¿Por qué no hay rendición de cuentas en México?
Los mexicanos estamos enojados con la política. La democracia ha provocado que una parte importante de la población haya tomado consciencia del estado de los asuntos públicos del país, y no le ha gustado lo que ha visto. Y algo que ha causado especial cólera e irritación es la falta de rendición de cuentas. ¿Por qué un país con más de 200 años de vida independiente sigue básicamente en las mismas en pleno siglo XXI?
Aunque las raíces de la falta de rendición de cuentas las podríamos encontrar en la historia política de España y el Virreinato, por razones de espacio nos concentraremos en tres razones fundamentales propias del S. XX.
La primera de ellas fue la falta de fuerza y diversidad de grupos sociales en el país que hubiesen representado un contrapeso al poder del gobierno. En México no pudimos desarrollar grupos empresariales numerosos de la mano de una clase media extensa y clases campesinas/obreras representadas en sindicatos. Por el contrario, durante gran parte de las décadas pasadas hubo grupos minúsculos de empresarios que en ocasiones hicieron sus fortunas acercándose al poder, mientras que las clases medias palidecían en un mar de pobres, trayendo finalmente consigo el sistema autoritario mexicano. De haber existido tal diversidad de intereses, éstos se hubiesen balanceado los unos a los otros, y todos hubiesen hecho frente en alguna medida al gobierno.
La segunda de ellas fue la falta de cargas tributarias. Históricamente, el gobierno mexicano ha obtenido sus ingresos de la venta de materias primas, especialmente de petróleo. Con ello, los ciudadanos nos vimos exentos de ese acto que impulsa a los ciudadanos a vigilar mejor a sus gobiernos: el pago de impuestos. Los mexicanos hemos “pagado” la falta de pago de impuestos con indiferencia ante una corrupción generalizada e impasibilidad ante la falta de espacios públicos para participar. No es raro que el movimiento político que vio nacer al país más poderoso en la historia de la humanidad haya comenzado con la frase “no al cobro de impuestos sin representación” (“no taxation without representation”).
La tercera de ellas fue la condición rural en la que por muchos años vivimos en México. Los primero países que adoptaron la idea de rendición de cuentas fueron también los primeros países que se volvieron urbanos (Europa Occidental y Estados Unidos de América). Las ciudades son centros donde la gente convive, fluyen ideas, se establecen las universidades, y surgen las clases medias. Los grandes movimientos sociales tienen parte de sus orígenes precisamente en las ciudades y entre las clases medias. Recordemos que el movimiento estudiantil de 1968 sucedió cuando por primera vez más de la mitad de la población mexicana vivía en centros urbanos.
Pues en México las cosas han cambiado: ya existen grupos empresariales a lo largo del país que han hecho dinero a base de su esfuerzo, la pobreza ha disminuido y hay por consiguiente una naciente clase media visible en nuestras ciudades, la economía se ha “despetrolizado” y nuestro país se sostiene en gran medida del cobro de impuestos, y la mayoría de los mexicanos viven en ciudades. Por ello no es raro que, ahora sí y como nunca en nuestra historia, existe una enorme presión social para terminar con la lacerante corrupción en nuestro país; un tema que está en la agenda política nacional y que ni se olvidará, ni desaparecerá. La gran interrogante que surge ahora es si el actual gobierno de la República estará a la altura de la situación, es decir, si construirá instituciones que efectivamente combatan de manera permanente y seria la corrupción en nuestro país.
@FernandoNGE
Autor
- Licenciado en derecho por la Universidad Iberoamericana (UIA). Maestro en estudios internacionales, y en administración pública y política pública, por el Tecnológico de Monterrey (ITESM). Ha publicado diversos artículos en Reforma y La Crónica de Hoy, y actualmente escribe una columna semanal en los principales diarios de distintos estados del país. Su trayectoria profesional se ha centrado en campañas políticas. Amante de la historia y fiel creyente en el debate público.
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