ALFONSO VÁZQUEZ SOTELO
¿Ternura para qué?
“Al sentimiento ante las personas, cosas o situaciones que se consideran merecedoras de un amor o un cariño puro y gratuito, por su dulzura, debilidad o delicadeza” se le llama ternura.
Como usted advierte estimado lector, la ternura es un sentimiento que se desarrolla en el ámbito de lo privado, en esa intimidad que tiene un cocimiento a fuego lento en el hervor de lo cotidiano. Por tanto es un derecho privado del individuo que lo otorga o lo recibe, en ocasiones sin estar de por medio otros intereses.
Este sentimiento se demuestra en muchas formas, las mayores y mejores son quizás al finalizar el año; se encuentran también las que se demuestra en los onomásticos y cumpleaños, en el logro de una meta o en la enfermedad. ¿Cómo se hace? Entregando flores, chocolates o alguna prenda del agrado del otro,
Cuando hablamos de ternura obviamente no hablamos de los grandes derechos que afectan el ámbito de lo público, donde se debaten grandes derechos como el derecho a la vivienda, al sufragio o a la educación. Estos derechos públicos están guardados en códigos y quizás en constituciones. Estos son los que se utilizan para aderezar los discursos políticos, como ahora, en los procesos electorales como promesas de campaña.
Se oyen bien esos derechos públicos ciudadanos, pero usted y yo sabemos que son palabras huecas, efectos alevosos que son ganchos publicitarios para llevar votantes a sus partidos. Estos derechos públicos son tan publicitados (como el derecho al sufragio) que se vuelven un tormento por la cantidad de spots que los promueven. Millones y millones de impactos en medios son los que tratan de poner en la mira estos derechos.
El derecho a la democracia nos sale caro pero sobre todo, nos deja sentimientos de hartazgo y frustración. Pero a los ojos internacionales somos considerados un país democrático con oportunidad para recibir los préstamos y apoyos de los organismos internacionales para temas tan sensibles como la marginación y la igualdad de la mujer, la migración, los asuntos indígenas y muchos otros más.
Cuando hablamos de la ternura entramos en un terreno medio pantanoso lleno de recovecos, donde el agua no fluye de forma ágil.
¿Pero qué sucede cuando la voz interior desafía a la razón?
Ocurre, entre otras cosas, que la ternura, ese derecho doméstico, que en ocasiones relegamos y avergonzados nos escondemos para demostrarlo.
Hay momentos en que no nos da cobardía mostrarlos, digamos diciembre y principios de enero, donde celebramos con apertura la demostración de la ternura.
Alguien dice que ya por ser enero terminó el simulacro de generosidad y ternura, no estoy tan de acuerdo. Solo los falsos tienen en las entrañas ese oscuro sentimiento. Deberíamos tener más ternura en nuestra sociedad para lograr mejores conquistas en lo humano. Debemos construir nuevas fuerzas, nueva sangre que circule con todas la fuerza de las arterias y la mansedumbre de las venas.
La ternura es un derecho que no puede entrar en el escarnio político, porque es de otra condición.
¡Imaginemos una norma que consagre el derecho a la ternura!
Es impensable, por ahora, que sea así la ternura como un derecho, pues estamos tan truculentamente enredados con las necesidades de orden público que relegamos estos sentimientos a otro orden. Si convertiríamos la palabra ternura, en una obligación, la ternura dejaría de ser cálida, brillante, sonriente, evocadora.
Sin embrago ¿cómo evitar el manoseo y el desgaste de la palabra y el sentimiento de ternura?
Ciertamente no queremos que la palabra ternura sea considerada letra muerta en los códigos y por ello ultrajada y gastada.
Thiago de Melo, un pensador brasileño, de fines del siglo XX desarrolló unos estatutos del hombre. Decía que debería considerarse “como un fuego o un rio como la simiente del trigo”.
Thiago de Melo considera más que el campo normativo el plano superior que se da en la ética y estética lo cual permitirá una trama del gusto y la sensibilidad. En los años del siglo pasado en México se buscaba una educación para el amor, por qué no rescatarla como eje central de la reforma educativa. Creamos en ese sentimiento privado del gusto y la sensibilidad.
El problema de los derechos humanos no puede seguir circunscrito a la esfera de lo público, como una repetición monótona de las normas que deben acatar tanto el Estado como los ciudadanos. Su presencia, como temática candente del mundo contemporáneo, es en principio producto de un cambio en la sensibilidad colectiva que afecta nuestra manera de entender tanto el quehacer político como las relaciones amorosas, modulación afectiva que sólo de manera secundaria busca expresión en las estructuras legislativas.
“La tradicional división entre lo público y lo privado, revela en éste caso su carácter arbitrario, pues al tratarse de la estética social -campo al cual adscribimos el derecho a la ternura-, es imposible no trascender el umbral del ágora o la calle para adentrarnos en las raíces afectivas, familiares e interpersonales, de las que se alimenta la ética ciudadana”
¿Usted qué piensa de la ternura estimado lector?
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