PLAZA CÍVICA

Aumenta la división entre los empresarios

El empresariado nacional se encuentra cada vez más dividido. La historia que hemos visto desarrollarse en días recientes tiene sentido ante los problemas de fondo de nuestra economía y el creciente autoritarismo político. Mientras que algunos empresarios buscan garantías para sus inversiones de parte del poder político, otros han decidido engullirse la dura realidad autocrática y dejar de guardar silencio.

Los empresarios se acercaron mucho al poder, provocando –más tarde que temprano– profundas divisiones en su interior. El primer gran síntoma lo vimos con Francisco Cervantes, un cabildero que dirigió el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) y que terminó por aplaudir las peores reformas autocráticas morenistas. Lo vimos posteriormente con Altagracia Gómez, empresaria que dirige el llamado “Consejo Asesor de Desarrollo Económico” pero que, sin embargo, no es economista, no tiene trayectoria pública, pero sí ha hecho numerosos negocios al amparo del poder. Y lo terminamos de ver con Carlos Slim: ante la llegada de José Medina-Mora Icaza al CCE, quien promete diálogo pero no sumisión, el magnate empleó a Francisco Cervantes y creó un grupo alterno, llamado “Consejo para la Promoción de las Inversiones”. Prometer, no empobrece.

La estructura económica y política del país no ayuda. Por una parte, tenemos una economía con serios rasgos oligopólicos, donde las 50 empresas más grandes son casi todas familiares, las cuales tienen alrededor del 95% de los ingresos totales de las empresas familiares nacionales, con ingresos que representan el 25% del PIB nacional (Banco Mundial). Pero, por otra parte, tenemos un partido dominante que pronto alcanzará carácter hegemónico, al subir la escalera de la competencia electoral. Ya lo vimos: un Tribunal Electora cooptado; un INE sometido con una consejera presidenta que estrena su concentración de poder para intimidar a los pocos consejeros electorales independientes que quedan; una sobrerrepresentación del 20% en el Congreso de la Unión de parte de la coalición morenista, no vista desde 1952; y la advertencia de López Obrador, que afirma que intervendrá si peligra la democracia. Es decir, si Morena pierda las elecciones.

Es en este contexto que surge, inevitablemente, un estrecho acercamiento entre el poder económico y el poder político, no visto desde el viejo autoritarismo priista. Sin embargo, el gran problema para algunos empresarios y políticos es, precisamente, que no son los tiempos del viejo autoritarismo priista. Porque no existe la disciplina y verticalidad autoritaria de antaño que podía darle garantías al empresariado, sino un partido con un ex presidente empoderado, innumerables grupúsculos en su interior, y muchas peleas intestinas. Pero, asimismo, los políticos del partido cuasi-hegemónico no viven en una economía cerrada bajo la lógica de sustitución de importaciones, sino en una economía abierta dependiente de la economía estadounidense. Y, ante las reformas que retornaron los monopolios energéticos, destruyeron los organismos reguladores independientes, y politizaron el Poder Judicial, las presiones norteamericanas solo crecen, mientras la inversión nacional se seca.

Desaparecieron a la Comisión Federal de Competencia Económica (COFECE), mientras que el órgano antimonopolios que lo sustituirá –dependiente de la presidencia– no tiene presupuesto asignado. “A lo mejor sí”, respondió Francisco Cervantes, ante la posibilidad de ser asesor de la presidenta, es decir, del poder político autocrático. Enfoquémonos: no habrá inversión, no habrá crecimiento. Tenemos a toda la historia política y económica en nuestra contra.

 

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