La cuarta transformación supo a ponche y palomitas la noche del jueves. Roma por fin se proyectó ante más de 3 mil personas que resistieron el frío y el dolor de pies o de espalda por haberse formado más de dos horas.
Sin embargo, el gran protagonista de esta noche no fue Alfonso Cuarón. Fueron Los Pinos. Allí donde cientos de veces aterrizó Enrique Peña Nieto en su helicóptero, el pueblo se sentó, acomodó su petate, sacó el ponche y se dispuso a ver el retrato de un México que no se ha transformado del todo.
Quien llegó con dos o más horas de anticipación pudo ver a Yalitza Aparicio merodeando cerca de la pantalla de 120 metros cuadrados en la que se proyectó la cinta, que recientemente fue nominada a los Premios Goya como Mejor Película Iberoamericana. Los puntuales pudieron llenar sus termos de ponche y repetir palomitas.
El sitio web de El Financiero publicó que los impuntuales tuvieron que conformarse con sentarse en el pasto y escoger el mejor lugar posible, porque sólo se consiguieron 800 petates y los asistentes fueron más, muchos más que los 3 mil anunciados por la Secretaría de Cultura.
Antes de comenzar la proyección, la producción trasmitió un mensaje de Alfonso Cuarón. «¿Todavía huele a azufre o ya se aireó?», preguntó con ironía el cineasta, desatando las risas del público y muchas mentadas de madre.
Cuarón no es el único que asocia la otrora casa presidencial con el inframundo de la clase política. Aunque más que a azufre, Los Pinos esta noche olieron a esa brisa decembrina con olor a madera que tanto caracteriza a las regiones boscosas del poniente de la ciudad, un aroma, por cierto, muy poco frecuente en las ciudades perdidas que retrata la película y que sí, aún existen con todo y la Cuarta Transformación.
Roma duró 135 minutos pero la conmoción de los asistentes duró mucho más. No sólo porque encontraron en «Cleo» un fiel reflejo de la invisibilidad de las clases más vulnerables del país, sino porque todo esto estaba sucediendo en un lugar tradicionalmente relacionado con la corrupción y la apatía gubernamental.
Inquieto y friolento andaba por ahí Mateo, el niño astronauta de la película. Su madre, Fernanda Kuykendall, decidió llevárselo a la mitad de la función para que no contrajera un resfriado. «Fue justo lo que esperábamos: un retrato fiel de nuestra sociedad y un llamado a rescatar el amor en nuestras familias», comenta. También hubo quien no paró de quejarse. «Mejor la hubiera visto en Netflix», dijo un joven a su novia, quien también estaba molesta porque su blusa no la protegía del frío y ya ni ponche había.
La proyección fue una experiencia vintage no sólo por la estética del filme, sino porque desde hacía años que en México no se proyectaba una película para tanta gente. Las reacciones del público a las escenas se parecían más a las de un estadio de futbol que a las de una sala cinematográfica. Incluso los silencios eran apabullantes. Pocos silencios tan estremecedores como los que esta noche género Yalitza con esa inocente mirada que ha cautivado al mundo. (EL FINANCIERO)
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