EL MESÓN DE SAN ANTONIO

Culiacán y todo México

Las noticias incendiaron las redes sociales, pero esta vez el fuego no sólo se quedó ahí (como otras tantas, cuando el dominio público quema a lords y ladys de manera virtual), sino que ahora las llamas llegaron a las conversaciones de cafés, a las mesas familiares, a los centros de trabajo.

La liberación de Ovidio Guzmán, uno de los hijos del narcotraficante más poderoso de los últimos tiempos, el “Chapo” Guzmán, por parte del mismísimo presidente de la República, después de un operativo que tenía fines de extradición y que puso a los “culichis” de rodillas -como nunca se había visto- despertó rabia y enojo en unos, y aceptación y comprensión en otros.

¿Por dónde empezar? La historia de Sinaloa en general, y la de Culiacán en particular, es compleja de analizar, nadie debería expresar una opinión sin tener en cuenta los antecedentes históricos que ha vivido este estado; sería como juzgar a los defeños por haber elegido a pura “izquierda” desde el ’97 (empezando con Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y siguiéndole con Rosario Robles, AMLO, Alejandro Encinas, Marcelo Ebrard, Miguel Ángel Mancera y Claudia Sheinbaum). O como condenar a Puebla por haber elegido a Miguel Barbosa después de la terrible muerte de la Gobernadora electa y su esposo, o a Guanajuato por elegir a gobernantes panistas desde el ’95… y ya mejor ni le seguimos.

Culiacán es complejo, desde hace décadas se ha posicionado como el sembradío más grande del país, todos los sinaloenses se ven beneficiados -directa o indirectamente- del narcotráfico, de sus capos, que no nada más proveen empleos sino incluso llevan servicios básicos: agua, alcantarillado, electricidad, pavimento, a los poblados más alejados y olvidados por el gobierno.

Un tiempo viví en Sinaloa, en Agua Verde, junto al Río Baluarte, un descanso que baja de la sierra de Durango por El Palmito, ahora hay un puente de gran ingeniería pero antes no. Mi padre se dedicaba a instalar tuberías de agua en los poblados cercanos, y era común ver a hombres güeros y altos solicitando préstamos urgentes, prometiendo el pago a finales del año. Y sí pagaban. Llegaba noviembre y la precariedad se transformaba en lujo y ostentación. Los hombres bajaban con la cosecha y la alegría se sentía en todo el pueblo, la gente sacaba el aguardiente y bailaba hasta el amanecer. Pero la felicidad de los sinaloenses parece estar siempre empañada por la tristeza: celebran las ganancias sin olvidar que el costo es muy alto. Quizá por eso hablan con velocidad, como si llevaran prisa, y siempre inspeccionando los alrededores, sintiéndose permanentemente vigilados.

Los negocios y la muerte van de la mano, y aunque de sobra conocen las consecuencias, los culichis le siguen apostando. Los narcocorridos, las camionetotas, las cadenas de oro, las mujeres guapísimas, las pistolas con diamantes formando sus iniciales, todo es parte de una cultura que tiene raíces más profundas que la amapola: la vida corta pero bien vivida. Y los que no quieren dedicarse a esto de alguna manera terminan involucrados: en Culiacán, uno convive con el narco incluso sin querer hacerlo.

Pero dentro de todo esto había reglas: los narcotraficantes no se metían con el pueblo, sólo con la autoridad. Había un respeto, un cariño patológico entre malos y ciudadanos, y el enemigo común siempre era el gobierno. Con el operativo fallido de López Obrador, que tan ávido estaba por entregar a los norteamericanos a semejante pez gordo que se lanzó a bocajarro, ese pacto se rompió.

En su afán por impedir la extradición, los miembros del Cártel de Sinaloa sacaron todo su arsenal y convirtieron a Culiacán en una zona de guerra. Las grabaciones son espeluznantes, el sonido de las metralletas ensordece los gritos de los habitantes, las imágenes de madres con bebés durmiendo en un centro comercial para evitar salir a la calle, mientras más de 50 reos son liberados del penal para unirse al caos, muestran con claridad que los únicos rehenes son los habitantes.

La estrategia fue fallida, pues si el objetivo era la captura del capo y no se logró, significa que el gobierno fracasó. No hay vuelta. Pero las razones del “porqué” AMLO prefirió entregarlo, son las que desatan  controversias. “Se hizo para salvaguardar la vida de los habitantes”, dijo en su conferencia de prensa –en la misma que describió un partidazo de béisbol entre Astros y Yanquis de la serie mundial-, pero el presidente no ahondó en lo terriblemente abandonados que se sienten ahora los culichis, pues ahora tienen la certeza de que a ellos, no los gobierna la 4T.

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo