“El que quiere azul celeste”…
Muchas veces, cuando estábamos todos reunidos en casa de la abuela, mis tías y madre hacían galletas y empanadas para todos. Entonces empezaban las carreras a la cocina a preguntar si ya estaban las galletas. En una ocasión, mi abuela me puso a ayudar a formar los “testales” para las galletas y empanadas. Muchísimas bolitas de masa después me empezaron a doler las manos, se lo hice saber a mi abuela y ella me dijo “el que quiere azul celeste, que le cueste” luego, me mandó a lavarme las manos y a jugar con mis primas.
Los espacios de mujeres, nos han costado. Cuesta ganar un territorio en el ámbito escolar, profesional, laboral. En cada rincón del espacio público hubo una lucha antes para que, al día de hoy, muchas mujeres podamos disfrutar de ellos, sin embargo, aún no es tan fácil acceder a un “territorio” ganado en el derecho o las leyes, falta que sea reconocido en las ideas y costumbres del colectivo.
De nada sirve el derecho a la educación, si aún persiste la idea de que las niñas no necesitan estudiar, de nada sirve el derecho a la paridad si constantemente se encuentran maneras de sacarle la vuelta a su cumplimiento, como inscribiendo hombres que se “autoperciben” mujeres.
Por eso, conscientemente adquirí el compromiso de priorizar espacios de y para mujeres, con la intención de conquistar territorios antes inexplorados.
No ha sido fácil, en el camino me he tomado con mujeres que no comparten mi visión, que creen que el feminismo sobra o estorba y que “el peor enemigo de una mujer, es otra mujer”. En ocasiones, he recibido más violencia intentando crear estos espacios que cuando no lo hacía de manera consciente.
La verdad sea dicha, no siempre la teoría feminista se ajusta a la realidad del mundo, a veces, toca reconocer con tristeza las derrotas ante una cultura machista que permea en las mentes de las mujeres, porque, aunque todas atravesamos las mismas violencias, no todas las percibimos como lo que son, muchas veces, las hemos normalizado. Deconstruir, por ejemplo, conceptos como el amor romántico, la pareja, los espacios de las mujeres, el derecho a votar y ser votada, a ser líderes en puestos de poder conlleva un trabajo interno que no es fácil de afrontar.
Justamente, en mi espacio laboral actual me encuentro con el dilema de seguir apoyando a mis compañeras aunque ellas no me reconozcan como líder, aunque también he encontrado apoyo de quienes menos lo esperaba.
Aún así, elijo priorizar y agradecer aquellos espacios seguros hechos por y para mujeres, como la sala de lectura que pertenece al proyecto letras andantes, “flores en tinta”, un espacio en el que sólo nos reunimos mujeres, con quiénes disfruto de mis pasiones escribir, leer y crear espacios de comunidad entre mujeres. Gracias mis queridas flores, ustedes sin duda han mostrado disposición para crear comunidad y ofrecer espacios de resistencia desde el amor a las letras. Como diría mi abuela “el que quiera azul celeste, que le cueste” aunque en este caso el tono es más bien violeta y vaya que este camino me está costando.
Aún así vale la pena el esfuerzo individual y colectivo desde cada trinchera por aportar un espacio libre de violencia para todas, la lucha feminista es al final del día, la lucha por los derechos humanos y una mejor sociedad. Por mí y por las que vienen en el camino ¡seguimos!



