PLAZA CÍVICA

 El exceso de política 

Vamos hacia un exceso de política en el país. El superávit de palabras, la fuerza de las emociones y la simpleza de las propuestas auguran que la política ocupará una excesiva primacía sobre la racionalidad, sobriedad y técnica propias de la política pública. En marcha se encuentra un proceso de destilación de los asuntos públicos, cuyo producto final será una abundancia de la primera y una carencia de la segunda, una exaltación de los procesos de toma de decisiones colectivas y una apacibilidad en la implementación de las decisiones.

Dos tipos de personalidades existen en toda gran organización social, ambas igual de necesarias para encauzarlas efectivamente: líderes y gerentes. Los buenos liderazgos tienen una visión, inspiran a sus subalternos, poseen personalidades complejas capaces de discernir realidades elaboradas, y propenden a tener un conocimiento holístico capaz de unir los diversos temas y darles coherencia. Por otra parte, los buenos gerentes tienen metas, no resulta indispensable que despierten admiración, sus realidades tienden a ser más acotadas, y tienen conocimientos muy especializados. Los primeros toman las decisiones mayores, los segundos toman aquellas un tanto menores pero indispensables para llevar a cabo las primeras. Sin los gerentes la visión no se puede llevar a buen puerto, y sin los liderazgos las metas no tienen camino. En una organización tan vasta como los Estados, la clase política representa a los primeros, la clase burocrática a los segundos.

Con la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador podríamos argumentar que hay un exceso de liderazgo en detrimento de capacidades gerenciales. Esa “gran visión” que trata de desplegar López Obrador, resumida en la megalomanía que representa el lema de “la cuarta transformación”, es realmente un cascarón formado por recuerdos muy parciales de la historia nacional, carente de contenido en ideas de política pública y sumamente innecesaria en tiempos de democracia y paz. Las tres épocas en la historia nacional a las que tanto alude e inclusive se compara el presidente fueron momentos excepcionales, con trasfondos de guerra y actos épicos que por su naturaleza resultan memorables. Pero la mayoría de la historia nacional está compuesta por periodos un tanto aburridos, menos épicos, con trasfondos de paz que resultaron igualmente necesarios para el desarrollo nacional. Muchos recordarán el gobierno heroico de Benito Juárez, pero pocos recuerdan el buen gobierno de Adolfo Ruiz Cortines. ¿Cuáles son las ideas que propone el presidente para resolver temas presentes como la inseguridad, la desigualdad, la pobreza, los monopolios, el estancamiento económico? Difícil de saber. No existe una sistematicidad de ideas, enlazadas coherentemente y con la intención de medir su progreso en indicadores; el ejemplo más claro en este sentido es la imposibilidad de elaborar un adecuado Plan Nacional de Desarrollo 2018 – 2024, aunque ejemplos cada vez sobran más. Si los grandes liderazgos solo surgen en tiempos extraordinarios, las grandes visiones también. Pero cuando una persona en tiempos ordinarios fuerza la heroicidad y la gran visión, lo único que le espera es el fracaso.

Pero los grandes líderes no solo se distinguen por la gran visión, sino por la centralidad de sus personalidades, su capacidad para movilizar a amplias franjas de la población, la identificación de enemigos claramente definibles, su gusto por los grandes cambios y el riesgo, y su predilección por mantenerse en el poder porque se creen indispensables. Y el problema con todo lo anterior es que rima mucho con la actual personalidad del presidente de la República, una personalidad que se encuentra en disonancia con los actuales tiempos nacionales. Si a Porfirio Díaz se le atribuye la frase, “poca política, mucha administración”, parece que AMLO desea lo contrario. Y los asuntos públicos nacionales requieren del equilibrio de ambos.

 

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El Heraldo de Saltillo
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