EL MESÓN DE SAN ANTONIO

Hermanos

Son altos, chaparros, dientones, güeros, prietos, con patillas y bigotes, calvos, tranquilos avorazados, miopes, lentos, nerviosos con la espalda ancha y las piernas cortas, bondadosos, vengativos, solapadores, chismosos… son los hermanos, esas personas que conocemos desde el nacimiento, que crecimos juntos y que además de tener el mismo material genético, compartimos algo mucho más importante: memorias.

Nos pueden caer muy mal, quizá hasta en algún momento quisimos cambiarlos y sin duda, muchas veces hubiéramos preferido ser hijos únicos, pero lo cierto es que tener hermanos es de las mejores cosas que nos puede pasar.

Los hermanos son rivales naturales, son amigos fidelísimos, son creídos más que el otro, se sienten más virtuosos y apacibles que los demás pero todos tienen un lugar en casa; entre ellos se estable una organización jerárquica y de mando muy especial, y a la mamás les sirve cada uno para equilibrar o desequilibrar las acciones de la familia.

En la mesa cotidiana se suelen sentar a la derecha los glotones, porque como las viandas se sirven del lado derecho siempre quieren ser los primeros en recibir la porción; los melindrosos son los que se sientan a la izquierda, cercanos al cesto de basura por si algo no les gusta, desecharlo sin que se den demasiada cuenta.

Cuando se comparte cuarto el más grande lleva mano y por lo general siempre elige el lado de la ventana, y tiene además el derecho inalienable de ser quien estrena la ropa y entra primero al baño.

La madre se cansa de repetir que nos quiere por igual, igualito a cada uno, que somos como los dedos de la mano, únicos y diferentes, pero en realidad todos sabemos que tiene más acercamiento y preferencia por uno, por lo general al que nota más débil o turulato.

Sabemos bien quién llega tarde de las fiestas, quién es el más comprensivo o el más enojón, aunque ellos mismos desmientan esa versión. Siempre hay un hermano más propenso a las enfermedades y otro que resiste cualquier tempestad.

¿Qué es lo que une a los hermanos? Sin duda es el corazón. Hay algo ahí que nos hace contentarnos después de una pelea que parecería ser el fin. Normalmente son relaciones que permanecen a pesar de los conflictos, momentos que a la distancia nos hacen sonreír aunque en su día nos tirásemos de los pelos.

En las familias grandes como la mía -fuimos 8- crecimos generacionalmente. Los tres primeros vivimos hasta los 16 años juntos compartiendo gustos, heredando ropa, divirtiéndonos con los juegos de la época; los nuestros eran unos padres flamantes, recién estrenados, llenos de pujanza, fuerza, aliento, impulso, ellos eran unos temerarios cuando había algún desequilibrio que amenazara con afectar la casa. Los tres siguientes tenían más hermanos, se colgaban los gustos y querencia, ya no de los padres, sino de los hermanos mayores a quienes cariñosamente llamaban “los muchachos”. Hacían sus vidas con una fuerza de cariño mayor, se veían arropados por los amigos de esos “muchachos” y entonces se les identificaba como “hermano de…”. Los otros hermanos, los dos restantes, tuvieron condiciones diferentes: las hermanas mayores ya casadas fungieron como madres sustitutas, y los padres que les tocaron a ellos nada tenían que ver con los nuestros, los primeros, más cansados, más relajados y pasalones.

Comimos lo mismo, vivimos lo mismo, tuvimos los mismos miedos, heredamos las mismas costumbres, jugamos bajo el mismo cielo azul y claro. Pero sin duda, nos hicimos distintos, como las sombras que reflejan el sol de la mañana en la pared de la otra acera durante la tarde. Pero eso no nos quita que busquemos la misma casa, aquella en donde convergimos alguna vez.

¿Qué nos hace entonces alejarnos al crecer? Se toma rumbo distinto cuando uno se hace grande, cuando nos marchamos por estudio, por trabajo o por amor. A veces se tiene que surcar otros caminos y el tiempo se hace cada vez más espacioso para volver a coincidir. Pero, si tenemos suerte, las memorias hacen que volvamos a platicar como si los años no hubieran pasado.

Los hermanos dan remanso y a veces consejo, y también ternura y sosiego.

Dice José Hernández en su obra “La vuelta de Martín Fierro”: “los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque, si entre ellos pelean, los devoran los de afuera”.

El pasado 5 de septiembre se conmemoró el Día Mundial del Hermano, así que si usted querido lector, tiene la dicha de tener alguno, todavía es tiempo de celebrarlo.

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo