El tiempo domina nuestra vida y tiene implicaciones en todas las acciones que realizamos cotidianamente. Le damos prioridad y, por ello, vivimos con prisa. Algunas de las causas se deben a la presión social o el miedo de no poder cumplir con los compromisos adquiridos. Pensamos que si no cumplimos podemos perder buenas oportunidades y, entonces, no paramos. Creemos que siempre nos hace falta tiempo. El problema es que, al hacer todo de prisa, no procesamos adecuadamente nuestro comportamiento.
Es bueno hacer un alto y reflexionar, pues no deja nada bueno hacer las cosas aprisa. Por ejemplo, nos estamos olvidando de la importancia de tener buenos modales, que se definen como el conjunto de normas de comportamiento y acciones que demuestran cortesía, respeto y, por lo tanto, buena educación hacia las personas, animales o cosas. Estos permiten una convivencia armoniosa, generan un ambiente de confianza. Es fácil comprobar esta afirmación: si acude a cualquier tipo de servicio y lo atiende una persona amigable y respetuosa, se siente bien atendido, aunque no le resuelvan lo solicitado.
El origen de los buenos modales, según los estudiosos del tema, inicia con los antiguos romanos, quienes dieron el nombre de urbanitas para describir la buena educación en la vida cotidiana. Posteriormente, Erasmo de Róterdam escribió un libro sobre las buenas maneras o modales en 1530. Más tarde, el venezolano Manuel Antonio Carreño, músico y pedagogo escribe su famoso Manual de urbanidad y buenas costumbres para uso de la juventud de ambos sexos en 1853, donde explica a detalle el comportamiento que deben tener las personas en sociedad, tanto en lugares públicos como privados, publicación aún vigente en nuestros tiempos.
Cuando me trasladé de la Ciudad de México a Saltillo —ciudad maravillosa— hace ya algunos años, me asombraba la costumbre de los saltillenses de saludar a las personas sin conocerse, ya fuera en la calle, supermercado, sitios de diversión o en cualquier lugar. Fue un choque cultural, pues venía de una ciudad donde la prioridad era sobrevivir a la vorágine, donde gana el más astuto. Es una población con buenos modales; ojalá la juventud no pierda esta hermosa costumbre de dar los buenos días, las buenas tardes o noches a todos.
Los buenos modales se clasifican dependiendo las costumbres de cada entorno; sin embargo, hay buenos modales que son universales, como: saludar al llegar y despedirse al retirarse; pedir las cosas por favor y dar las gracias al recibirlas; ayudar a las personas cuando sea necesario; ser puntuales; escuchar atentamente cuando alguien habla; respetar la privacidad de los demás; argumentar ideas con respeto hacia el interlocutor; y pedir disculpas cuando se comete un error. Considero que, con estas pocas acciones, lograremos un cordial comportamiento ciudadano.
En el ambiente familiar se enseñan y aprenden los buenos modales. Los responsables de hacerlo son los padres. La mejor manera de educar en este sentido es con el ejemplo: si los niños crecen en un ambiente donde se usa un lenguaje cortés y respetuoso serán personas responsables. La escuela es también responsable de difundirlos y ponerlos en práctica, de esta manera se construye una sociedad afable que tanta falta hace en la actualidad.
Querido lector lo invito a no permitir que olvidemos los buenos modales, difundámoslos en todos nuestros ambientes. Debemos tener siempre presente la importancia de ser amables, cordiales y atentos. No dejar en el olvido que se aprende en el hogar, se fomenta en la escuela y se refuerza en la sociedad, de esta forma edificaremos una sociedad donde el pilar sea el respeto.






