La catástrofe que deberá evitar López Obrador
Las crisis en México nunca se han presentado sin invitación; además, siempre se hacen acompañar de fatalidades. Generalmente es algún grupo de funcionarios que a falta de pericia y de razón, salen a buscar dificultades, las encuentran y las traen a casa.
Así sucedió en diciembre de 1994 cuando Jaime Serra Puche, entonces secretario de Hacienda de Ernesto Zedillo, adelantó, frente a un puñado de empresarios, los planes de devaluación del gobierno mexicano.
Seguramente el aventurado funcionario no imaginó las irremediables consecuencias de sus actos. El llamado «error de diciembre” provocó en 1995 una de las mayores crisis de la que se tenga memoria: la deuda en dólares creció; el déficit en cuenta corriente y la inflación se dispararon; el PIB se desplomó y el peso se devaluó considerablemente.
Las secuelas a causa de la pérdida del poder adquisitivo y del desempleo provocados por el llamado «efecto tequila” aún pesan como losas sobre las conciencias del ex presidente y de su secretario de Hacienda, que en aquel momento pecaron de imprudentes e ingenuos al estimar que los empresarios asistentes a aquella reunión no aprovecharían la información «privilegiada” para aplicar un «madruguete” y sacar sus capitales del país.
Fabricar una crisis es rápido y barato, mientras que orientar el quehacer político hacia la consecución de los intereses del pueblo, hablemos de estabilidad y progreso, requiere de tiempo y esfuerzo para cultivar la virtud esencial de las artes del buen gobierno: la prudencia.
Fueron las cosas que esos y otros funcionarios hicieron, alejadas de las razones prácticas, carentes del buen juicio, caprichosas o arbitrarias, las que llevaron al país a los históricos desastres de fin e inicio de sexenios.
Hace poco, a punto de concluir el sexenio de Peña Nieto y de iniciar la administración de López Obrador, la Bolsa Mexicana de Valores (BMV) recibió una sacudida histórica, como no sucedía desde 2011. La causa fue la iniciativa presentada por Morena en el Senado para eliminar algunas de las comisiones bancarias. Este suceso nos recordó uno de los mejores ejemplos del valor de la prudencia en la función de gobernar.
Es cierto, Morena y López Obrador han prometido la transformación del país. Probablemente terminar con los excesos de las instituciones financieras y de seguros es una demanda que compartimos muchos mexicanos. Sin embargo, la iniciativa resultó tan polémica que, en persona, el presidente electo frenó la decisión de su propio partido. Tan considerable fue la amenaza de turbulencia financiera que López Obrador tuvo que dar certeza al sistema financiero ofreciendo no tocar el marco legal bajo el que operan los bancos al menos durante los próximos tres años de gobierno.
A raíz de la caída en la BMV, sin menospreciar ni subestimar las buenas intenciones de la iniciativa presentada por Morena para terminar con los embustes bancarios, las circunstancias en las que fue presentada, junto a la reacción inmediata del mercado bursátil, nos obligan a reflexionar sobre los peligros que deberá sortear la próxima administración para evitar una eventual crisis.
La fluctuación del mercado internacional, asociada a la caída en el precio del petróleo, se ha combinado con algunas señales internas como el despunte en la inflación, la volatilidad del peso y la salida paulatina de capitales, para meterle ruido al próximo cambio de gobierno.
Curiosamente, a decir de los analistas, la incertidumbre que se percibe en el país no emana de los factores económico coyunturales descritos en el párrafo anterior, como sí de los componentes políticos vinculados al cambio de administración. Las inquietudes sobre las políticas económicas y reformas que impulsará el próximo gobierno se incrementaron, como era de esperarse, a raíz de la iniciativa para eliminar las comisiones bancarias y a consecuencia de la cancelación del aeropuerto en Texcoco.
México votó por un cambio. Los electores esperan una verdadera transformación. Sería, sin embargo, catastrófico para la izquierda iniciar su era con una crisis. Quiero, por lo tanto, insistir en que, en las artes de gobierno, el talento, el arrojo, la honradez y la voluntad de cambio son nada sin la sabiduría y el sano juicio que otorga la prudencia.
Tu Opinión: olveraruben@hotmail.com
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