RUBÉN OLVERA MARINES
Cuando la vida de una mascota vale más que la del vecino
El domingo 26 de agosto, la ciudad de Torreón se convirtió en el escenario de un asesinato que debería cimbrar a la sociedad entera. Ese día, luego de acudir a un partido de futbol, el joven Miguel Holguín Galván, de profesión veterinario, recibió una puñalada letal de alguien que, escondido entre una turba de vecinos, señaló a su víctima como responsable de haber envenenado a su perro.
La violencia es ya el problema social del siglo en México. No empieza ni acaba en la guerra de y contra los cárteles. El acto de matar se ha convertido en la característica fundamental de todo aquel que se siente agraviado en su persona, familia y en su propiedad. Los linchamientos y venganzas desplazan a los ajustes de cuentas y secuestros de las primeras planas de los periódicos.
Lamentablemente, hay una simbiosis retorcida en el asesinato de Miguel que dibuja una sociedad cada vez más reaccionaria y sensible frente al maltrato de los animales, pero a la vez refleja una resignación (no me atrevo a decir la palabra complacencia, pero las señales nos indican que hacia allá vamos) preocupante frente a la muerte de un ser humano.
Nuestra sociedad mostrará visos de mejora cuando todos aquellos grupos que exigen no vuelvan las corridas de toros a Coahuila, o aquellos que impulsaron la Ley para la protección de los animales, demanden, con esa fuerza y ahínco, el fin de la violencia en contra de las personas, condenaran los asesinatos de personas, se indignaran por el maltrato o el hambre que sufren algunos niños y por la carencia de servicios médicos e insuficientes centros de atención para los ancianos, entre otros absurdos males sociales.
No seré quien condene o elogie la participación de la sociedad civil a favor de la protección de los animales; pero todo parece indicar que los tiempos que corren son especialmente buenos para las mascotas, en perjuicio de los seres humanos. La violencia es tanta y tan crispada, que nos sentimos inútiles y frágiles frente a ella, y queremos encontrar en la salvación de los animales esos restos de humanidad que aún nos quedan. Nos resulta más fácil (ojalá no prioritario) salvar a un toro de la tortura, que a una pareja de hermanos linchados injustamente por una turba de poblanos.
Mientras acariciamos a un cachorro Akita de 3 mil dólares, observamos en la pantalla, con comodidad y resignación, los linchamientos del centro y sur del país, las fosas clandestinas localizadas recientemente en Veracruz, la violencia de Nicaragua, el hambre en Venezuela o los migrantes que se amontonan sobre «La Bestia” buscando huir de la violencia o luchando por llegar a un lugar en donde haya trabajo, apenas para comer. Nos indignamos. Pero en poco, nos levantamos del cómodo sillón y llegamos a la alacena para sacar una lata de pollo del Petco de 600 pesos que alimentará y embellecerá a nuestro cachorro. Después, simplemente cambiamos de canal, de preferencia al Animal Planet.
La protección de los animales no está a discusión en este artículo, como seres vivos merecen nuestros cuidados y buen trato. Afirmo, para comenzar, que provengo de una familia que convive y estima entrañablemente a los animales. Las mascotas son parte de la familia. Propiamente entendida, esta práctica alimenta a nuestra humanidad. Pero de eso a afirmar que «Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”, revela ese desencanto que provoca la violencia tan de los seres humanos y tan de nuestros tiempos. Sin embargo, para decirlo sin eufemismos, nos equivocamos rotundamente cuando la muerte de un animal justifica e impulsa el asesinato de un ser humano.
Mucho me temo que en la medida que nuestros niños y jóvenes se conmuevan y preocupen más por un cachorro extraviado, que por un niño y su madre migrantes que piden una limosna en los cruceros de la ciudad, poco o nada podremos hacer por la violencia, exclusión y pobreza que carcomen a la humanidad.
Por último, te pregunto, de nuevo sin ironías, ¿qué se sentiría si en tu próxima visita al Petco ahorras la mitad de lo que gastas comúnmente, y el ahorro lo compartes, sin titubear, al migrante que te encuentres en un crucero, y a tu cachorro Akita le preparas de vez en cuando un guisado de tortillas?
Tu Opinión: olveraruben@hotmail.com
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