Por la Piazza Navona, para ser exactos en la Vía Largo Febo, número 12, a un lado del estadio de Domiciano y muy cerca de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz donde estudié Derecho Canónico, se encuentra un bar llamado Santa Lucía. Este era el lugar donde tomaba un delicioso capuchino acompañado de su cornetto al pistacchio, y después, un poco de agua con gas.
Bueno, para empezar, en Italia el concepto de «bar» es un poco diferente al que tenemos en México. Tanto que, cuando me invitaron a ir a un «bar» a las ocho de la mañana, yo inmediatamente respondí que era muy temprano, y me extrañó que fuera entre semana. Sin embargo, la persona que me invitó no sabía el significado que yo le daba a la palabra «bar», y me dijo que ya estaban abiertos. Así que fui y me llevé la sorpresa de que un bar en Italia es como un pequeño restaurante-café: al entrar, ves una barra que ofrece sándwiches o «tramezzini», como se les conoce aquí, y diferentes tipos de cornetti (panes dulces). El tipo de comida que se ofrece va cambiando conforme avanza el día, pues ya al mediodía se sirven pastas o «pizza al taglio», que es una porción de algún tipo de pizza. Pero lo fuerte son los diferentes tipos de cafés que se preparan.
Aquí noté algo muy interesante: ver cómo cada bar tenía sus propios clientes y cómo cada persona escogía su bar. Otra cosa que me hizo mucho reflexionar al estar en el Bar Santa Lucía era la importancia de las rutinas. Me había convertido en un cliente rutinario; es decir, llegaba casi a la misma hora, me sentaba en el mismo lugar y pedía casi siempre lo mismo. Algo que me llamó mucho la atención es que los italianos toman su «colazione», que consiste en un café servido en una minúscula tacita, acompañado a veces de un cornetto, y lo comen de pie, rápidamente. Luego hablan fuertemente, a veces como si estuvieran peleando, y después se despiden cordialmente. Aquí comprendí que hay otro concepto que tuve que purificar, y que es el concepto de la rutina.
Una rutina no es algo necesariamente aburrido o tedioso; desafortunadamente, se le da en el lenguaje coloquial una connotación negativa, como si las rutinas forzosamente debieran ser destructoras y generadoras de muerte. Hay rutinas que, por el contrario, generan vida, pues dan estabilidad. Por ejemplo, la rutina de la salida del sol, del cambio de las estaciones, las rutinas de los trabajos, de las escuelas, entre muchas otras.
El Bar Santa Lucía era parte de mi deliciosa rutina de todos los días: salir del Colegio Mexicano, tomar la ruta 870, bajarme en Paola y luego caminar por la Via dei Coronari. Y aunque siempre era lo mismo, lo que veía siempre era distinto. Roma en sus cuatro estaciones cambia tanto, y en sus cuatro estaciones te topas con vistas alucinantes. Esta rutina matutina culminaba en el Bar Santa Lucía, donde Jenny y Nicole, con una sonrisa, me recibían por mi nombre y me preguntaban lo que ya sabían que iba a pedir: mi capuchino y cornetto al pistacchio. Yo me sorprendía al ver la cantidad de gente que llegaba, el murmullo que se hacía en el bar, y que tanto Jenny como Nicole sabían lo que cada cliente les pedía a la hora de pagar, sin tener que anotarlo en ningún papel. Es cierto, las mujeres tienen otra manera de pensar y de organizarse.
Algo que hacía del Bar Santa Lucía mi lugar favorito era precisamente la atención, cómo te recibían Jenny y Nicole. Te atendían, platicaban contigo, y aunque a veces la gente era tanta, tenían todo bajo control: recibían al cliente, lo atendían, lo servían, platicaban con él, le cobraban, limpiaban, lavaban la loza, e increíblemente, todo al mismo tiempo. Ah, y no hablé de Tomasso, que era otro colaborador en el bar que se tuvo que ir a otro lugar a trabajar, pero era también parte de este trío dinámico que hacen del Bar Santa Lucía mi lugar preferido para iniciar mi día tomando un rico cornetto y un excelente café.