ARIADNE H
Los libros distópicos siempre me parecieron aterradores e increíblemente cercanos y, al leerlas, una sensación de terror siempre queda impregnada en mí. “1984”, “un mundo feliz” y “Fahrenheit 451”, tres de las más famosas novelas distópicas, son los ejemplos a los que me refiero. Me asombraba que lo leído y que era considerado como “distópico” estuviese cada vez más cercano a nuestra realidad. En este caso, Fahrenheit 451, novela del escritor Ray Bradbury, se asemejaba enormemente a nuestra realidad.
Bradbury retrata un mundo donde los libros están prohibidos y las bibliotecas son quemadas por bomberos especializados. Los bomberos ya no se encargan de apagar incendios, los provocan bajo la promesa de hacer felices a las personas. Leer te hace miserable, te hace infeliz. En cambio, la ignorancia te hace feliz, te hace abrazar una aparente fachada de tranquilidad existente en un mundo tranquilo y por el que el ruido del zumbido de guerra pasa desapercibido.
Es aquí donde nos encontramos con lo cercano a nuestro mundo. Nos hallamos ante personas que no leen y donde la ignorancia es la clave para la felicidad. El no pensar es la clave. Las personas tienen pantallas del tamaño de su pared para entretenerse, charlas divertidas y vacías sin sentido alguno más que el de entretenerse; conducen a altas velocidades, como si el zumbido de sus motores silenciara lo vacío de sus vidas, como si se quisiera huir del problema. Estamos ante un mundo en el que los intentos de suicidio son tan comunes que los lavados de estómago son algo cotidiano. ¿No suena familiar lo anterior? Bradbury retrata un mundo horrible que erróneamente se toma como lejano y distópico.
Bajo este contexto conocemos a nuestro protagonista: Montag, un bombero que tiene un encuentro con un libro y es esto lo que lo lleva a leer más y más, a ser una persona que ha escogido deliberadamente negarse al camino hacia la felicidad y que a su vez es el de la ignorancia.
La narrativa de Bradbury es poderosa. Ha creado un libro que, a pesar de estar escrito hace más de 50 años, la vigencia del escrito es aterradora. Nos habla en susurros, asegurándonos en lo que nos estamos convirtiendo: un mundo insensibilizado que se esfuerza por creer en la felicidad y desacreditar la literatura como si de un veneno se tratara.
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