La inauguración del VIII Congreso de la Lengua de Córdoba (Argentina) discurría este miércoles por los habituales cauces protocolarios hasta que Mario Vargas Llosa subió al escenario, se acodó en el estrado y, sin papeles, se atrevió a entrar en la polémica de la que todo el mundo hablaba en los pasillos pero nadie había citado aún sobre las tablas del recién remodelado Teatro San Martín: “El presidente de México se equivocó de destinatario”, dijo en alusión a la carta en la que Andrés Manuel López Obrador pide al papa Francisco —argentino— y al rey de España —presente en el congreso— que se forme una comisión conjunta para estudiar la conquista de América y pedir perdón por sus excesos. “Tendría que habérsela enviado a sí mismo y responder por qué México, que se incorporó al mundo occidental hace 500 años y desde hace 200 disfruta de plena soberanía como país independiente, tiene todavía a tantos millones de indios marginados, pobres, ignorantes y explotados”.
El País publicó en su sitio web que el escritor dijo que esa es una pregunta que se pueden hacer “todos los presidentes latinoamericanos” porque “ningún país ha resuelto esa injusticia proverbial hacia los indígenas”, especialmente los que tienen una mayor población originaria como Guatemala, Bolivia o el suyo: Perú. Ese problema, insistió, no está en el pasado sino que sigue vivo: “Y nos golpea en la conciencia por no haber sabido resolverlo”. Luego volvió a dirigirse a López Obrador: “Ojalá cuando acabe su mandato los indios tengan mejores condiciones de vida y una mejor educación y se haya levantado esa losa que los ha tenido discriminados”. Después de recordar que la lengua española no solo llevó a América un instrumento de comunicación sino también un sistema de valores –la filosofía griega, el Derecho romano, el Renacimiento, el derecho de crítica, “una conciencia moral que juzga nuestros propios actos”-, el autor de El hablador dio una pequeña lección de historia: “López Obrador no parece informado de que las grandes matanzas de indígenas no se consumaron en la colonia sino durante las repúblicas: en Argentina, en Chile, en la Amazonia durante la explotación del caucho, en el Perú en tiempos de la guerrilla…” Ese problema, dijo, “no es de los españoles de hoy”, cuyos antepasados se quedaron en Europa, sino de los que vinieron y se instalaron en América: “Los tatarabuelos del presidente de México. O los míos”.
Vargas Llosa cerró su intervención anunciando que el próximo Congreso Internacional de la Lengua Española tendrá lugar en 2022 en su ciudad natal, Arequipa. El Nobel peruano había tomado el relevo en el uso de la palabra a la escritora y académica mallorquina Carme Riera, que dio las gracias por ser la primera escritora en intervenir en la sesión inaugural de un congreso de la lengua y hacerlo, además, como autora bilingüe en castellano y catalán. Riera citó la idea de Octavio Paz de que no solo hablamos una lengua sino que la lengua nos habla para expresar un lamento: “Hasta hace poco las mujeres hemos sido habladas en lugar de hablar por nosotras mismas”. Algo que “por fortuna” está cambiando “a marchas forzadas”, añadió antes de hacer votos para que “la sororidad penetre en la lengua”.
El acto, que terminó con un homenaje a Víctor García de la Concha, contó también con los discursos de, entre otros, el ensayista argentino Santiago Kovadloff, el director de la Real Academia Española —el jurista Santiago Muñoz Machado—, el director del Instituto Cervantes —el poeta Luis García Montero—, el presidente de Argentina —Mauricio Macri— y el rey de España. Si Macri dijo que “toda nuestra diversidad se cuenta con las mismas palabras”, el rey Felipe recordó que uno de los “momentos más delicados” de la historia del español como lengua latinoamericana tuvo lugar cuando a la independencia de los “territorios ultramarinos” durante el siglo XIX le acompañaron “voces que demandaron también independencia en el ámbito de la lengua”. La vocación panhispánica del venezolano Andrés Bello conjuró el peligro de balcanización ortográfica promovido fugazmente por países como Chile o la propia Argentina y la unidad lingüística –un mismo diccionario, una misma gramática, una misma ortografía- quedó asegurada durante 200 años.
(EL PAÍS)
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