1984 ejercer el sacerdocio.
Al respecto, Don Ernesto dijo: “No he sentido nada, porque la sanción no me ha afectado”. “Nunca he sido sacerdote para administrar sacramentos, para hacer matrimonios, comuniones… No es mayor cosa para mí. Mi sacerdocio es distinto, es pastoral. Yo me hice sacerdote por la unión con Dios, es algo místico”, explicó Cardenal, quien pese a las opiniones contradictorias que genera en Nicaragua el papa Francisco por la posición de El Vaticano proclive a dialogar con Daniel Ortega —unas conversaciones de las que Cardenal está en contra—, tenía la mejor imagen del Papa. “Es una maravilla, un milagro de Dios. No actúa como un Papa, está haciendo una revolución en la Iglesia y en El Vaticano”. (elpais.com)
A sus 73 años, Ernesto Cardenal, uno de los poetas más grandes de nuestro tiempo, decidió escribir las memorias de su vida. El documento lo llamó “Vida Perdida”. Afortunadamente, para mí, hace algunos años, logré encontrar un ejemplar en una librería resguardada por un guardia armado en Tegucigalpa, Honduras. Por cierto, pensé o aquí aprecian mucho los libros o la inseguridad ha llegado a tal grado que hasta los libros corren peligro.
De esa biografía les comparto unos párrafos como una forma de honrar la memoria del poeta y rendirle un humilde homenaje.
Yo entré al noviciado el 14 de mayo de 1957. Cuando todo estaba florecido. Acaban de publicarse ahora, 35 años después, los diarios que Merton llevó por esa época, y allí se escribe …un día como aquel:
Mayo 2, 1961. Tarde luminosa. Es el día en que finalmente todo se abre y los bosques verdes en las colinas se hacen definitivamente follaje. El tiempo más maravilloso del año.
Era primavera en Gethsemani. Era el tiempo de El cantar de los cantares, y ese era el libro que yo estaba leyendo en la casa de huéspedes (y siguió siendo mi lectura favorita en todo el noviciado). Canto de los pájaros todo el día. Y apenas había noche. Yo sentía que todo era canto y amor. Y sentía que en esa primavera que me rodeaba, Dios me quería expresar su alegría por mi llegada. Toda resurrección y pascua florida. En el coro las páginas de los grandes libros estaban llenas de Aleluyas. Habían dos grandes libros, uno llamado el Salterio y el otro el Antifonario que se usaban alternativamente para el canto del oficio, ambos libros para el uso de cada dos novicios. Los signos musicales de esos libros eran incomprensibles para mí y lo fueron siempre, por que soy sordo de nacimiento para la música, pero danzaban delante de mí como signos gozosos, escritura de canciones para enamorados, tonadas populares de amor, al mismo tiempo que afuera cantaban los pájaros. Y los signos musicales también saltaban como pájaros.
Sicut paser… (“Como el pájaro…”) Yo sentía que se me aplicaba especialmente aquel Salmo 124 siempre repetido en el Oficio, me parece que a la hora nona (el comienzo de la tarde):
Como el pájaro ha sido liberada nuestra alma del lazo del cazador: el lazo está roto, y nosotros hemos sido liberados.
José Vega Bautista
@Pepevegasicilia
josevega@nuestrarevista.com.mx
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