FERNANDO NUÑEZ DE LA GARZA EVIA
Entre el Presidente y la población, el abismo
La historia del presente sexenio es también la historia de la distancia entre el Presidente y la población mexicana. Aunque es básicamente una regla de la democracia que los jefes del Ejecutivo salgan del poder con menores niveles de aceptación que aquéllos con los que entraron, la desaprobación a la actual administración federal no tiene parangón en la historia moderna de México. Y entre la sabiduría presidencial y la sabiduría popular, parece ser que tiene más de ilustrada la segunda.
En días recientes pudimos ver lo que fue esencialmente un enfrentamiento entre el Presidente y la población. En un discurso pronunciado con motivo del aniversario del Instituto Politécnico Nacional (IPN), Enrique Peña Nieto hizo una defensa de su sexenio y reprochó las críticas. En un contexto con niveles de desaprobación partidista en un 79% (2 de mayo, encuesta Grupo Reforma), de desaprobación personal en un 76% (18 de abril, encuesta Grupo Reforma), y elecciones donde un nuevo partido encabezado por un populista habrá de reconfigurar el escenario político nacional, tal vez es tiempo de mayor humildad e introspección. El Presidente criticó a aquéllos que hablan de “tragedia” nacional, a quienes no reconocen la trascendencia de las reformas estructurales, comentó sobre la importancia de la construcción paulatina y mencionó algunos números alegres en materia de empleo y turismo. Efectivamente, el Presidente acierta al decir que no hay una “tragedia”, que se debe de reconocer el mérito de las reformas estructurales (sobre todo la educativa), y que el progreso solo se alcanza de manera gradual. Sin embargo, habla de empleo sin mencionar la precarización de los salarios, y de turismo como si éste fuese un referente de progreso nacional; asimismo, vale recordar que a algunas reformas estructurales se les ha puesto el pie desde las alturas del poder, y que otras tendrán resultados mediatos. Mientras tanto, existe una población con necesidades inmediatas, rodeada de una creciente inseguridad, ascendente corrupción, progresiva desigualdad y perenne pobreza, todo envuelto en el nuevo celofán de la democracia. La población ve, el Presidente no. Y un reciente estudio deja clara la falta de visión.
La competitividad es una palabra clave, y medirla puede ser sumamente complicado. El Índice de Competitividad Mundial, un conocido estudio realizado cada año por la IMD Business School, contempla más de 250 variables agrupadas en cuatro factores: desempeño económico, eficiencia gubernamental, eficiencia empresarial e infraestructura. Arturo Bris, líder del estudio, dice que “…nuestra misión sigue siendo ayudar a los países a alcanzar la prosperidad y una mayor calidad de vida… ”, e igualmente comenta que “…la competitividad es a la vez la herramienta y el objetivo de la política económica. Nuestro equipo está dedicado a evaluar en qué medida los países generan valor a largo plazo para sus ciudadanos. En una economía global dinámica e interconectada, la competitividad es esencial para la prosperidad general de un país”. Recordemos: prosperidad, calidad de vida, valor a largo plazo para sus ciudadanos, prosperidad general de un país. Bueno, pues México lleva tres años consecutivos descendiendo, para finalmente ubicarnos en la posición más baja en el más reciente estudio de 2018 desde que fuimos incluidos en 1997: nos encontramos en el lugar 51 entre 63 países. ¿Las razones? Entre algunas de las mencionadas se encuentra el estancamiento en infraestructura -tiene sentido ya que tenemos el menor nivel de inversión en infraestructura en los últimos setenta años (fuente: CEESP)- así como el empeoramiento en la calidad de las instituciones, señalando especialmente los rubros de inseguridad y corrupción.
Al cierre del sexenio, la diferencia entre la percepción del Presidente y la realidad de la población no puede ser mayor. El hartazgo colectivo está secundado por los números nacionales e internacionales, y en estas elecciones 2018 escucharemos el grito.
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