GRITOS QUE NO ESCUCHAMOS  

Ser joven siempre ha significado un reto. Pero ser joven hoy es doblemente difícil. Quienes hoy tienen entre 18 y 29 años —los nacidos entre 1996 y 2007— crecieron en medio de una tormenta de transformaciones sociales, tecnológicas y emocionales que han cambiado radicalmente la manera de vivir, convivir y entender el mundo.

Los cambios siempre han existido, sí, pero no con esta velocidad ni con este impacto. Antes, las transformaciones sociales eran lentas, casi imperceptibles. Hoy son vertiginosas. En cuestión de meses, o incluso días, lo que ayer era una forma de vida hoy resulta obsoleto. La pandemia de COVID-19 fue quizá el golpe más duro para esta generación: un encierro global, forzado y prolongado; rompió rutinas, vínculos y sueños. Miles de infantes, hoy jóvenes vieron detenerse su mundo justo cuando estaban listos para explorarlo.

¿Podemos dimensionar el daño psicológico, emocional y social causado? Es como si de pronto se le pidiera a la humanidad vivir sin usar las manos o los pies.

A esta crisis se suman otros fenómenos menos visibles, pero igual de preocupantes: la soledad, el aislamiento digital, el desencanto con la política, la falta de oportunidades laborales dignas y la incertidumbre de una humanidad inexperta en lo que nos espera.

Todo esto viene a comentario porque hace apenas unos días, México fue sacudido por el caso de un joven del Colegio de Ciencias y Humanidades Sur (CCH) de la UNAM, implicado en un homicidio bajo el cobijo de la ideología Incels. Detrás del horror, hay preguntas: ¿qué estamos haciendo como sociedad por nuestra juventud? ¿Qué futuro les estamos dejando cuando la desesperanza se convierte en rabia?

En Europa, el Parlamento Europeo estudió el fenómeno incels —abreviatura de “involuntary celibates”, o célibes involuntarios—. Se trata de comunidades de hombres jóvenes que viven frustración, aislamiento y resentimiento hacia las mujeres y la sociedad, por no encontrar parejas mujeres con las cuales tener relaciones sexuales o afectivas.

En el informe titulado “Incels: A First Scan of the Phenomenon (in the EU) and itsRelevance and Challenges for P/CVE” advierte que estas comunidades, surgidas y alimentadas en internet, forman parte de la manosfera, un conjunto de espacios digitales cuyo contenido son discursos misóginos, nihilistas y, en algunos casos, abiertamente violentos.

Los incels no sólo reflejan un problema emocional o psicológico: son una alerta sobre lo que ocurre cuando el abandono social se combina con el aislamiento digital. En esos espacios, jóvenes deprimidos, solos o confundidos encuentran una falsa comunidad paravalidar su frustración y convertirla en odio.

Casos como el ataque de Alek Minassian en 2018, en Canadá, muestran hasta dónde puede llegar esa mezcla explosiva de soledad, resentimiento y violencia. No es exagerado decir que este tipo de fenómenos podrían reproducirse en cualquier país que ignore las causas de fondo: la falta de pertenencia, de oportunidades y de atención integral a las juventudes.

Por eso, más allá del horror o del morbo generado por estos casos, México debe mirar con seriedad su deuda con los jóvenes. Urge una Ley General de Juventudes que vaya más allá de programas dispersos o campañas de temporada. Una ley con visión de futuro, articuladora de políticas públicas, educación, cultura, salud mental y participación política.

Una ley para reconocer a la juventud —no como un “problema social”— sino como una etapa vital llena de potencial, creatividad y energía transformadora. Que escuche sus voces, atienda sus heridas y ofrezca alternativas reales a la violencia, el aislamiento o la desesperanza.

Necesitamos un marco legal para garantizar a la juventud su acceso a oportunidades de desarrollo personal y profesional, espacios culturales y deportivos, programas de salud mental, y canales efectivos de participación social y política.

Que el Estado asuma su responsabilidad y que la sociedad entera —familias, escuelas, empresas y comunidades— acompañe a esta generación en lugar de estigmatizarla.

Si queremos un México más justo, más humano y más pacífico, empecemos por escuchar su grito silencioso y convertirlo en acción.